Cuando en la mañana del primero de diciembre 2017 el personal de la casa de modas canadiense Mackage regresó a trabajar, se dio cuenta de que una sola prenda de su colección se había agotado inexplicablemente de la noche a la mañana.
Cada uno de sus abrigos de estilo militar con doble botonadura, cuyo precio era de US$1.013, había sido arrasado de los estantes en más de 20 países, en tres continentes.
¿La razón? Meghan Markle.
La prometida del príncipe Harry se había puesto el abrigo tan solo cinco horas antes, a unos 8.000 kilómetros de distancia, en su presentación pública en Nottingham, en el norte de Inglaterra.
En cuestión de minutos muchas mujeres en todo el mundo querían tener el abrigo de Mackage.
La empresa canadiense no fue la única ganadora.
Meghan también llevaba una cartera de Strathberry, que se vende por US$675.
Strathberry es una start-up fundada hace cuatro años en Edimburgo.
En cuestión de cuatro minutos, la cartera se agotó en sus sitios web: global, estadounidense y chino.
"El número de visitas al sitio web era impresionante. Hubo un momento en que las visitas se multiplicaron por 10 en comparación con nuestro promedio diario", señaló Leeanne Hundleby, propietaria y cofundadora de la compañía.
Meghan también vistió un abrigo de la casa de modas canadiense Line the Label el día en que se anunció oficialmente su compromiso con Harry.
También se vendió en minutos y se reportó que el sitio web de la firma se sobrecargó de visitas.
Line aprovechó el furor y el abrigo quedó bautizado como "El Meghan".
Este es el tipo de publicidad que los departamentos de mercadeo sueñan toda su vida con llegar a tener.
Ceril Campbell, una consultora de imagen y estilo que asesoró a la nieta de la reina Isabel de Inglaterra, Zara Philips, también tiene a su cargo la imagen de varias celebridades.
"Cuando te mueves seriamente en la esfera pública y asciendes en la ‘lista A’ de personajes, te inunda la gente que quiere que te pongas su ropa. Literalmente tienes que esquivarla", señala.
El Palacio de Kensington insiste en que la familia real no acepta regalos, aunque el estatus de Meghan -quien oficialmente todavía no es miembro de la realeza- es ambiguo con respecto a ese punto en particular.
Cuando la BBC le preguntó a la Strathberry si Meghan pagó por la cartera, la compañía respondió: "Sin comentarios".
De acuerdo con Campbell, algunas de las ideas que toma en cuenta cuando asesora a una celebridad sobre un diseño en particular son:
"Primero tienes que pensar cuál diseñador es el más apropiado para la ocasión, su nacionalidad, los valores de la marca".
Una pregunta clave, dice la experta, es: ¿el diseñador es del lugar que la personalidad visitará?
"Después viene una cuestión de etiqueta: ¿se verán los hombros descubiertos? (…) Finalmente entra el precio: ¿cuánto cuesta? No quieres vestir prendas de diseñador cuando visitas personas menos afortunadas. Es una cuestión de educación y consideración".
Eso explica por qué cuando Meghan visitó Cardiff se puso unos jeans de Hiut Denim, una marca de Gales que busca revivir la industria local dedicada a la mezclilla.
El día de la boda veremos no sólo el traje que Meghan escogió para la ocasión sino el diseño que tratarán de reproducir en diferentes partes del planeta.
"Vamos a ver cómo el vestido de Meghan será copiado velozmente", indica la doctora Patsy Perry, profesora de mercadeo de la moda en la Universidad de Manchester.
Las compañías que se dedican a la moda rápida pueden colocar diseños nuevos en las tiendas en menos de un mes.
"Puedes conseguir que alguien haga el patrón en una semana; que se haga un muestreo en otra semana si las maquinistas están disponibles y, luego, en un mes, fácilmente la prenda podría estar disponible para los clientes".
Pero no se trata sólo del vestido de bodas. El impacto real irá más allá del pasillo de la capilla de Saint George.
David Haigh, director ejecutivo de la consultora Brand Finance, cree que el beneficio de la boda de Harry y Meghan a la industria de la moda y la ropa se puede estimar en unos US$203 millones este año.
La boda como un todo -cuando se tome en cuenta el efecto de los turistas adicionales que atraerá, las ventas de productos de mercadería, champaña, vino, comida- podría añadir unos US$1.300 millones a la economía británica.
Pero Meghan no sólo compra productos británicos.
Lleva años viviendo en la ciudad de Toronto, donde se filmaba la serie que protagonizaba: Suits.
De ahí su preferencia por marcas canadienses como Smythe, Line the Label, Birks y Sentaler.
Su versatilidad también hace que pueda respaldar extraoficialmente marcas en un espectro mucho más amplio.
Quizás no comprará en las tiendas más económicas, pero podría lucir lo que la industria de la moda llama eufemísticamente diseños "asequibles".
Y eso es algo que Meghan comparte con la ex primera dama de Estados Unidos Michelle Obama.
David Yermack, profesor de transformación financiera y de negocios de la escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York, investigó el efecto de Michelle Obama en la industria de la moda y estimó que el valor promedio añadido a una compañía después de que una de sus prendas fuese vestida por ella era de US$14 millones.
"Obama mezcla la alta costura con artículos que cualquier persona puede comprar en un centro comercial", señaló.
Una vez que has sentido el cálido brillo del "efecto Meghan" en tus ventas ¿cuánto dura?
"En términos de largo plazo es difícil decirlo, pero estimamos que las ventas este año incrementarán entre 20-40% debido a que hay un aumento de la conciencia sobre las marcas".
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