Una estudiante que llegó a Estados Unidos desde México de manera ilegal cuando era una niña asegura que no puede abandonar la ciudad en la que vive: está rodeada de controles de seguridad y teme que la deporten. Sus padres y sus hermanas viven a cientos de kilómetros de distancia. Esta es su historia.
Mi familia y yo emigramos a Phoenix, en Arizona, cuando tenía 8 años. Ahora tengo 22 y soy estudiante de ingeniería en la Universidad de Texas, en El Paso (Estados Unidos).
No soy una delincuente, pero aun así de alguna manera me tratan como si lo fuera.
El Paso tiene controles de seguridad por todas partes. En ellos, funcionarios de inmigración te preguntan por tus documentos; documentos, obviamente, que yo no tengo.
No puedo salir de la ciudad o me arriesgo a que me deporten.
Afortunadamente, mis padres consiguieron la residencia estadounidense hace dos años, pero por desgracia mis hermanas, de 25 y 18 años, y yo no corrimos la misma suerte.
Cuando oficializaron su estatus migratorio, mis padres volvieron a Phoenix en busca de mejores oportunidades laborales, tras cuatro años viviendo aquí, en El Paso. Pero, si les hubiera seguido, hubiera puesto en riesgo mi educación universitaria o podría haber sido deportada.
A mis padres no les pasó nada y coincidió que mi hermana menor, entonces de 16 años, tenía un viaje escolar a Nuevo México. Para ir hasta allá, tienes que cruzar unos controles a la ida, pero como las autoridades de inmigración no registran los autobuses escolares en busca de inmigrantes indocumentados, pudo viajar sin problemas.
A la vuelta, mis padres fueron a buscarla, así que salió todo perfecto.
Pero como yo estoy atrapada en El Paso, no tengo forma de visitar a mi familia.
Mis padres vienen a verme una vez cada tres o cuatro meses. No pueden venir más por trabajo y otros asuntos. Pero desde que todos se mudaron allá, no he vuelto a ver a mi hermana pequeña. Se graduó de secundaria el mes pasado y no pude ir, a pesar de que toda mi familia estaba allí.
Y sé que ninguna de mis hermanas podrá venir a la mía.
Para qué hablar de los cumpleaños o las vacaciones que he pasado sin estar juntos, en familia. La última vez que vi a mi otra hermana fue hace tres años (tengo una tercera hermana, 10 años mayor que yo. Es ciudadana estadounidense y vive en California. Mis padres pudieron obtener la residencia porque ella presentó una solicitud).
Por un lado, estoy contenta de que mis hermanas estén en Phoenix porque no hay controles por allí y pueden ir a California de vez en cuando. Trato de no quejarme, soy la primera hija que va a la universidad. Me siento muy afortunada.
Pero, por otro lado, hay días en los que simplemente estoy cansada de todo esto.
Siento que no tengo derechos.
Antes de que mis padres se marcharan, me advirtieron varias cosas: que no saliera de casa con el pelo sin arreglar o sin maquillaje, pues es el típico estereotipo en el que los agentes de la Patrulla Fronteriza se fijan.
Y como vivo en una ciudad fronteriza, la localidad está llena de agentes. Ni siquiera me arriesgo a cruzar la calle por donde no está indicado: siempre tomo el camino más largo para llegar hasta un semáforo y cruzar la calle de manera adecuada.
Fue idea de mi padre que siempre llevara encima US$100. Así, si me agarran en cualquier lugar y me deportan, siempre tendré algo de dinero para pagar por una habitación de hotel en Ciudad Juárez y estar segura.
También me dijeron que no contara a nadie mi situación, porque podrían chantajearme. Vivo con otras tres estudiantes, con una de ellas llevo compartiendo apartamento dos años y ni siquiera ella lo sabe.
Cada vez que mis compañeras planean un viaje fuera de El Paso, primero me apunto y luego doy una excusa porque no puedo pasar los controles.
Cuando me preguntan: "¿Por qué no trabajas?" o "¿Por qué no manejas?", tengo que hacerles creer que soy una vaga para que dejen de preguntar. La verdad es que no puedo trabajar o sacarme el permiso de conducir.
En el momento en el que crucé con mis padres el control fronterizo, cuando tenía 8 años, tuve que olvidarme de quién era. Aprendí inglés y cuando estaba aprendiendo de niña, recuerdo que mis profesores enseguida me decían "Para de hablar español. Ahora estás en Estados Unidos".
Pocos meses después, estaba ganando concursos de deletrear palabras, incluso compitiendo contra gente blanca que solo hablan inglés.
Tras la crisis de 2008, mi padre, ingeniero civil, no podía encontrar trabajo en Phoenix y perdimos la casa en la que vivíamos. Así que tuvimos que volver a México.
Lo pasé fatal, probablemente fue la peor época de mi vida. Estaba tan americanizada que no me adaptaba. Eso es lo que te piden que hagas para que seas aceptado en la cultura estadounidense. Tuve que perder mi identidad mexicana.
Sé mucho sobre la historia de este país, más que lo que sabe de media un ciudadano estadounidense, y tengo mucho respeto por él a medida que me involucro más en política para ayudar a mejorar la situación actual. Me involucro más incluso que algunos ciudadanos que se deberían preocupar más, pues es su propio país.
Pero da miedo. Por ejemplo, en la Marcha de las Mujeres el pasado mes de junio tuve que protegerme: no posé para muchas fotografías y me cubrí el rostro con las pancartas. Sé que es arriesgado ir a estas protestas dada mi situación. Quiero ayudar, pero no puedo.
Es difícil soñar en un país en el que, pese a todo lo que he hecho, que es lo que la mayoría de inmigrantes hace, no te acoge… incluso si ha sido tu casa la mayor parte de tu vida.
Entiendo que tienen el derecho de decidir a quién le conceden la ciudadanía. Solo desearía que me dieran algún tipo de ayuda.
He dejado atrás parte de mi cultura, mis raíces, para ser aceptada aquí. Les he dado una parte de mí. ¿Por qué este país no puede darme algo a cambio?
Como no soy ciudadana de este país, no puedo optar a la ayuda financiera que el gobierno da a los estudiantes o a la mayoría de becas. Ya he mirado todo. Mi padre me paga la universidad; yo me encargo de mis gastos y el alquiler.
Dentro de tres semestres, cuando me gradúe, aún podría ser deportada. Quizá no vuelvo a ver a mis hermanas de nuevo hasta que consigan los papeles, y por ahora parece que eso ocurrirá en 12 años.
Sé que nací en México pero ya no vivo allá. Soy demasiado diferente a la gente de allá; sencillamente no puedo empezar de cero en México.
Por eso, sentí que tenía que prepararme. He estado planeando mudarme a Alemania si me deportan. He estado aprendiendo alemán sin contárselo a mi familia, porque sé que, si mis padres se enteran, intentarán convencerme para que no lo haga.
El plan es el siguiente: una vez que me gradúe, si creo que es muy probable que me deporten, cruzaré la frontera a México. Al menos, tendré mi título y no quedará en los registros que fui deportada si tengo que volver algún día a Estados Unidos.
Entonces, quizá voy a Alemania. Quién sabe.
Soy muy consciente de que mi situación no es la peor.
Hay numerosos ciudadanos de Centroamérica y Sudamérica que lo han pasado verdaderamente mal tratando de cruzar México para llegar hasta Estados Unidos, pero eso no significa que no esté separada de mi familia o que, de vez en cuando, no empiece el día llorando de la frustración de estar lejos de ellos sin razón alguna.
No puedo negar que esta situación no me haya afectado. Esto no debería estar pasando.
Ilustraciones realizadas por Hannah Lazarrte
Entrevista realizada por Hugo Bachega
Ahora puedes recibir notificaciones de BBC News Mundo. Descarga la nueva versión de nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.