Irán, Israel y Arabia Saudita casi siempre se encuentran en aceras contrarias en las disputas internacionales.
Estas tres potencias regionales de Medio Oriente llevan décadas viéndose con suspicacia y encono.
Sus relaciones oscilan entre difíciles e inexistentes. De hecho, Arabia Saudita e Irán no tienen relaciones diplomáticas con Israel y mantienen una abierta rivalidad entre sí.
Teherán y Riad chocan a través de sus aliados en Siria, Yemen e incluso en la pelea por el poder entre Hamas y Al Fatah en Palestina, pese a lo cual ambos cuestionan a Tel Aviv en lo relativo a este último conflicto.
Al mismo tiempo, Israel y Arabia Saudita se sienten amenazados por la posibilidad de que Irán obtenga un arma nuclear y rechazan que expanda su influencia en la región. Ambos son grandes aliados de Washington, la némesis de Teherán.
A pesar de estas diferencias, otra gran potencia, China, ha logrado tejer una relación cada vez más fuerte y relevante con estos tres países sin que hasta ahora se hayan visto afectadas por estos enfrentamientos.
El gigante asiático ha desplegado una amplia estrategia de acercamiento a las potencias de Medio Oriente que se ha hecho patente en las visitas que han intercambiado sus mandatarios durante los últimos años, la más reciente de las cuales fue la que llevó el pasado mes de junio al mandatario iraní, Hasan Rohaní, a China.
Las relaciones entre China e Irán se vieron fortalecidas tras la revolución islámica, ocurrida en 1979, en especial, porque tras la crisis de los rehenes en la embajada de Estados Unidos, la República Islámica comenzó a quedar aislada en la escena internacional.
En la guerra entre Irak e Irán (1980 – 1988), Pekín fue un importante proveedor de armas para los iraníes.
Posteriormente, cuando a inicios de la década pasada Estados Unidos y la Unión Europea (UE) comenzaron a incrementar las sanciones para intentar detener el programa nuclear de Irán, China mantuvo las relaciones económicas y un vital intercambio comercial que permitió a Teherán aprovisionarse de los bienes que otros países se negaban a venderle.
Este apoyo se mantuvo incluso después de 2010, cuando Pekín decidió apoyar las sanciones contra Irán en la ONU.
Pero el beneficio era mutuo. Mientras Irán lograba romper su aislamiento (y vender su petróleo), China conseguía una fuente de energía abundante y un mercado al que sus productos entraban casi sin competencia.
Al mismo tiempo, por su posición geográfica favorable en la encrucijada entre Medio Oriente, Asia y Europa, Irán es una pieza importante de la nueva ruta de la seda, uno de los proyectos de infraestructura más grandes de la historia en el que China está invirtiendo miles de millones de dólares.
Ahora, ante la decisión de Estados Unidos de abandonar el acuerdo nuclear pactado entre Irán y seis de las mayores potencias del planeta, Pekín vuelve a tener la oportunidad de ser el vínculo que permita a Teherán no quedarse aislado.
"Washington no ha dudado en investigar y sancionar a compañías chinas como los gigantes de telecomunicaciones Huawei y ZTE por hacer negocios con Teherán. Sin embargo, Irán tiene razones para ser optimista", señalaron Dina Esfandiary y Ariane M. Tabatabai, autoras del libro Triple-Axis: China, Russia, Iran and Power Politics (El eje triple: China, Rusia, Irán y el equilibrio de poder"), en un artículo en la revista Foreign Affairs.
"Grandes empresas chinas permanecen implicadas activamente en Irán y muchas de ellas van rumbo a llenar el vacío dejado por el retiro de las compañías europeas", agregaron.
Cuando se piensa en una gran potencia asociada a Israel probablemente la respuesta instantánea sea: Estados Unidos.
Pese a ello, el estado hebreo y China han desarrollado una relación económica que crece a una velocidad insospechada.
Durante una visita a Pekín en 2017 del primer ministro Benjamín Netanyahu se firmaron acuerdos bilaterales por US$25.000 millones.
Entonces, el mandatario israelí afirmó que China representa un tercio de la inversión en alta tecnología de su país.
De hecho, solo en 2016, la inversión directa china allí sumó unos US$16.000 millones. Esto se explica, en gran parte, por la compra de empresas de hi tech israelíes.
La potencia asiática también es la fuente de turistas extranjeros que más rápidamente aumenta en Israel, duplicándose entre 2015 y 2017 hasta más de 100.000 visitantes al año.
Según Elliot Abrams, investigador principal sobre Medio Oriente del Consejo de Relaciones Exteriores (CFR, por sus siglas en inglés), un centro de estudios con sede en Washington, detrás de este acercamiento hay razones pragmáticas.
"Ambos países buscan expandir sus asociaciones fuera de sus regiones, entrar en nuevos mercado y lograr oportunidades comerciales. En particular, China está atraída por el reconocido sector tecnológico de Israel, mientras que Israel acoge con beneplácito las inversiones chinas como un potencial colaborador para investigaciones", escribió Abrams en un análisis en la web del CFR.
"También ve su relación con China como una manera de rechazar el boicot y los esfuerzos de desinversión (en Israel) promovidos por otros estados", agregó.
Aunque el gobierno de Netanyahu ha expresado su deseo de que estas crecientes relaciones económicas se traduzcan en un giro más favorable hacia sus intereses por parte de China en la ONU hasta ahora no ha ocurrido y, de hecho, Pekín sigue votando contra Israel en cada oportunidad.
En marzo de 2017, el rey de Arabia Saudita, Salmán bin Abdulaziz, viajó a China para reunirse con el presidente Xi Jinping. Era un encuentro entre el gobernante del principal exportador de petróleo del mundo y el mandatario de un país que ese mismo año se convertiría en el primer importador de este producto.
"Arabia Saudita está convencida de que los precios del crudo no volverán dónde solían estar (por encima de US$100 el barril) en el corto plazo, entonces, este es el momento de diversificar sus activos económicos", señaló en aquel momento David Oualaalou, un analista y consultor en temas internacionales, en el Huffington Post.
"Al mismo tiempo, esta jugada beneficiará a China, dada su creciente demanda de petróleo saudita, además de aumentar su presencia en Medio Oriente en un momento en el que Pekín compite para conectar a China con Europa a través de desarrollo de infraestructura en el reino", añadió.
Las delegaciones de ambos países firmaron acuerdos económicos y comerciales por un monto superior a US$65.000 millones.
Entre los temas que trataron se incluyó la posibilidad de que China comprara participaciones de la petrolera estatal saudita Aramco, de la cual el reino quiere poner en venta un 10%.
Los vínculos energéticos entre ambos países ya eran de vieja data.
China es el principal socio comercial de Arabia Saudita y el segundo destino de sus exportaciones petroleras, solo superado por Japón.
Desde el punto de vista político, hay coincidencias y desencuentros.
El año pasado, Pekín ofreció dar apoyo al gobierno de Yemen, que cuenta con el respaldo de la coalición militar que encabeza Arabia Saudita.
Al mismo tiempo, sin embargo, durante el conflicto en Siria, China ha tenido una posición más favorable al gobierno de Bashar al Asad, con el cual antagoniza Riad.
Pero, ¿cómo ha podido China evitar el conflicto en el desarrollo de sus relaciones con estos tres países enfrentados?
"Irán, Israel y Arabia Saudita no se llevan bien entre ellos pero están contentos de relacionarse con una potencia económica como China", explica Emily Hawthorne, analista de Medio Oriente y el Norte de África de Stratfor, una plataforma de inteligencia geopolítica con sede en Austin (Texas), a BBC Mundo.
"China siempre ha buscado mantener relaciones estables con países de Medio Oriente sin que medien la religión o algún tipo de ideología política. También ha evitado tomar partido firme con ciertas tendencias políticas en esta región frecuentemente polarizada y ha enfatizado lo que puede ofrecer desde el punto de vista económico, por lo que estos países están contentos de comerciar y de invertir con China que no impone ninguna ideología como hacen otros socios, concretamente, Estados Unidos", agrega.
También, a diferencia de Washington, Pekín no juzga ni condiciona a otros países por sus políticas de derechos humanos.
La analista señala que la gran potencia asiática tiene tres objetivos en Medio Oriente: seguridad energética, ampliar el alcance de sus empresas tecnológicas y garantizar que sus inversiones en la nueva ruta de la seda no estén en riesgo.
"Todas esas prioridades se conectan realmente y de manera distinta con las relaciones de China con Irán, Israel y Arabia Saudita", apunta.
Hawthorne asegura que hasta ahora Pekín ha sido muy exitoso en esta estrategia pero advierte que a medida que se implique más y más en la región llegará un punto en el cual no podrá seguir teniéndolo todo y habrá algunas consecuencias políticas.
La experta, sin embargo, no prevé que los problemas surjan por parte de estos tres países.
"Washington va a vigilar las actividades económicas de China en Israel y en Arabia Saudita como si se tratara de una competencia amenazante y verá las actividades de China en Irán como un desprecio abierto a sus sanciones", concluye.
Así, los límites a estas relaciones de China en Medio Oriente no se marcarían tanto en Irán, Arabia Saudita o Israel sino en Estados Unidos.
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