Miguel Díaz-Canel, un ingeniero de 58 años que desde 2013 se desempeñaba como primer vicepresidente de Cuba, fue elegido como sucesor de Raúl Castro.
Se trata de un relevo histórico en la jefatura del Estado. Por primera vez en casi 60 años, un nuevo dirigente no perteneciente a la familia Castro ni a la generación que hizo triunfar la Revolución y condujo a la isla hacia el socialismo, toma las riendas del país.
Con el proceso de reformas económicas iniciado bajo la presidencia de Raúl Castro aparentemente encallado, el acercamiento a Estados Unidos paralizado y los analistas advirtiendo del deterioro de la economía, el nuevo líder cubano tiene ante sí desafíos mayúsculos.
Estos son los 5 mayores.
La principal fuente de legitimidad en la política interna de Cuba había sido hasta ahora el hecho de haber participado en la lucha guerrillera contra el régimen de Fulgencio Batista.
Fidel Castro fue el líder de aquel movimiento armado y desde su victoria en 1959 se le aclamó oficialmente como el líder histórico de la revolución socialista.
Cuando debido a sus problemas de salud le cedió el poder a su hermano Raúl, provisionalmente en 2006 y definitivamente en 2008, éste pudo contar con el aval de haber tomado parte en aquella Revolución armada y de su parentesco con Fidel.
Pero, como indica, Rafael Hernández, director de la revista cubana Temas, “la autoridad de Raúl o de Fidel no la va a heredar nadie”.
Se trata, pues, de un relevo generacional no exento de problemas, en el que el nuevo máximo dirigente “tendrá que construir su propio consenso y su propio capital político”.
Si en la época de Fidel era él quien concentraba el poder, Hernández cree que ahora se vivirá “un proceso de descentralización”.
Según él, con Raúl Castro se impuso un estilo más colegiado de gobernar y Díaz-Canel “se caracteriza por su capacidad para trabajar en equipo”.
Obligado a explicar más sus decisiones al resto de dirigentes y a ser más conciliador de lo que tuvieron que serlo los Castro, el nuevo presidente podría sufrir un problema de falta de autonomía y ver limitada su capacidad de maniobra para impulsar reformas.
De hecho, el adiós de Raúl Castro no es total.
Seguirá siendo el primer secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC), reconocido en la Constitución como “la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado”.
Junto a él, permanecerán en su Buró Político figuras como Ramiro Valdés o José Ramón Machado Ventura, compañeros de Raúl y Fidel en la llamada “Generación histórica”, a la que Díaz-Canel elogia y promete lealtad.
Rafael Rojas, intelectual cubano del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE) de Ciudad de México cree que el Buro Político retiene “el poder real” y en él se “ha decidido acompañar el traspaso de la jefatura del Consejo de Estado, entre una generación y la otra, con un inmovilismo institucional e ideológico que reste ímpetu renovador al nuevo liderazgo”.
Pronostica que Díaz-Canel formará “un gobierno muy, muy continuista, sobre todo en sus primeros años, porque el continuismo es una garantía de su legitimidad”.
A quienes, como la oposición, reclaman que la salida del menor de los Castro traiga consigo una rápida transformación en la isla, su sucesor lanzó un mensaje claro al anunciar “continuidad de todo”.
Durante la presidencia de Raúl Castro, la puesta en marcha de las medidas liberalizadoras avivó la actividad económica, la condonación de gran parte de la deuda externa negociada con los países del llamado Club de París alivió las cuentas estatales y el sector privado floreció.
Las medidas de apertura emprendidas por Castro abrieron la puerta a cosas hasta entonces vetadas a los habitantes de la isla, como abrir pequeños negocios privados, comprar y vender viviendas y autos, viajar al extranjero y alojarse en hoteles.
Pero últimamente las cosas parecen haberse torcido.
La economía vio como en 2016 se frenó su crecimiento de los últimos años.
El de ese año es el último dato de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) confirmado por la Oficina Nacional de Estadística (ONE) y muestra un incremento del 0,5%, muy inferior al 4,4% de 2015.
El ministro de Finanzas y Planificación, Ricardo Cabrisas, hizo balance de 2017 diciendo que había sido un año “tenso y complejo”. Ante la Asamblea Nacional anunció que el PIB creció un 1,6% interanual.
El pasado marzo Castro animó a los cubanos a mirar al futuro “con total confianza” y reconoció “errores e insuficiencias” en la puesta en práctica de las reformas.
Carmelo Mesa Lago, catedrático de Economía en la Universidad de Pittsburgh, duda de que los datos oficiales cubanos sean fiables y sostiene que “Cuba vive la peor crisis desde el llamado Periodo Especial de la década de 1990, cuando se produjo la caída del socialismo real en Europa”.
La situación actual, que no ha llegado a la gravedad de aquella, se debe, en gran parte, a los problemas de otro socio y aliado: Venezuela.
Los intercambios con este país, hasta hace poco el principal socio comercial de Cuba, han caído drásticamente.
El gobierno admite la necesidad de mejoras. Subraya el impacto negativo del embargo que Estados Unidos mantiene en vigor y de fenómenos meteorológicos adversos como el huracán Irma, que golpeó la isla el pasado verano.
Para muchos observadores fuera de la isla, el único camino posible pasa por liberalizar la economía nacional y favorecer la llegada de la inversión extranjera.
El reto, según Rafael Hernández, “es construir un nuevo modelo socialista y eficiente que restaure el nivel de vida que tenían los cubanos en la década de 1990”.
La pregunta es si tal cosa será posible.
Para Mesa-Lago, en el plano económico, el nuevo presidente encara “un periodo de transición muy difícil”.
El pasado marzo, Díaz-Canel afirmó que “la actualización del modelo económico y social es un proceso más complejo de lo que pensamos en un principio”.
Cuba es especial por muchas razones. Una de ellas es que es uno de los pocos países del mundo con dos monedas en circulación.
Se trata del Peso Cubano o CUP, en la que el Estado paga los salarios de los trabajadores, y el CUC o Peso Cubano Convertible, equivalente a 25 CUP.
Economistas dentro y fuera del país advierten desde hace años de la necesidad de terminar con una anomalía que impide que las reformas económicas fructifiquen.
Aunque en Cuba servicios como la educación y la sanidad son gratuitos, los cubanos que trabajan para el Estado (aproximadamente el 75% de la población) perciben su salario en pesos cubanos, mientras que los productos que adquieren en tiendas y supermercados se venden en CUC, con lo que su poder adquisitivo se resiente enormemente.
El gobierno se ha fijado el objetivo de la unificación monetaria, pero tampoco esa es una misión sencilla.
“La doble moneda plantea problemas tremendos y la unificación no es algo que se pueda hacer de un golpe”, señala Mesa-Lago.
Muchas empresas estatales llevan su contabilidad desde el supuesto de que un CUC vale casi lo mismo que un dólar estadounidense, pero en realidad este es su valor solo en las casas de cambio oficiales de Cuba. En el extranjero, el CUC no es objeto de intercambio.
Esto genera “enormes distorsiones” que impiden conocer la situación real de esas compañías y el valor de muchas exportaciones que se canalizan a través de ellas.
“Con la unificación, muchas quebrarían”, afirma el economista cubano basado en Estados Unidos.
Otro efecto indeseado sería el de la inflación. Unificar dos monedas de valor tan diferente provocaría un aumento de los precios.
Otro rompecabezas que Díaz-Canel tendrá que resolver.
Acceder a internet sigue sin ser fácil para los cubanos.
En primer lugar por su poca accesibilidad. En la mayor parte del país, la red solo está disponible en unos puntos Wifi de acceso públicos en la calle.
Y luego por el punitivo precio. Con un salario mensual que en la mayoría de los casos no supera los US$20 ó 30 mensuales, el dólar y medio que cuesta una hora de conexión supone un esfuerzo que pocos pueden permitirse.
Según el informe sobre la libertad en la red de la organización Freedom House de EE.UU., Cuba sigue siendo uno de los países del mundo con una más baja penetración de internet y el gobierno bloquea los sitios que considera inadecuados, entre ellos muchos de los promovidos por la oposición.
Se estima que apenas un 5% de los cubanos tiene internet en su casa.
En los últimos meses, la compañía estatal de comunicaciones, Etecsa, puso en marcha un plan con el que pretende extender internet en los hogares del país.
Los críticos señalan que el coste sigue siendo demasiado elevado y la velocidad de la conexión muy lenta.
El nuevo presidente de la isla se refirió al problema de la red el pasado febrero. “Se ha hecho mucho, pero no todo lo que necesitamos, ni de la manera más coherente”.
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca supuso el final del acercamiento iniciado por Barack Obama.
El nuevo presidente anuló algunas de las medidas más importantes de su antecesor. La restauración de las restricciones a los viajes de ciudadanos estadounidenses ha privado de una de sus fuentes principales de ingresos al sector turístico, vital para la economía cubana.
Trump endureció además el embargo vigente desde hace décadas al poner trabas a todos los negocios con EE.UU. de las empresas gestionadas por Gaesa, el gran entramado empresarial controlado por las Fuerzas Armadas.
Las nuevas normas dificultan que los nacionales de Estados Unidos pernocten en los hoteles de Gaesa o consuman en sus restaurantes.
Esta tanda de medidas consideradas hostiles por La Habana se produjo poco después de un turbio e inesperado incidente diplomático.
Tras denunciar que personal de su embajada en Cuba había sufrido problemas de salud derivados de supuestos ataques sónicos, Washington redujo al mínimo la actividad consular y aseguró que las autoridades cubanas no cumplieron su deber de proteger a los diplomáticos extranjeros.
Estados Unidos no presentó pruebas.
La expulsión el pasado octubre de 15 funcionarios de la embajada cubana en Washington confirmó el deterioro de las relaciones.
El gobierno cubano ha negado toda relación con los supuestos ataques sónicos.
López Levy cree que “si se mantiene la agresividad desde Washington, es probable que Cuba se coloque a la defensiva”, lo que reduciría los incentivos de sus gobernantes para introducir cambios en el sistema.
Las relaciones con Estados Unidos han sido difíciles desde que el comunismo se impuso en la isla.
Con la visita de Obama a Cuba en 2016 se abrió paso un nuevo tono cordial entre ambos países que chocó con la negativa del Congreso de EE.UU., de mayoría republicana, a levantar el embargo.
Carlos Malamud, investigador del Real Instituto Elcano de Madrid, cree que entonces La Habana “cometió un error garrafal al no dar los pasos necesarios para impulsar” las reformas que hubieran permitido a Obama probar en su país que su política hacia la isla estaba dando el resultado que no dio medio siglo de bloqueo.
Díaz-Canel protestó recientemente contra la hostilidad del “imperio” estadounidense.
La vieja retórica del enfrentamiento se abre paso de nuevo.