La historia de una mujer que no podía tener relaciones sexuales sin sentir dolor y pasó décadas con un diagnóstico erróneo inspiró una obra de teatro que quiere darle esperanza a otras mujeres con disfunciones similares.
Fue durante un frío invierno, hace un año, cuando la actriz británica Emily Francis escuchó un testimonio en la radio que la conmovió hasta las lágrimas.
"Sentí una tristeza desesperante al escuchar la historia de Callista. Un problema en su vagina le había destruido la vida. Había perdido su pareja, sufría depresión, era algo trágico".
Callista Wilson, una estilista de moda de San Francisco, había estado hablando para el proyecto 100 Mujeres de la BBC sobre su búsqueda de una cura para el insoportable dolor que sentía al tener relaciones sexuales.
Cuando Callista trató de usar un tampón por primera vez a los 12 años, experimentó un dolor agudo.
Años después, cuando estaba sentada o haciendo sus tareas diarias, sentía un ardor entre sus piernas. Cuando se tocaba la vagina, el dolor se volvía más intenso, como si se hubiera cortado.
Callista finalmente tomó valor para abordar el tema con un médico cuando tenía 20 años.
Tras ser examinada le dijeron que no habían detectado ninguna anormalidad y que debía tratarse de un problema psicológico.
Con el paso de los años se le hizo cada vez más difícil lidiar con ese problema.
"Cuando estaba en mis 20, conocí a alguien, me enamoré y nos fuimos a vivir juntos a un lugar en la playa".
"Hablábamos de matrimonio pero siempre había un ‘pero’. Cuando teníamos sexo era dolorosísimo. Tenía que desmayarme o emborracharme. Cuando estás con alguien a quien amas mucho, es horrible. Él no podía aceptarlo".
Callista y su novio dieron por terminada la relación: "Fue el momento más triste de mi vida. Tenía el corazón destrozado".
El dolor no solo estaba afectando sus relaciones de pareja. La sumió en la depresión, le provocaba distracciones en el trabajo y había dañado la relación con sus padres.
Hubo terapeutas que le dijeron que el dolor podía estar relacionado con el hecho de que sus padres eran religiosos y ella empezó a culparlos por eso.
Ocho años después y tras haber visto a 20 médicos, Callista encontró un especialista que le dijo que lo que ella tenía era bestiboludinia neuroproliferativa.
Le informó que había nacido con 30 veces más terminaciones nerviosas en la entrada de su vagina y que se podía corregir con una cirugía.
Emily se puso en contacto con Callista. La historia tomaría forma en la obra titulada "Internet fue hecha para adultos".
"Me enojaba mucho saber que durante mucho tiempo le dijeron que el problema estaba en su cabeza", explica.
"¿Cómo fue posible que le hayan estropeado la vida a esta mujer en la era de la medicina moderna?".
Emily y Callista pasaron horas en conversaciones transatlánticas.
Emily descubrió que si bien la condición específica de Callista es bastante rara, la vulvodinia es más común. Hace referencia al dolor que se experimenta cuando una vagina es tocada o se ejerce presión o a un dolor espontáneo constante.
Estudios sugieren que al menos el 16% de las mujeres en Estados Unidos lo sufrieron en algún momento.
"La idea de que mucha gente no pueda tener sexo sin sentir dolor es horrible y todo lo que leímos apuntaba a que la razón era parcialmente que las mujeres no saben cómo hablar de eso o lo aceptan", dice Emily.
"Incluso algunas mujeres en la producción de nuestra obra lo aceptaban como algo ‘normal’".
Emily también quería abordar otro aspecto: por qué muchos médicos dijeron que el dolor se debía a razones psicológicas.
Le preguntó a médicos conocidos. Uno jamás había escuchado hablar de vulvodinia y los otros sabían de su existencia, pero no habían recibido ningún entrenamiento sobre causas, diagnóstico y tratamiento.
Así fue que Emily convirtió la historia personal de Callista en una obra de teatro sobre las mujeres, el sexo e internet.
Lo que el guión no incluye es lo que sucedió después de que se le practicara la cirugía a Callista.
El procedimiento incluyó la remoción de capas de piel en la entrada de la vagina y su reemplazo por células sanas de otras partes del cuerpo.
Meses después Callista estaba en condiciones de tener sexo, pero tenía un pequeño problema: no tenía pareja.
Optó por una solución práctica. "Llamé a un buen amigo y le dije, ‘ven y hagámoslo’". Así fue que pudo tener sexo sin sentir dolor por primera vez en su vida.
"No lo podía creer. Estaba eufórica, lloré, fue muy emotivo y hermoso".
Entabló una relación con otra persona. "Me sentía como una joven teniendo sexo en todos lados", recuerda.
Finalmente se dio cuenta de que el sexo enmascaraba otros problemas en la relación y decidieron terminar. Ahora Callista está tratando de encontrar lo que el sexo significa para ella.
"Fue una transformación en todas las maneras posibles. Vivo sin dolor y estoy creyendo nuevamente en mí".
Callista se siente entusiasmada con la obra de teatro en Londres y confía en que nadie más tenga que pasar por lo mismo.
"Lo que más quiero en el mundo es que la mujeres jóvenes que se enfrentan a esto sepan que este problema tiene un nombre, que no es algo misterioso o imaginario, que es real".
"Quiero que cada mujer sepa que no es su culpa y que no está sola".
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