Es una historia de amor y de horror, un libro conmovedor, devastador, "del que es imposible salir indemne, que te deja tocado, que te remueve por dentro", decía en 2017 un blog del sitio leersinprisa.com
Desde que se publicó en 2015, "Las tierras arrasadas", del mexicano Emiliano Monge (1978) se instaló entre críticos y lectores como un texto extraordinario, que remece al lector del letargo en que a veces caemos frente a uno de los temas más urgentes de nuestro continente: la migración de miles de centroamericanos que huyen cada año de la violencia que azota sus países y cuya crueldad es tal que cuesta creer que sea cierta.
Pero lo es. Y Monge la retrata con maestría a través de la voz de una pareja de secuestradores y el silencio de los migrantes que son secuestrados.
Autor de cuentos, ensayos y tres novelas, ganador entre otros de los premios Jaén y Elena Poniatowska, el mexicano es parte de Bogotá 39, una lista que recoge a los escritores latinoamericanos más destacados de su generación.
BBC Mundo conversó con él en San Salvador, donde la semana pasada participó en el Foro Centroamericano de Periodismo organizado por el periódico digital El Faro.
¿Por qué decides escribir sobre la migración de centroamericanos y no sobre la de tu propio país?
Yo estudié ciencias políticas, así que la migración siempre me interesó mucho y había escrito sobre violencia, pero no sobre migración.
Sabía que algún día lo haría, y estaba convencido de que contaría la migración de mexicanos.
Pero al final elegí escribir sobre migrantes centroamericanos por la invisibilidad del tema en México, un país muy bueno para reclamar derechos para el migrante mexicano en Estados Unidos, que sin embargo nunca los reclamó para los centroamericanos que cruzan o están en México, porque ni siquiera los ve, incluso si estamos hablando de migraciones masivas.
Yo incluso creo que nos quedamos cortos con la palabra migración, que es un término que se puede aplicar cuando migra un miembro de una familia. O dos.
Pero cuando se mudan familias y comunidades enteras para asegurar la supervivencia es una diáspora y creo que eso es lo que han sufrido Centroamérica y México: una diáspora que ha vaciado territorios.
Y quería escribir sobre eso, porque yo sí creo que la literatura -y cada escritor le puede dar un sentido diferente- sirve para hacer visibles ciertos temas que las sociedades no ven, para sacarlos de debajo de la cama.
Es un tema bastante invisible en el periodismo también, ¿no? La frontera del norte entre México y Estados Unidos le ha robado protagonismo a la del sur, donde los mexicanos son los que deportan y secuestran.
Si, porque además la política exterior mexicana, que es inexistente, que se decide en Washington hace por lo menos tres sexenios, ya antes de que llegara Trump había mudado la frontera a Chiapas.
México se convirtió en la gran frontera para los latinoamericanos.
Ahora con el discurso de Trump se vuelve a dar relevancia al muro, pero el verdadero muro en realidad es México entero.
Paradojalmente, los protagonistas de tu libro no son los migrantes, sino los secuestradores. ¿Por qué tomaste esa opción?
Hay varios motivos.
Yo creo que en estos escenarios de violencia de alguna manera nos insensibilizamos, el horror ya no nos alcanza.
Te pongo un ejemplo, el narcotráfico corta una cabeza y es primera plana, pero al día siguiente que corte una cabeza ya no es portada, entonces tiene que cortar tres cabezas, pero cortar tres cabezas al otro día tampoco es primera plana, entonces tiene que cortar una cabeza y metérsela en el estómago… Y así.
Yo no te digo que a ese horror nos hayamos acostumbrado, pero sí vamos poniendo una cierta distancia de tolerancia.
Y entonces quizás hay que reinterpretar la violencia, porque si a través del horror no la sentimos, quizás a través de su estetización, podemos volver a verla de frente.
Eso por un lado.
Por otro, creo que una de las únicas salidas que tenemos a estas sociedades de violencia es la empatía y la literatura, el arte, la comida son como las puertas.
Evidentemente, lo más fácil es ser empático con las víctimas, casi cualquiera puede empatizar con ellas, ponerse en su lugar.
Lo realmente difícil, o para lo que hace falta más valor, es ponerse en el lugar del victimario, y creo que hay que ser empático con él para entender el ecosistema completo de la violencia.
Y, además, comprender que en situaciones como estas, si revisamos el nacimiento, la infancia y la juventud de los personajes, la diferencia entre lo que hace que uno sea secuestrador y el otro secuestrado es mínima, y no es consecuencia de la moral ni de la ética, sino de una guerra económica.
En el libro, esa delgada línea aparece de forma muy brutal con uno de los personajes, Mausoleo, que comienza siendo víctima y de pronto y con mucha facilidad se convierte en victimario.
Ese territorio en la novela me interesaba mucho, el de la conversión, que es también el de la supervivencia.
Al final las violencias en América Latina y en todo el mundo estallan en la fricción entre dos realidades, en este caso la del migrante y el secuestrador, y Mausoleo es la representación de esa fricción.
Es interesante entender en este mismo sentido que la violencia es un poco como la energía, ni se crea ni se destruye, se transforma. O sea, hay que buscar a dónde se mudan las violencias. La violencia está siempre en las sociedades humanas. Cuando parece que no está hay que saber rastrearla.
Los europeos pueden decir que América Latina es muy violenta -y evidentemente que lo es- , pero nunca hubo un realidad más violenta en Latinoamérica que la Inquisición. Y en países que son supuestamente civilizados, lo que hay que hacer es descubrir a dónde se mudó la violencia y casi siempre es al lenguaje. Pero ahí está también.
La relación de amor entre Estela y Epitafio, que son los secuestradores, puede llegar a ser perturbadora, porque es muy fácil identificarse con ellos.
A mí me gustaría creer que eso es lo que pasa en el lector, que empatiza de tal modo con los victimarios que quiere que se logre la historia de amor de dos personas, por las que si lo piensas en frío tendrías que tener sentimientos despreciables.
En algún sentido, se trata de dejar de pensar -que también ha hecho mucho daño a nuestras sociedades-, que los malos son muy malos y los buenos son muy buenos, esos maniqueísmos que nos hacen no entender la realidad que habitamos.
Es decir, esta gente que secuestra tiene una vida común y corriente, así de duro es. Ellos aman, tienen hijos, los cuidan, etc., exactamente igual que la víctima.
Por otro lado, el asunto es que el amor entre Estela y Epitafio, que siempre está a punto de lograrse, no se logra por el mismo asunto que marca la vida de las víctimas, que es el hecho de que estos victimarios, estos secuestradores, son lo que son porque se han hecho a sí mismos, han salido adelante en un mundo del horror, de violencia.
Y la regla número uno es que no puedes confiar en nadie. Todos hemos tenido relaciones de pareja. Hay un punto, cuando están empezando, en que sabes que va en serio porque te dejas ir, te dices bueno voy a confiar, voy a atreverme a que esto pueda acabar mal, a que me hagan daño.
Y en esas circunstancias, cuando no puedes confiar en nadie, eso no te lo puedes permitir. Eso es lo que les pasa. No es el teléfono que no contestan, es que no pueden -ni siquiera en aquel que aman- depositar la posibilidad de que les haga daño, porque nunca jamás la han depositado, porque es la única manera de sobrevivir.
Otro protagonista menos obvio es el sonido o la ausencia de él. Hay descripciones de los ruidos de la selva, Estela es sorda y hay numerosas frases entrecortadas, que el lector tiene que intentar completar y te ponen en el lugar del que no oye.
A mí en todos mis libros me interesan los escenarios, creo que tienen una correspondencia directa con el paisaje interior de los personajes. Me gusta mucho hacer ese juego. Por eso hay una selva, hay desierto. Para mí la musicalidad en la novela es fundamental y el ruido de fondo es parte de eso.
El escultor español Eduardo Chillida tenía una frase que me encanta, que es que el vacío también es materia, pero una materia más lenta.
Yo siempre he tenido esa frase como uno de mis leitmotiv, pero trastocada a pensar que el silencio también es palabra, pero una palabra más lenta.
Un elemento fascinante son los testimonios de migrantes que aparecen en cursivas junto a versos de La Divina Comedia de Dante, que en tu libro cobran una actualidad terrible si consideramos que fue escrita en 1321.
Originalmente esta novela iba a ser una obra de teatro, pero yo nunca he hecho dramaturgia y cuando empecé a trabajar me di cuenta de que estaba utilizando unas herramientas que no conocía para un tema que me era demasiado importante.
Entonces decidí hacerla novela, aunque el libro mantuvo mucho de la idea original, que era la estructura de tragedia griega.
Al comienzo los coros no eran reales, sino ficción, pero en un momento paré todo y me fui a recoger testimonios.
Quedé desolado.
Lo más duro no fueron las historias que encontré, me contaron o leí, sino la repetición de las mismas, que a tanta gente le pase exactamente lo mismo. Esa circularidad, esa repetición.
La lectura de esos testimonios me hizo reflexionar mucho en lo que se perdía al entrar a México y pensaba en el descenso a los infiernos de Dante. Porque se pierde todo: el idioma, la religión, la identidad, todo, se dejar de ser quien se era y te vuelves parte de una masa, dejas de ser humano.
Mi idea original era que el texto, que está separado en tres libros, fuese una especie de infierno, purgatorio y paraíso.
Lo que pasa es que en esta realidad no hay lugar para el paraíso. Y las citas, que yo quería que hubiese de toda La Divina Comedia, son el 90% del infierno y unas pocas del purgatorio. No hay ni una del paraíso.
En tu libro las víctimas pierden hasta el nombre…
Sí, las víctimas nunca lo tienen, pero los victimarios también van perdiendo esos nombres sin identidad que pertenecen a una pira funeraria, Epitafio, Mausoleo, y pasan a ser un deseo, el sentimiento por el otro, como el que quiere tanto a Estela…
Olvidémonos del paraíso, entonces, ¿ves alguna luz de cómo pasamos del infierno al purgatorio?
Yo no soy muy positivo, la verdad.
Para los migrantes es un momento complicadísimo, porque los gobiernos de los países centroamericanos y de México no los ven como un problema, no lo aceptan, no lo reconocen.
No actúan en consecuencia porque no hay políticas públicas y, aunque se nos olvida que la administración de Obama deportó más migrantes que todas las demás administraciones juntas y que el que construyó dos terceras partes del muro fue Bill Clinton, la radicalización del discurso con Trump hace que la situación hoy sea aún más complicada que cuando yo escribí este libro.
La sociedad de familiares de salvadoreños desaparecidos en México habla de 70 mil salvadoreños desaparecidos en los últimos 10 años.
Es cierto que es un número complicado de agarrar, porque hay una enorme cantidad de gente que se va y que decide romper el contacto y otras que se quedan en México a vivir.
Pero la verdad es que México es un país lleno de fosas y en ellas no hay solo mexicanos. Hay muchísimos centroamericanos.
Es un nivel de violencia y abandono horribles.
Finalmente, ¿qué libros sobre migrantes recomendarías?
De no ficción me parece que "Los migrantes que no importan", de Óscar Martínez, es el más importante, hablando de la migración centroamericana.
Y de ficción, "La fila india", de Antonio Ortuño, es un libro importantísimo.
Y hay también una obra de teatro de una escritora mexicana, poeta, Sara Uribe, que se llama Antígona González, donde no es evidente el tema de la migración, pero es como un homenaje a Antígona, a madres de desaparecidos buscando a sus hijos, con testimonios, en verso. Es un libro extraordinario.
Esta entrevista fue elaborada para la versión digital de Centroamérica Cuenta, un festival literario que se celebraría en Managua del 21 al 25 de mayo, pero fue pospuesto indefinidamente a causa de la crisis política y social que se vive en Nicaragua. Durante esta semana, sin embargo, BBC Mundo publicará parte de ese material, que trata de dar una idea de la diversidad y riqueza cultural centro y latinoamericanas.