Nota del editor: Desde el 23 de julio, Animal Político presenta materiales periodísticos para conocer los hechos, nombres y momentos clave del movimiento estudiantil del 68 que se vivió en México.
La cronología se publica en tiempo real, a fin de transmitir la intensidad con que se vivieron esos días y se tenga, así, una mejor comprensión de cómo surgió y fue frenado a un precio muy alto el movimiento político social más importante del siglo XX.
Queda mucho por saber y entender: 50 años después aún no sabemos por qué una riña estudiantil –como muchas que hubo previamente– detonó la brutal represión del gobierno.
Ciudad de México, 28 de agosto de 1968.- El gobierno federal organizó esta mañana una “ceremonia de desagravio” a la bandera nacional, que concluyó con represión en contra de estudiantes que acudieron al Zócalo; fueron desalojados a bayoneta calada de la plaza por tanquetas militares y batallones de soldados.
El acto fue convocado por el Departamento del Distrito Federal (DDF) en respuesta al izamiento de una bandera rojinegra de huelga en el asta de la Plaza de la Constitución.
En cuestión de horas, las autoridades organizaron el “desagravio”. Ordenaron a miles de empleados del gobierno local y federal presentarse a las 10 de la mañana en el Zócalo. El cronista Carlos Monsiváis, que había estado la noche anterior en el lugar, regresó para atestiguar con sorpresa: “Allí está la bandera rojinegra que creí ver arriada la noche anterior”.[1]
Los trabajadores de Limpia y Transporte del DDF integraron “vallas amenazantes”, reportó Monsiváis. Por un costado del Zócalo ingresaron a la plancha grupos “incitados por la espontaneidad del acarreo”. Obligados a acudir al acto de desagravio, venían de la Secretaría de Hacienda y de la Secretaría de Educación Pública.
De pronto, las cosas se salieron del guión preestablecido y los burócratas comenzaron a gritar: “¡Somos borregos! ¡Nos llevan! ¡Bee bee! ¡Somos borregos!”.[2]
“Los encargados de organizar la ceremonia intentaban callar a los burócratas, sus esfuerzos eran en vano. Además, entre los empleados públicos se colaron grupos de estudiantes, mientras el mitin oficial seguía su curso, y eso hizo más difícil que se tuviera control oficial.
Marcelino Perelló, representante en el CNH por la Facultad de Ciencias de la UNAM, contó que, en realidad, los burócratas y trabajadores de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) iban gritando consignas desde que eran transportados rumbo al Zócalo.
“La gente de los camiones, de pasajeros y de redilas, iba gritando: “no vamos, nos llevan; no vamos, nos llevan o somos borregos, somos borregos…” y así hasta llegar al Zócalo. “No llenan el Zócalo, obviamente, pero alguna gente había. Entonces los chavos, la raza, se deja llegar con volantes y la chingada y que les voltean el mitin, ese mitin en el que tenía que haber hablado (Gustavo) Díaz Ordaz, que se convierte en un mitin de apoyo al movimiento y de condena al gobierno”.[3]
Los oradores censuraban al movimiento estudiantil mientras la bandera nacional era izada. Sin embargo, por dificultades técnicas, se quedó a media asta y los estudiantes exigieron a gritos dejarla así, en señal de duelo por la intervención del Ejército la madrugada de este miércoles.
Finalmente, la bandera nacional fue izada de nuevo por completo y al “trapo rojinegro” se le prendió fuego.
Poco antes, en la parte final del mitin, detalló Gilberto Guevara Niebla, representante de la Facultad de Ciencias de la UNAM en el Consejo Nacional de Huelga, “los mismos trabajadores, los obreros, le tiraban con monedas al orador del PRI, hasta que se retiró. Subieron los líderes estudiantiles, y se transformó aquello en una acto de protesta”.
Cerca de las dos de la tarde, desde los magnavoces se dio por concluida la ceremonia de desagravio y –relató Monsiváis– también se recordó a los asistentes, “con otras palabras, cuánto urge su presencia en otras partes”.
Minutos después de que se empezaron a retirar los asistentes al “desagravio”, 14 tanquetas militares se abalanzaron contra la multitud.
Se abrieron las puertas de Palacio Nacional, de donde salieron varias columnas de soldados con bayoneta calada y atacaron a la gente. Policías y soldados perseguían a los estudiantes por las calles aledañas al Zócalo.
Con menos de 12 horas de diferencia, el Ejército regresó al Zócalo, “pero ahora reprimir a las madres que estaban apoyando al PRI y al gobierno, una de las cosas más paradójicas y sintomáticas”, señaló Guevara Niebla.
No sólo eso: “comenzaron actuar grupos con un guante en la mano izquierda. Eran jóvenes con aspecto militar. Aparecieron francotiradores en los edificios del Centro y empezaron a disparar contra la gente y la policía. El Ejército comenzó a disparar contra ellos y en esos enfrentamientos hubo muertos, por lo menos uno, dos muertos”.
Monsiváis dio cuenta de “descargas de fusilería, ametralladoras, balaceras y batallas en distintas zonas del primer cuadro. Hay muertos incluso entre los burócratas acarreados al acto”.[4]
Desde los edificios de Madero, 20 de Noviembre, Pino Suárez, Corregidora, Seminario, la gente arrojaba botellas, macetas y otros objetos contra los soldados.[5]
En el Zócalo, según constató el cronista, los soldados disparaban a la parte alta de los edificios, muchas balas rebotaban hacia el hotel Majestic. Entre miedo, alaridos y alarmas, los estudiantes se replegaron, otro tiroteo fugaz. “Al fin, a las tres y media de la tarde, el Zócalo queda a la disposición de la calma a como dé lugar”.[6]
En toda la zona se suscitan numerosos choques entre grupos de jóvenes y tropas y policías, y se escuchan disparos procedentes de la esquina de Donceles y Argentina. Durante el resto del día continúan los enfrentamientos y los arrestos.
A las 23 horas, unidades mecanizadas del Ejército son colocadas frente a Palacio Nacional, con órdenes de disparar si algún grupo intenta avanzar sobre ese edificio.
De acuerdo con un reporte de agentes de la Secretaría de Gobernación enviados a cubrir la manifestación del día anterior, a la 1:35 de la madrugada del miércoles 28 de agosto en el asta bandera continuaba izada la bandera rojinegra,[7] a pesar de que los mismos informes de la policía política señalaban que una bandera rojinegra fue izada a las 19:20 y posteriormente retirada a las 22:00, para ser sustituida de nuevo por “la enseña patria en la Plaza de la Constitución”.[8]
Lo que se sabe es que cerca de las siete de la noche del 27 de agosto, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, representante de la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo en el Consejo Nacional de Huelga (CNH), discutió con uno de sus compañeros sobre si izar o no una bandera de huelga en el asta del Zócalo. “Yo no quería que se subiera un trapillo de un metro de percal pintado con brocha de rojinegro, que era la bandera que llevaba yo en el camión”. Pero, recordó después, tras unos momentos de tironeo, la bandera fue subida… tan rápido como fue bajada. Sólo era, dijo, “un trapito de percal”.[9]
Horas más tarde, una bandera de huelga ondeaba sobre la plancha del Zócalo. Luis Tomás alegó que la manta fotografiada por los periódicos –y usada como pretexto por el gobierno “para echarnos a toda la burocracia y a toda la gente del pueblo encima”– era demasiado grande. “De ese tamaño no había tiempo para hacer una bandera después del desalojo. Yo creo que esa bandera estaba hecha, que eso estaba manipulado de alguna manera”.[10]
Según el informe policiaco de la madrugada del día siguiente, el lienzo rojo y negro ondeaba frente a Palacio Nacional. Sólo que era “una rojinegra de seda de tamaño enorme y no pintada, sino fabricada con tela de color rojo y negro”.[11]
Un funcionario del Departamento del Distrito Federal dio una clave que podría llevar a entender qué fue lo que ocurrió: desde su oficina –situada en las lindes del Zócalo– alcanzó a ver cómo, tras la retirada de la mayor parte de los manifestantes, “llegó un grupo de los llamados halcones, empleados del Departamento, que bajaron la bandera nacional y levantaron una bandera de huelga que traían”.[12]
La guardia fallida de los estudiantes, implacablemente reprimida, y la provocación montada de la bandera rojinegra, serían aprovechadas por el gobierno federal para tratar de desacreditar al movimiento y restarle apoyo social. Quería mostrar a los estudiantes como una marea descontrolada que, además, profanaba el símbolo nacional.
La bandera de huelga amaneció izada en el asta monumental, sólo que era “una rojinegra de seda de tamaño enorme y no pintada, sino fabricada con tela de color rojo y negro”.[13]
Al término de la sesión de los maestros, Heberto Castillo Martínez, uno de los oradores de la noche anterior en el Zócalo, se dirigió en automóvil a su domicilio. Al llegar y tratar de guardarlo en la cochera, dos autos se colocaron en ambos lados del vehículo. De ellos descendieron unos agentes y trataron de abrir las puertas del auto del ingeniero.
“El general Mendiola quiere hablar con usted, vamos en su auto”, le dijeron a Castillo, quien respondió que prefería irse con ellos en la patrulla. Al bajar, trató de escapar. Empezaron a pegarle. Fueron cuatro o cinco agentes, “dos de ellos muy fuertes”, los que le propinaron una severa golpiza.
Los hijos del profesor, a los gritos de su madre, que vio la trifulca, salieron al patio; el mayor, de 13 años, empuñaba una pistola, “por suerte descargada”.[14]
Uno de los agentes logró inmovilizarlo pero, contó el propio Castillo, en el forcejeo consiguió aventarlo con todas sus fuerzas y hacer que su cabeza rebotara contra la pared. Entonces aprovechó la circunstancia.
Aunque sangraba profusamente, corrió. “Me perdí entre las rocas del Pedregal que conducían a la Ciudad Universitaria”. Se ocultó durante horas. Temía que la policía lo detuviera. “Estaba oculto a unos cuantos metros de mi casa, pero los agentes creyeron que me había internado”. Esperó más y finalmente caminó a gatas por todo el Pedregal para que no lo descubrieran y se escabulló por las calles en la madrugada.
Cerca de las cinco de la mañana del jueves 29, Castillo llegó al pie de la barda que divide CU de Copilco. La escaló como pudo y caminó por el campus hasta topar con una guardia de estudiantes que dormitaban en un auto. Lo llevaron a los servicios médicos universitarios. Y ahí se conoció la dimensión del daño físico que había sufrido: “Tenía fisura en el cráneo, herida en el vientre producto, dijo el médico, de alguna patada con puntera metálica; una rodilla me sangraba mucho y tenía los dedos de las manos luxados”.[15]
Como se vio en la enorme manifestación de este martes 27 –con una asistencia de más de 400 mil personas, según consignaron diversos medios, como El Día–, el respaldo a los estudiantes se extiende a otros sectores de la población.
Ayer mismo, una madre de familia dio un breve discurso durante el mitin en el Zócalo: “Señor presidente, si usted quiere más sangre, nosotras, las madres mexicanas, estamos dispuestas a seguir pariendo hijos hasta que usted los aprenda a respetar”.
Médicos residentes e internos del Hospital General se declararon en huelga de solidaridad con el movimiento estudiantil, así como la sección 37 del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana. El Sindicato Mexicano de Electricistas expuso la urgente necesidad de que autoridades y “auténticos estudiantes” se sienten a dialogar.
Cinco escuelas de la Universidad de Puebla y la Escuela Vocacional de Enseñanza Especial decretan un paro de 10 días en apoyo al movimiento estudiantil.
Del lado del gobierno, Fidel Velázquez, líder de la CTM –cuya base conforma el sector obrero del PRI–, declaró este mismo miércoles su apoyo al gobierno. “Cualquier medida que tomen las autoridades para reprimir la actual situación estará plenamente justificada y será respaldada por el pueblo y creo que ha llegado la hora de tomarla”.[16]
Igualmente, en un encuentro que se realizaba en Bellas Artes, el dirigente de la Confederación Nacional Campesina (CNC) ––parte del sector campesino del PRI–, Augusto Gómez Villanueva, pronunció un discurso en el que calificó a los participantes en el movimiento estudiantil de traidores a la patria y ofreció el apoyo de los campesinos mexicanos al gobierno de Díaz Ordaz.
[1] Monsiváis, Carlos, Democracia, primera llamada: el movimiento estudiantil de 1968, Conaculta y gobierno del estado de Colima, México, 2010, p. 97. En www.mty.itesm.mx/dhcs/deptos/ri/ri-802/lecturas/nvas.lecs/1968-monsi/mc0292.htm.
[2] Ídem.
[3] Vázquez Mantecón, Álvaro (comp.), Memorial del 68, UNAM, gobierno del Distrito Federal y Ed. Turner, México, 2007, p. 99.
[4] Diego Ortega, Roberto, “1968: El ambiente y los hechos. Una cronología”, Nexos, 1 septiembre 1978. En https://www.nexos.com.mx/?p=3199
[5] Informe preliminar de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp). En https://nsarchive2.gwu.edu//NSAEBB/NSAEBB180/index2.htm
[6] Monsiváis, op. cit., p. 100.
[7] Castillo, Gustavo, “Persecución militar y desalojo del Zócalo”, La Jornada, 27 de agosto de 2008. En www.jornada.com.mx/2008/08/27/index.php?section=politica&article=012n1pol.
[8] Aguayo Quezada, Sergio, 1968. Los archivos de la violencia, Grijalbo y Reforma, México, 1998, p. 144.
[9] Vázquez Mantecón, Álvaro, op. cit., p. 98.
[10] Ídem.
[11] Castillo, Gustavo, op.cit.
[12] Aguayo Quezada, Sergio, op. cit., p. 144.
[13] Castillo, Gustavo, op.cit.
[14] Castillo, Heberto, Si te agarran, te van a matar, Miguel Ángel Porrúa, México, 2012, pp. 83 y 84.
[15] Ídem.
[16] Ramírez, Ramón, El movimiento estudiantil de México, julio-diciembre 1968, Era, México, 1969, p. 262.