Las mujeres de Zinacantán, Chiapas, recibieron apoyos gubernamentales para proyectos productivos que les ayudaron económicamente en 2001, pero después de unos años, descubrieron que “estar organizadas” era mucho más importante que cualquier ayuda del gobierno. Por eso constituyeron la cooperativa “Mujeres sembrando la vida” en la que incluso funciona un fondo de salud y educación para las 250 integrantes.
Xunka Hernández, de 36 años, es traductora de tzotzil al español y desde 2003 se ha convertido en una activista dentro de su comunidad que lo mismo convence a más mujeres de involucrarse en la organización, que lucha contra los prejuicios en una comunidad donde el promedio de escolaridad es de 3 años y medio y 95% de la población vive en pobreza.
“Cuando empezamos la cooperativa, la gente veía mal que las mujeres salieran, participara, que no estuvieran en sus casas”, comenta Xunka, quien ha decidido no casarse ni tener hijos hasta el momento, una opción que rompe con el patrón previsto para las mujeres de su comunidad.
Ella ha estado dedicada a la organización a la que vio nacer y está viendo evolucionar. De hecho, la organización comenzó con la madre de Xunka, Magadalena Hernández, quien en 1999 quedó viuda y con cuatro hijas qué mantener. Entre las opciones que buscó para sobrevivir fue el apoyo de una organización civil llamada Foro para el Desarrollo Sustentable que apoyaba a la comunidad para la siembra de hortalizas.
Sin embargo, aunque ella también asistía a las reuniones, los hombres de su comunidad decidían repartirle menos apoyo, sólo por el hecho de ser mujer, lo cual le parecía injusto. Por eso decidió que ya no tendría intermediarios sino que ella misma buscaría los apoyos.
En 2001, Foro para el Desarrollo Sustentable lanzó un proyecto llamado Ahorro y crédito que consistía en otorgar préstamos para miembros de la comunidad y Magdalena convocó a más mujeres y logró sumar a 72 que consiguieron el crédito para siembra de hortalizas y confección de artesanías. Consiguieron pagarlo y obtener ganancias de su propio trabajo. Esa fue la primera vez en que las mujeres de Zinacantán se organizaron.
Apenas tres años después, el grupo consiguió sumar a 250 mujeres, quienes consiguieron un apoyo gubernamental de la Secretaría de Medio Ambiente que incluía construcción de fogones ahorradores de leña, proyecto de reforestación, construcción de letrinas ecológicas y siembra de hortalizas.
Esta fue la experiencia que les confirmó “la importancia de estar organizadas”, dice Xunka, por eso decidieron constituirse legalmente como cooperativa y decidieron llamarse Mujeres sembrando la vida porque justamente eso hacían, “estábamos buscando nuestra vida, trabajando juntas”, agrega.
En 2013 llegó una nueva oportunidad para la cooperativa, la organización Impacto, dedicada a vincular a artesanas con pequeños empresarios y diseñadores, se acercó con las mujeres de Zinacantán para que comercializaran sus artesanías con base en el comercio ético, es decir, venderlo a un precio justo.
“Impacto nos ayudó con asesorías de cómo mejorar el trabajo de artesanía, sacar los precios, cómo empacarlos, venderlos, manejar los clientes, hacer publicidad”, cuenta Xunka. Y lo han hecho tan bien que venden sus prendas en tiendas de Puebla, Ciudad de México, San Luis Potosí y Morelos. Incluso, consiguieron un cliente en Estados Unidos que les envía prendas en las cuáles ellas realizan los bordados.
Con Impacto, aprendieron a determinar el costo de cada prenda. “Contamos el tiempo de elaboración, el costo de la materia prima, tenemos un ahorro para la salud y educación. El precio de un producto incluye eso, gastos de transporte y apoyo a las representantes de la cooperativa. Todo eso lo ponemos en un cuadro de Excel y así sacamos el precio”, explica Xonka.
Por eso es que, por ejemplo, un huipil lo venden en 850 pesos de mayoreo y 1200 pesos en menudeo. Esto contrasta significativamente con los precios de otras mujeres artesanas de la comunidad, que venden un huipil en 450 pesos.
Las integrantes de Mujeres sembrando la vida deciden todo en asamblea. Por eso es que la mayoría consideró que también era necesario tener un fondo de salud para aquellas que enferman y no pueden solventar los gastos para una atención médica de calidad.
Acordaron ir alimentando el fondo con el 2% de cada prenda que se vende. “En la asamblea decidieron que no era fondo perdido porque no todas trabajan igual sino que ese dinero serviría para hacer préstamos de mil y hasta 5 mil pesos para las socias que lo necesitaran y después de aliviarse empiezan a pagar el préstamo sin intereses”, explica Xunka.
También descubrieron que necesitaban un apoyo extra a la educación básica para sus hijos y crearon la escuelita “Corazón de niño”, que atiende entre 15 o 20 niños de jueves a sábado. Los maestros son jóvenes becarios de la comunidad que reciben 600 pesos mensuales y que ayudan a los pequeños con sus tareas porque en ocasiones, los padres no saben leer ni escribir o sólo hablan tzotzil. Esto era un problema para las familias porque “los niños traían tarea pero los papás no los podían ayudar y por eso se atrasaban”.
Después de estos años de trabajo, las mujeres de Zinacantán aprendieron a organizarse y decidir por ellas mismas. Ahora se sienten satisfechas de solventar sus necesidades económicas y además, haberse ganado el respeto de su comunidad.