Grace Jo, una desertora de Corea del Norte que vive actualmente en Estados Unidos, se siente decepcionada tras el encuentro de Donald Trump con Kim Jong-un en Singapur.
"Lamento mucho que no se haya hablado del asunto de los derechos humanos", cuenta a la BBC.
La joven asegura que el hambre mató a parte de su familia, que la obligó a huir y que vivió el horror del sistema carcelario norcoreano.
Y en la cumbre esperaba que el tema hubiera estado en la agenda de los dos líderes reunidos en Singapur.
No en vano, el presidente Trump cruzó hasta el otro lado del mundo para encontrarse con Kim en una cumbre que pocos dudaron en calificar de histórica.
Pero tras conocerse la declaración final de la cita, muchas voces, como la de Jo, dudan de que los verdaderos resultados puedan llegar más lejos del simbólico apretón de manos.
"Fue un gran día para Corea del Norte. La propaganda ahora lo pintará como una victoria para Kim y en cierta medida lo fue", le asegura a PRI The World Sung-Yoon Lee, profesor de Leyes y Diplomacia en la Universidad de Tuff (Estados Unidos).
Mientras, para el senador demócrata por Delaware Chris Coons la cumbre fue "el desenlace soñado" para el líder de Corea del Norte.
"Legitimidad en la escena internacional, una invitación para visitar la Casa Blanca, ni un calendario claro en el proceso de desnuclearización ni ninguna concesión en materia de derechos humanos", afirmó.
Y ese último tema en el que muchos coinciden con Grace Jo en que fue uno de los agujeros negros de la cumbre.
"Es una estrategia", afirma la joven , entrevistada por Hugo Bachega de BBC News en Washington.
Jo ahora es una de las responsables de Refugiados Norcoreanos en Estados Unidos, una asociación que ayuda a los desertores en este país.
"Si Kim quiere conseguir dinero, necesita librarse de las sanciones", afirma, convencida de que, una vez lo logre, el líder de Pyongyang "mantendrá su régimen con vida".
Como ella, cientos de norcoreanos desertores protestaron en Corea del Sur por considerar que la cita entre Trump y Kim fue una "oportunidad perdida" para dialogar de lo que ellos consideran violaciones de los derechos humanos en su país natal.
Jo dice que su historia puede ser un resumen de cómo viven cientos de personas allí y cómo el encuentro del martes también debió ir más allá de los cohetes atómicos.
"No podemos separar el asunto nuclear de los derechos humanos. Desarrollan armas nucleares mientras la gente se muere de hambre o en las prisiones", sostiene.
A finales de la década de 1990, Jo era aún una niña que crecía en una aldea de Corea del Norte y a la que el pelo se le volvió amarillo.
Cuenta que estaba "desnutrida" y pasaba días enteros sin nada que comer, que a los cinco años se comió seis ratones recién nacidos que su madre encontró bajo una piedra junto a la casa familiar.
De sus dos hermanos, el menor murió de hambre. El otro estaba tan débil que apenas podía caminar.
Su hermana mayor salió un día en busca de comida y nunca regresó. Su padre también murió después de ser arrestado y torturado por haber escapado a China en busca de arroz.
Su madre se convenció entonces de que la única esperanza era escapar.
Con ella y con su hermana mayor, Jo caminó durante tres días por carreteras sin asfaltar y atravesó montañas hasta que finalmente llegó al río Tumen y cruzó a China.
Una vez allí, sobrevivieron ocultándose de las autoridades de Pekín, que suelen repatriar a Corea del Norte a los desertores que localizan.
Pero en 2001 las atraparon y fueron entregadas a Corea del Norte.
A la madre de Jo la enviaron a un campo de trabajos forzados, mientras que a las chicas las pusieron en un orfanato en el que también tuvieron que trabajar.
Al año siguiente las pusieron en libertad y, de nuevo, volvieron a escapar. Esta vez sobornaron a un guardia de fronteras para que les franqueara el paso.
Pero de nuevo fueron arrestadas y enviadas de vuelta.
"Pensamos que moriríamos en prisión. No teníamos ninguna esperanza", recuerda ahora.
Un pastor religioso coreano-estadounidense para el que habían empezado a trabajar en su etapa en China fue su salvación.
Cuatro meses después de pagar US$10.000 en sobornos a la policía secreta del Norte, logró que la familia fuera puesta en libertad.
Llegó entonces la tercera y definitiva marcha a China.
En 2008, la oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados las asentó como asiladas en Estados Unidos.
Ahora, ya convertida en una estudiante universitaria en el estado de Maryland, ha asistido a algo que siempre creyó imposible: los líderes de Corea del Norte y Estados Unidos dándose un apretón de manos.
Pero mientras esto pasa, los activistas pro-derechos humanos denuncian que los habitantes de Corea del Norte pueden ser encarcelados por casi cualquier cosa.
La economía también está estrictamente controlada y el gobierno desvía fondos a su programa de misiles y armamento nuclear, el tema que centró las conversaciones en Singapur, a pesar de la escasez de artículos de primera necesidad.
Jo asegura que por eso guarda recuerdos terribles de su infancia.
La situación ha mejorado desde entonces, pero la ONU calcula que el 41% de la población norcoreana está mal alimentada.
La joven dice que su mayor esperanza es que tras la cumbre algo pueda cambiar en Corea del Norte, que su gente pueda respirar algo de libertad.
Ahora puedes recibir notificaciones de BBC Mundo. Descarga la nueva versión de nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.