Va camino de convertirse en la crisis diplomática más seria entre Rusia y Occidente desde la anexión de Crimea en 2014.
A pesar de los desmentidos de Moscú, los aliados de Reino Unido han aceptado claramente la versión de Londres que sostiene que el uso de un agente nervioso militar contra el exespía Sergei Skripal y su hija en una ciudad británica debió de ser "muy probablemente" obra del Estado ruso.
La recién anunciada expulsión de un grupo de diplomáticos rusos de Estados Unidos y de una veintena de países (14 de la Unión Europea) es una notable muestra de solidaridad, más aún si se tiene en cuenta que se produce en un momento de tensión en las relaciones entre la UE y Reino Unido por las negociaciones del Brexit.
Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, señaló que "medidas adicionales, incluyendo más expulsiones, no se excluyen en los próximos días".
Se trata de un duro mensaje para Moscú, que ahora estudia como responderá.
Es una significativa victoria diplomática para la primera ministra británica Theresa May, que supone además un endurecimiento de la posición del gobierno de Donald Trump con respecto a Rusia.
Londres se apresuró en apuntar a Moscú. Pero luego evitó las diatribas públicas, lanzándose a todos los foros internacionales disponibles -la UE, la OTAN, Naciones Unidas, y la muy relevante Organización para la Prohibición de las Armas Químicas- para mostrar las evidencias recabadas y justificar las conclusiones.
Esa paciencia diplomática ha dado ahora resultado.
Cabe asumir que muchos o la mayoría de los diplomáticos rusos expulsados son operativos de inteligencia. Por ello, el impacto en las actividades de espionaje exterior de Rusia podrían ser considerables.
Rusia debe ahora ponderar que acciones tomará como respuesta. El presidente Putin no podía imaginarse que se encontraría con este grado de solidaridad.
Moscú percibía a Reino Unido como débil y cada vez más aislado, a la Unión Europea como distraída y al equipo de Trump como desequilibrado y comprometido por la curiosa reticencia del presidente estadounidense a castigar a Rusia.
Este podría haber sido un serio error de Putin. En muchos sentidos, lo que estamos viendo es un destacado despliegue de acción europea concertada, aunque él quizá prefiera quedarse con que no todos los Estados miembros de la UE han tomado parte en él.
Lo más significativo podría ser el cambio de Estados Unidos. La política de Trump hacia Rusia ha sido hasta ahora sorprendentemente indulgente y desatinada.
Pero hay que tomar nota de que la respuesta diplomática que ahora da Washington no solo supone la expulsión de 48 diplomáticos y el cierre del Consulado ruso en Seattle.
También incluye la expulsión de doce representantes rusos en la ONU a los que el Departamento de Estado describió como "operativos de inteligencia", que han "abusado de su privilegio de residir en Estados Unidos".
Hace tan solo unos días, Trump parecía dejar de lado al ataque de Salisbury al hablar de una nueva cumbre con Putin. ¿Seguirá adelante el plan de celebrar esta cumbre? ¿Y si es así, cuándo?
La actual disputa llega justo cuando el equipo que se ocupa de dirigir la política exterior de Estados Unidos está cambiando significativamente, con el exdirector de la CIA, Mike Pompeo, tomando el relevo de Rex Tillerson como secretario de Estado y John Bolton asumiendo en cargo de asesor de Seguridad Nacional.
Mientras que ambos hombres se muestran en clara sintonía con el presidente en lo relativo a la política con Irán, Pompeo debe de tener una visión más global sobre las disruptivas actuaciones de la inteligencia rusa y Bolton aboga hace tiempo por una mayor firmeza ante Moscú.
Rusia ha sido claramente puesta en cuarentena y un periodo de relaciones más frías entre Moscú y Occidente se avecina. Pero este es también un momento para que los gobiernos occidentales para definir exactamente en qué consiste el "problema" ruso.
Toda la retórica sobre una nueva Guerra Fría y una gran escalada defensiva está muy bien, pero probablemente sea errado.
No hay que exagerar: Rusia no es la Unión Soviética, un actor global con una ideología que moviliza masas en todo el mundo. Tiene sus fortalezas pero también sus debilidades, y la economía no es la menor de ellas.
En los últimos años, Putin ha hecho una buena publicidad centrada en las capacidades militares de Rusia en los lugares con los que tiene fuertes lazos históricos o diplomáticos.
Básicamente, Rusia es vista como una potencia cercana en lo que los rusos llaman su "exterior cercano". Por ello, puede suponer una amenaza para Georgia o Ucrania. De alguna forma, Siria puede incluirse en ese "exterior cercano".
La "potencia" rusa podría estar a punto de entrar en declive. Mantiene, no obstante, una extraordinaria capacidad para causar problemas mediante el "hackeo", la desinformación y el respaldo a partidos políticos extremistas.
Para contrarrestar esto, los gobiernos occidentales quizá tengan que gastar en defensa; pero seguro que tendrán que gastar mucho más en hacer a sus sociedades más resistentes.
Lo primero es alcanzar una evaluación común del problema. Y el uso de un agente nervioso en la tranquila ciudad catedralicia de Salisbury podría haber puesto ese proceso en marcha.
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