Durante casi sesenta años, muchos cubanos de Miami soñaron con el día en que los Castro cedieran las riendas del gobierno en Cuba.
Ese día es este 19 de abril y, sin embargo, ahora a pocos parece importarles.
En esta soleada jornada de abril, apenas hay indicios de que en la isla en la que nacieron cientos de miles de los residentes de esta metrópoli latina y global se avecina un cambio histórico con la salida de Raúl Castro de la presidencia y su reemplazo por su hasta ahora vicepresidente primero, Miguel Díaz-Canel.
"Cuando murió Fidel, la gente se echó a las calles, a beber y celebrar. Los carros tocaban las cornetas y había bullicio en todas partes. Hoy no hay nada de eso", cuenta Reglis Loforte, un treintañero que dejó en su Guantánamo natal a dos hijas pequeñas para ganarse la vida aquí como conductor de Uber y empleado en una empresa de fontanería.
Si muchos ansían la caída del comunismo en la isla, su sueño es el permiso de las autoridades de inmigración estadounidenses para traer a sus niñas.
Reglis cree que la gente no se alegra por el cambio porque en realidad no lo hay.
"Raúl sigue como primer secretario del Partido Comunista y es el que tendrá todo el poder. El otro tipo lo único que podrá hacer es obedecer".
El suyo es un diagnóstico que muchos comparten.
La cafetería Versalles, en la famosa calle 8, ha sido durante años el gran centro de reunión del exilio cubano en Miami.
Cuando en noviembre de 2016 falleció el histórico líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, una multitud jubilosa se congregó allí para festejar y brindar por la noticia.
Esta semana, al poco de que en La Habana se conociera la identidad del sucesor del hermano al que dejó al timón, si no fuera por los reporteros que revoloteaban por el lugar y un puñado de veteranos manifestantes agrupados detrás de una pancarta contra el castrismo, la estampa hubiera sido la de cualquier otro día.
Lugareños y turistas se inscribían en una lista a la espera de una mesa libre.
Luis Alberto García, de 54 años, es uno de los que ha ido, no a manifestarse, sino a dar cuenta de una de las generosas raciones de ropa vieja que sirven en este siempre concurrido negocio.
Al principio, se muestra reacio a dar su opinión. "Yo me fui de Cuba en el 95 y no quiero saber nada de aquello ya".
Luego se suelta.
"El sistema en Cuba no va a cambiar porque a quienes tienen el poder verdadero no les interesa que cambie. Han elegido un monigote, pero los que mandan siguen siendo los mismos".
Para muchos de los exiliados de Miami, ha pasado tanto tiempo desde que la dejaron que Cuba es ya una lejana referencia.
Aunque una a la que no renunciarán jamás.
Como explica Francisco Rodríguez, que relata que salió en balsa hace ya 36 años, "en Miami hay gente de muchos países, pero los únicos que hablan siempre del suyo son los cubanos".
"Nosotros somos una raza especial", proclama.
Entre los cubanos radicados en Miami pueden rastrearse las diferentes etapas de la agitada historia de la nación caribeña y sus no menos agitadas relaciones con Estados Unidos.
Más al este en la calle 8, ya en pleno corazón de la Pequeña Habana, me encuentro con Rolando Fernández, que partió siendo niño con su familia en 1960. Cuenta que su abuelo fue un dirigente político cercano a Fulgencio Batista, el gobernante de facto al que derrocó la Revolución.
Salió por razones políticas para nunca más regresar.
"Yo nací en Cuba, pero Estados Unidos es mi país".
"Las cosas no van a cambiar porque al comunismo, cuando se instala, la única manera de sacarlo es por la fuerza".
En otra esquina de la ciudad, en Hialeah, vive Sissi Rodríguez, mucho más joven que Rolando. Ella tiene 31 años y llegó en 2001 cuando era una adolescente.
Su familia, que vivía en la humilde barriada habanera de Lawton, decidió emigrar en busca de unas expectativas que en Cuba no encontraban.
"Fue la mejor decisión que mis padres pudieron tomar".
Ahora trabaja para "Roots for hope" (Raíces para la Esperanza, en español), una organización dedicada a apoyar las iniciativas de los jóvenes cubanos, y cree que el encono que durante mucho tiempo marcó la vida y las conversaciones sobre la isla de los cubanos de Miami se han superado.
"Miami estaba muy polarizado y no se hablaba de que los jóvenes podían tener una opinión distinta a la de sus mayores".
Quizá porque la nueva generación de dirigentes que Díaz-Canel encabeza no participó en las batallas en las que muchos veteranos del exilio perdieron bienes y seres queridos, la crispación parece haberse rebajado.
El año pasado recorrió la isla entera con un grupo de muchachos, descendientes de cubanos, que nunca habían ido a Cuba pero que sabían dónde vivían sus padres y sus abuelos antes de marcharse.
"Para mí fue diferente y emocionante, porque esa no es mi realidad como cubano-americana".
Un viaje así hubiera sido imposible antes de las medidas de acercamiento impulsadas por el gobierno de Barack Obama, que Donald Trump ha rectificado parcialmente.
Ahora espera que el relevo en la presidencia sea el primero de más cambios y enfatiza la importancia del momento: "Nunca me hubiese imaginado que un día como hoy se hubiese nominado a alguien que no tuviera un apellido Castro".
Sissi vive dedicada a la restauración de los lazos entre las dos Cubas que viven separadas por el estrecho de Florida.
La suya no se antoja una tarea fácil.
Alina Saavedra, de 49 años, explica que no se plantea regresar a Cuba. "Ya no me queda nadie allí".
Trabaja en una cadena de restaurantes de comida cubana llamada El Palacio de los Jugos. Ni siquiera sabe que el presidente de su país ha cambiado.
Es una compañera la que se lo explica, aunque tampoco acierta a darle muchos datos. "Pusieron a un tipo de pelo gris, no sé cómo se llama, uno que estuvo en Holguín", dice en alusión a la etapa de Díaz-Canel como responsable de esa provincia cubana.
Después de décadas de tira y afloja, el viejo pulso político entre castrismo y anticastrismo le resulta cada vez más ajeno a quienes optaron por buscar en Miami un sustento y un futuro.
En el Versalles, los de la pancarta a favor de Trump hacen todo el ruido que pueden para que la querella no se olvide.
No es mucho porque ellos solo son cuatro.
Pero cuando las cámaras de televisión los filman, redoblan sus esfuerzos.
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