Es un caso que sentó un precedente legal por el que hoy en día se conceden indemnizaciones millonarias.
¿En qué gran metrópolis tuvo lugar este hito jurídico?
En ninguna… fue en Paisley, una pequeña ciudad escocesa conocida por dar nombre a un diseño ornamental con forma de lágrima curvada, popular en la confección de tejidos y estampados.
¿Cuál era el asunto legal que le concernía?
Un caracol.
¿Y quién era el demandante?
Una vendedora llamada May Donoghue.
Efectivamente: una chica de clase trabajadora fue de paseo a Paisley, donde tuvo un encuentro con un caracol y, por extraño que suene, eso condujo a una batalla legal que escaló hasta llegar a la Cámara de los Lores y tuvo tal resonancia que el caso es conocido en todo el mundo como el Caracol de Paisley.
"En el centro del caso está una botella de refresco de jengibre", señala Andrew Tickell, catedrático de la Glasgow Caledonian University.
"Los hechos: la señorita Donoghue fue a una cafetería en Paisley y ordenó un ‘flotador’, que es helado al que se le echa refresco de jengibre encima.
"Al principio todo estaba bien pero cuando llegó al fondo de la botella —que era oscura y opaca—, de ella fue escurriéndose lo que resultó ser los restos de un caracol en descomposición".
"La señorita Donoghue se descompuso. Fue al doctor y fue diagnosticada con gastroenteritis y shock, como resultado de ese repugnante descubrimiento", cuenta Tickell.
Pero Donoghue no podía emprender acciones legales por su caracol.
En aquellos días, la ley solo reconocía un deber de diligencia a las personas perjudicadas por los actos negligentes de otros en circunstancias específicas y limitadas.
Por ejemplo, si existía un contrato entre las partes, o cuando un fabricante estaba haciendo algo peligroso o actuando de manera fraudulenta.
"La ley aceptaba la idea de que uno podía demandar si la otra parte no cumplía con su parte del contrato. El problema fue que Donoghue no había comprado el refresco sino su amiga".
Uno de los misterios de este caso es que nunca se supo quién era la amiga, y se rumoreaba que entre ellas había una relación romántica.
"En todo caso, fue su amiga quien le compró el refresco al dueño del café, así que Donoghue no tenía ningún contrato con él".
Además, claramente, ni ella ni su amiga tenían un contrato con el fabricante del refresco de jengibre, quien además no podía ser acusado de fraude, y la bebida difícilmente podría describirse como peligrosa.
Se sabe casi tanto del caracol como de la otra protagonista del caso, pero los datos que quedaron hacen que la historia sea más interesante.
"A menudo se dice que la ley es como los hoteles Ritz: están en teoría abiertos para todos pero pocas veces verás personas no acaudaladas tomando té en sus salones", resalta Tickell.
Y Donaghue no era de las personas que tomaba té en el Ritz ni que esperarías ver disputando en un juicio.
"Era una mujer de origen humilde que se casó cuando tenía 18 años, tuvo 4 hijos de los cuales solo uno vivió —los demás murieron en la infancia—. Cuando los hechos ocurrieron ella se había separado de su esposo y vivía con su hermano en un barrio pobre de Glasgow".
"Así que no era una mujer rica o con conexiones poderosas; no era alguien con acceso fácil a recursos legales, de manera que no era una litigante común".
"A veces los abogados hablan del caso perfecto para poner a prueba un asunto y este es un asunto importante pues se trata de responsabilidad, obligaciones con la gente que puede terminar expuesta no solo a perjuicios por caracoles tóxicos sino toda clase de daños, así que es un gran principio y el caso de Donoghue era perfecto para discutirlo en la corte", señala Tickell.
Al rescate acudió un valiente y resuelto abogado llamado Walter Leechman, quien ya había llevado dos casos contra otro fabricante de bebidas, AG Barr, alegando que se habían encontrado ratones muertos en una botella de su refresco de jengibre.
Leechman había perdido ambos casos, pero siguió adelante y presentó el de May Donoghue contra David Stevenson, el fabricante de la cerveza de jengibre.
De apelación en apelación, el caso llegó hasta la corte más alta de Reino Unido: la Cámara de los Lores, donde se discutió el 10 de diciembre de 1931, tres años después del desagradable encuentro con el caracol.
Leechman argumentó que un fabricante que pone un producto en el mercado de una forma que no permite que el consumidor lo examine antes de usarlo, es responsable por cualquier daño causado (recuerda que la botella era oscura y opaca).
Lord Atkin de Aberdovey, considerado como uno de los mejores jueces del siglo XX, estaba en el panel que escuchó la apelación.
El 26 de mayo de 1932, Lord Atkin falló a favor de May Donoghue declarando:
"La regla de que debes amar a tu prójimo en el derecho se convierte en ‘No debes herir a tu prójimo’, y la pregunta del jurista: ‘¿Quién es mi prójimo?‘ recibe una respuesta restringida.
"Usted debe adoptar un cuidado razonable para evitar actos u omisiones que razonablemente puede prever que podrían hacerle daño a su vecino.
"¿Quién es, entonces, jurídicamente mi vecino? La respuesta parece ser personas que son afectadas tan próxima y directamente por mi acto que debiera razonablemente haber contemplado serían afectadas al dirigir mi pensamiento a los actos u omisiones correspondientes".
Con esas palabras nació la ley moderna de la negligencia.
El veredicto es conocido como "el principio del vecino".
Básicamente el principio legal es: ¿por quién soy responsable? y responde: "soy responsable por cualquiera que razonablemente se pueda anticipar que resultará afectado por mis acciones".
Eso era profundamente radical.
Significaba que no te podían envenenar, que la escalera que te daban en el trabajo no se podía romper, que la municipalidad no podía dejar obstáculos en las calles. Por eso cambió fundamentalmente la experiencia de la gente del mundo en el que vivían.
"Este caso se tornó en la decisión hito que gobierna todas las relaciones entre las personas y la sociedad. Si vas a hacer cualquier cosa que pueda llegar a perjudicar a otra persona, lo tienes que hacer sin negligencia", apunta David Hay, un abogado canadiense enamorado de la historia del caracol de Paisley.
La ley resultó ser suficientemente elástica como para aplicarla a casi cualquier relación, en cualquier circunstancia.
Entre otras áreas, cubre lesiones personales, responsabilidad del producto, negligencia profesional por parte de médicos, arquitectos e incluso los propios abogados.
Para muchos, el juicio de Lord Atkin fue un noble principio basado en el Evangelio de Lucas. Para otros, fue demasiado lejos, dando lugar a nuestra cultura de compensación moderna.
Ha enriquecido a muchos abogados y compañías de seguros, pero también ha visto a los enfermos y heridos compensados por las pérdidas causadas por los actos negligentes de otros.
En el caso original, David Stevenson murió menos de un año después de la decisión de Lores, y sus ejecutores acordaron con May Donoghue el pago de una suma desconocida, pero que se estima en unas £200.
Con su única aparición en un café de Paisley, logró asegurarse la fama póstuma por hacer posibles millones de demandas, y por darle poder al consumidor moderno.
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