"Las guerras comerciales son buenas y son fáciles de ganar", dijo el pasado 2 de marzo el presidente estadounidense Donald Trump.
Pero como le contestó este jueves el destacado columnista del diario New York Times, premio Nobel de economía y reconocido opositor del presidente, Paul Krugman, "en realidad las guerras comerciales muy raramente son buenas y no son especialmente fáciles de ganar".
Los primeros cañonazos de esta guerra económica ya se sintieron.
Estados Unidos anunció el jueves restricciones arancelarias a importaciones por valor de US$60.000 millones, centradas en las ventas de aluminio y acero.
El objetivo central era China, pues dejó por fuera de las medidas a otros grandes jugadores de la economía mundial como la Unión Europea y, más cercano a nosotros, a las tres grandes economías latinoamericanas: Brasil, México y Argentina.
Como era de esperarse, la retaliación de Pekín se conoció apenas horas después.
El viernes, China anunció que se disponía a imponer aranceles sobre US$3.000 millones de importaciones estadounidenses.
Se reservó además el derecho a expandir esos aranceles y emprender acciones legales contra Estados Unidos ante la Organización Mundial del Comercio.
Uno de los detonantes inmediatos de la disputa es el área de la competencia tecnológica.
Trump repite la bien documentada denuncia de las violaciones a la propiedad intelectual por parte de empresas chinas y dice que los aranceles son una especie de castigo a China por "robar" los avances tecnológicos estadounidenses.
Pero, como asegura Krugman, para presionar a China a respetar las normas internacionales sobre propiedad intelectual, Estados Unidos necesita de un consenso entre otras naciones industriales que enfrentan el mismo problema con la potencia asiática, que hoy se sienten alienadas por las constantes amenazas de acciones comerciales ofensivas que emanan de la Casa Blanca.
Los aranceles estadounidenses son notorios tanto por lo que penalizan como por lo que no. Específicamente, todavía no aplican a las importaciones gigantescas de instrumentos de alta tecnología como los teléfonos inteligentes, millones de los cuales son ensamblados en China.
Por más que compartan el nacionalismo económico de su presidente, pocos estadounidenses quedarían contentos con tener que pagar más por su iPhone por cuenta de los aranceles de Trump.
Por el momento, es una guerra comercial que tiene un carácter más simbólico que real.
Las medidas arancelarias apenas cubren una fracción del enorme intercambio comercial entre las dos economías principales del mundo, en donde se estima que Estados Unidos enfrenta un déficit comercial de más de US$300 mil millones.
Las sanciones que China impuso este viernes apenas cubren a US$3 mil millones de los US$130 mil millones que exporta Estados Unidos a ese país, o sea menos de 3%.
El peso de las medidas, por el momento, se enfoca más en lo político.
Las recientes disposiciones de la Casa Blanca establecen protección frente a las importaciones chinas a sectores industriales estadounidenses como el de la producción de acero, que tienden a estar situados en la región centro-norte del país, la misma que se convirtió en el inesperado bastión electoral de Trump en las elecciones de 2016.
Sin embargo, advierten los opositores a las medidas proteccionistas, también en esta zona están basadas las industrias automotrices estadounidenses, que sentirán el impacto de tener que comprar acero y aluminio a precios más altos por cuenta de la guerra económica de Trump.
Y si en el lado estadounidense se escogieron los productos cubiertos por los aranceles con cierto criterio político, esto también puede verse del lado chino.
China impuso medidas proteccionistas a productos estadounidenses como las nueces y el vino, producidas mayoritariamente en California, uno de los estados más influyentes y tal vez el núcleo de la oposición política a Trump.
Nuevamente, analistas insisten en que nos encontramos apenas en la primera fase de una serie de retaliaciones comerciales que se ven venir entre China y Estados Unidos.
La gran pregunta es qué tanto se expandirá la guerra comercial.
Los estudiosos de la historia económica traen a colación un nombre específico: Smoot-Hawley. Así se llamó una ley estadounidense que impuso en 1930 una serie de aranceles a la producción extranjera y que desencadenó una sucesión de medidas de respuesta proteccionista en Europa.
La Ley Smoot-Hawley fue el primero de una serie de dominós que cayeron y dieron al traste con el comercio mundial.
Muchos ven en esa medida a uno de los grandes culpables de la Gran Depresión mundial de los años 30.
Por supuesto, nada indica que el mundo tenga que recorrer inevitablemente el mismo camino esta vez. Por el contrario, Estados Unidos permanece plácidamente en una situación de desempleo casi inexistente. Su economía no ha dejado de crecer, lo mismo que las de los principales países de Asia y Europa.
Pero los mercados reaccionaron con marcado pesimismo este viernes a las noticias provenientes de Pekín y Washington.
El índice de bolsa de Nikkei en Japón perdió 4,51% de su valor, y el de FTSE en Londres caía a mediados del viernes al punto más bajo en 15 meses. El equivalente australiano, el ASX200, se redujo en 2%. Y hacia el final de la tarde del viernes, Wall Street también se inclinaba a la baja.
La misma Organización Mundial del Comercio advirtió este viernes que crear barreras arancelarias afectará negativamente a la economía mundial. El jefe del organismo, Roberto Azevedo, ha llamado a un diálogo urgente.
El mundo estará atento a cómo reaccionan los mercados en los próximos días.
Y si tomarán bien la perspectiva de una expansión en una guerra comercial, que había sido prometida hace meses por Trump, pero que no por ello deja de preocupar a observadores en todo el mundo.
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