El 4 de febrero de 2018 desapareció en Ecatepec, Estado de México, Gladys Olivia Gómez Hernández, arquitecta de 61 años, empleada del gobierno de la Ciudad de México, diagnosticada con esquizofrenia.
“A las 12 de la noche, ella ya estaba dormida –narra Cristina, su hermana–, pero recibió una llamada telefónica, por lo que se puso sus sandalias y así, en pijama, salió a la calle, tomó un taxi y se perdió su rastro”.
Durante los últimos 20 años, Gladys ha padecido esquizofrenia, sometida a un régimen de medicamentos controlados que le permitían mantener una vida laboral y personal mínimamente estable aunque, señala su hermana, los medicamentos no siempre surten efecto, por lo que Gladys es una mujer “vulnerable”.
En su trabajo, por ejemplo, en la Dirección General de Obras Públicas, del gobierno capitalino, “su condición de salud hace que ella a veces se cree situaciones ficticias, que luego da por hechas, y se han dado malos entendidos. En su trabajo saben de su situación, pero para ellos es la ‘loca’ de la oficina, entonces, la bullean y sus compañeros se han llegado a aprovechar, la han manoseado, le han levantado la falda, pero cuando ella denunció, sus superiores desecharon la queja diciendo que ella daba pie a esas situaciones”.
Por esto, afirma su hermana, Gladys “es una mujer que no tiene amigos”, sólo a su familia, es decir sus papás y hermanos, y a su pareja sentimental, “un hombre que por los últimos diez años se ha aprovechado de ella, física, sexual, psicológica y económicamente… él se aprovechaba porque ella llegaba golpeada a la casa, pero su pareja nomás le hablaba bonito y mi hermana lo perdonaba”.
Un abuso particular, señala Cristina, es el preferido de su pareja sentimental: “A él le gusta hablarle por teléfono a mi hermana, para decirle cosas que le detonaran cuadros esquizofrénicos: le hablaba y le decía ‘oye, estoy en tal lugar con una mujer haciendo esto y esto’, y ahí iba mi hermana, a golpear la puerta de esa casa, y él en otro lugar, divertidísimo… o le marcaba y le decía ‘están atacando a tu sobrino en su casa, sálvalo’, y llegaba mi hermana a mi casa con una patrulla, sólo para constatar que mi hijo, que es un niño, estaba dormido en su cama… o le hablaba y le decía ‘agarra un camión y vente a Puebla, aquí te espero’, pero no era verdad, y ella terminaba regresando a Ecatepec, desde Puebla, completamente alterada”.
Aunque la familia de Gladys denunció su desaparición horas después de que ésta abandonara su vivienda, a medianoche, ante la Fiscalía General de Justicia del Estado de México, esta autoridad no realizó ninguna acción de búsqueda inmediata.
Debieron pasar dos meses de que Gladys desapareció, para que la Fiscalía General del Estado de México concretara, en abril, la única diligencia oficial que, hasta la fecha, ha tenido algún resultado: obtener la sábana de llamadas del teléfono celular de la arquitecta.
Así, dos meses después de que desapareció, la autoridad pudo constatar, mediante los movimientos del teléfono, que Gladys abandonó su vivienda a la medianoche del 4 de febrero, luego de recibir una llamada telefónica de su pareja sentimental, así como que en los minutos siguientes continuó recibiendo llamadas desde ese número.
Luego de la última llamada de su pareja sentimental, ya abordo del taxi, el aparato de Gladys fue desactivado. Fue el último rastro que se tuvo de ella.
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Días después de interponer su denuncia por la desaparición de Gladys, y al ver que la Fiscalía estatal no realizaba ninguna acción de búsqueda, su hermana, Cristina, decidió acudir por su cuenta al Centro de Control y Comando C4 del Estado de México, organismo que maneja las cámaras de seguridad pública diseminadas por la entidad.
“Llegué y una persona me dijo ‘sí, pásele, revíselos usted’, y fui yo sola quien se puso a buscar en el registro de imágenes”. Así, Cristina identificó una cámara que tomó el momento en que su hermana “camina en su pijama por la calle, aborda un taxi y se van.”
El video deja ver que el taxi que aborda Gladys estaba detenido, y su conductor platicaba con un vendedor de globos cuando se les acercó la arquitecta, quien intercambió unas palabras con el operador del vehículo y luego partieron.
Aunque Cristina dio cuenta de esta información a la Fiscalía del estado, “hasta ahorita no han hecho nada para identificar y buscar al taxista: él es clave para saber lo que ocurrió con mi hermana”, lamenta.
Por el contrario, cuando Cristina notificó de la existencia de este video del C4, “el agente del Ministerio Público me llamó la atención, me dijo que no estaba bien que yo anduviera haciendo eso de ir al C4 por mi cuenta”.
La Fiscalía estatal no hizo nada tampoco por identificar al vendedor de globos que, tal como consta en el video, presenció la conversación que sostuvieron el taxista y Gladys, antes de partir con rumbo desconocido.
La ruta que siguió el taxi, de hecho, no pudo ser determinada porque “muchas de las cámaras del C4 no están en funcionamiento, entonces, se ve que toma rumbo a la Avenida Central (en Ecatepec)”, pero no se sabe si tomó dicha vialidad o se fue hacia otro lado.
Fue Cristina quien, nuevamente por cuenta propia, acudió al lugar donde Gladys abordó el taxi y luego de esperar ahí, vio llegar al vendedor nocturno de globos, quien reconoció haber visto a su hermana, a la que caracterizó como una mujer “que parecía ida”.
Ese globero aseguró conocer personalmente al taxista, que trabajaba en el sitio de taxis del metro Múzquiz, e incluso recordó haber escuchado a Gladys solicitar que la trasladara a la Central de Autobuses del Norte, en la Ciudad de México.
Además, el globero, “muy cordial y amable”, ofreció poner al taxista en contacto con la familia de la arquitecta, para que pudiera informarles exactamente a dónde la trasladó.
No obstante, el globero no volvió a comunicarse, ni aceptar llamadas de la familia de Gladys, aunque él mismo les proporcionó su teléfono para estar comunicados.
Siguiendo la dinámica establecida, Cristina informó de los hechos a la Fiscalía, que no hizo nada, así que determinó asistir a la Central de Autobuses del Norte, así como a la de Oriente, en la Ciudad de México, con la ficha de búsqueda de su hermana, para hablar con el personal, y solicitar los videos del 4 de febrero.
“Hablé con todo el personal –narra Cristina–, con afanadores, con la gente de las taquillas, de la vigilancia, de los baños, de los puestos de comida, porque Gladys era identificable, iba en pijama, en sandalias, despeinada. Ella padece incontinencia y seguido va al baño. Pero nadie la recordaba, y los de vigilancia me negaron los videos, alegando que tenía que ir la policía a pedirlos. Pero la policía nunca fue.”
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Al recorrer la zona donde Gladys tomó el taxi, su hermana, Cristina, además pudo identificar que en en las cercanías había un negocio con cámaras de seguridad, por lo que habló con su propietario y obtuvo el video de la madrugada en que Gladys abordó el taxi.
Ese segundo video permite ver las características del vehículo y confirmar, por su cromática e identificadores adheridos, que efectivamente pertenece al sitio de taxis del metro Múzquiz, aunque no deja ver sus placas.
Nuevamente, Cristina proporcionó esa información a la Fiscalía, y nuevamente fue reprendida por obtener el video. “Me dijeron que ese video no servía, porque lo tenían que pedir ellos, y para eso tenían que hacer el trámite, para poder acudir al negocio, y luego de obtenerlo, analizarlo, etcétera”.
Hasta la fecha, las autoridades no han solicitado formalmente ese segundo video, ni han aceptado revisar la copia obtenida por Cristina, para tomar la información relativa al taxi y buscarlo.
Por eso, narra, “decidí ir yo al sitio de taxis, y preguntar por el conductor del vehículo. Fui dos veces y las dos veces, los controladores del sitio de taxis me corrieron, muy violentos… la primera vez, un hombre me dijo ‘aquí no sabemos nada, váyase de aquí’, y la segunda vez que fui, ya no estaba ese señor, estaba una mujer, y salió peor, me dijo: ‘sabe qué, usted no conoce al taxista, pero él ya la conoce a usted, ya la vio, sabe que su hijo anda solo, sabe que su mamá anda preguntando en la calle, y un día se lo va a topar de frente, le va a disparar, y usted no va a saber ni por qué, y al rato no van a buscar a una, sino a dos, ya no pregunte, váyase'”.
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Los registros del teléfono fijo del domicilio de Gladys permiten constatar que su pareja sentimental la llamaba constantemente a ese número, además de a su teléfono celular.
Sin embargo, destaca su hermana, Cristina, “desde que Gladys desapareció, también se suspendieron las llamadas constantes: ese señor no ha vuelto a llamar a la casa de Gladys ni una sola vez. Tampoco ha buscado a la familia, y eso a mí me suena muy raro porque, por lógica, la pareja de una persona desaparecida lo que naturalmente haría en una situación así es ver en qué puede ayudar para su localización, ¿o no?”.
Aunque la familia de Gladys proporcionó desde un principio los datos de esa persona a la Fiscalía del Estado de México, para que pudieran verificar si contaba con información útil que permitiera localizar a la arquitecta, tampoco ha hecho nada por localizarlo, o convocarlo para dar su testimonio.
“Nosotros teníamos el teléfono celular de ese señor, y también el de su trabajo –narra Cristina–, así que yo marqué a esa empresa, haciéndome pasar como cliente, y pregunté por él, y ahí me dijeron que en ese momento no estaba, pero que regresaba al día siguiente a las 9 de la mañana, así que yo le di esa información a la Fiscalía, les dije ‘él va a estar tal día en tal lugar, a tal hora, vayan, pregúntenle si sabe algo’, pero los policías no fueron, me dijeron que se necesitaba enviar un oficio de colaboración a Morelos, porque esa oficina estaba ese estado, y ni modo, tampoco han enviado ese oficio de colaboración…”
En el presente, lamenta Cristina, “si hablas a esa empresa te dicen que no conocen a esa persona, y su celular ya está fuera de servicio. Lo poco que teníamos para localizarlo se perdió”.
A principios de julio de 2018, la familia de Gladys fue notificada de que, al cumplirse seis meses de ausencia laboral, su plaza en la Dirección de Obras Públicas del gobierno de la Ciudad de México será cancelada.
“Eso me preocupa mucho –reconoce Cristina, con la voz quebrada por primera vez–, porque, ¿y si ella regresa y necesita atención médica o jurídica, qué va a pasar? ¿No la va a tener? Eso me parece muy injusto.”