No hace mucho, los analistas predecían una nueva era para América Latina.
Eran comienzos del siglo XXI y la política de la región iniciaba un nuevo capítulo.
Para muchos, era un cambio estimulante, una nueva era socialista en una región conocida desde hace mucho tiempo por sus abismales desigualdades.
Los protagonistas de esta nueva fase eran (el ya fallecido) Hugo Chávez en Venezuela y Luis Ignacio Lula da Silva en Brasil.
Pero en casi toda América Latina, desde Bolivia hasta Ecuador y Argentina, la izquierda ganaba.
Casi dos décadas después, Lula, que una vez fue el político más popular de Brasil, ha sido condenado a 12 años de prisión por delitos relacionados con el escándalo Lava Jato, la mayor investigación sobre corrupción en la historia del país.
El sucesor de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, ha hundido a Venezuela. La gente está pasando hambre y más de cuatro de cada cinco personas en un país con grandes reservas de petróleo viven en la pobreza.
Cuando Mauricio Macri ganó las elecciones presidenciales en Argentina en 2015, terminó ocho años de gobierno peronista bajo la dirección de Cristina Fernández de Kirchner.
El año pasado, el candidato de centro derecha Sebastián Piñera ganó las elecciones de Chile.
Y en Costa Rica a principios de este mes, un predicador evangélico ganó la primera ronda de las elecciones presidenciales y actualmente mantiene la ventaja antes de una segunda ronda en abril.
El cambio está en marcha.
Este año se celebrarán seis elecciones presidenciales en la región.
1 Abril: segunda ronda en Costa Rica
22 Abril: Paraguay y Venezuela
27 Mayo: primera vuelta en Colombia
17 Junio: segunda vuelta en Colombia (de ser requerida)
1 Julio: México
7 Octubre: primera roda en Brasil
28 Octubre: segunda vuelta en Brasil (de ser requerida)
Dos tercios de los más de 600 millones de habitantes de la región votarán por un nuevo líder y los elegidos podrían cambiar profundamente la apariencia y los actos de América Latina.
Entonces, ¿estamos viendo un cambio de izquierda a derecha? No es tan simple.
"Creo que es muy difícil identificar una tendencia clara", dice Oliver Stuenkel, profesor de Relaciones Internacionales de la Fundación Getúlio Vargas en São Paulo.
"Básicamente, toda la situación política en la mayoría de los países fluye con la tendencia de que los partidos establecidos no puedan conservar el poder y de que entrarán nuevos partidos".
Sin embargo, hay varias cosas que unifican la región.
Hace poco más de una década, América Latina estaba experimentando un boom de las materias primas.
Eso significaba que países como Venezuela, con sus vastas reservas de petróleo, y Brasil, con sus productos básicos como soja, azúcar, café y jugo de naranja, podían permitirse apoyar sus generosos programas sociales.
La región creció en promedio alrededor del 6% entre 2003 y 2008, ayudando a sacar a millones de personas de la pobreza.
La de ahora es una era diferente. El crecimiento económico se ha ralentizado.
"Entre 70 y 80 millones de personas pasaron de la pobreza a la clase media", dice Daniel Zovatto, Director para América Latina y el Caribe del Instituto para la Democracia y la Asistencia Electoral.
"Pero es una clase media muy precaria que corre el riesgo de volver a la pobreza".
Con la insatisfacción en aumento, las lealtades políticas están cambiando.
La corrupción es la palabra predominante en la política latinoamericana.
Según Transparencia Internacional, más de la mitad de las personas en la región sienten que a su gobierno le va mal en la lucha contra la corrupción.
Más de 90 millones de personas dijeron que pagaron un soborno en 2015. La corrupción no es nueva, pero la actitud de las personas hacia ella está cambiando.
La investigación sobre el caso de corrupción "Lava Jato"en Brasil es en parte culpable de eso.
No solo ha implicado a los políticos y líderes empresariales más importantes del país, sino que sus tentáculos se han extendido por toda la región, desde Perú y Panamá hasta Venezuela.
Entonces, ¿qué es diferente ahora? Daniel Zovatto lo compara con la reciente controversia sobre la violencia sexual.
"El acoso sexual tampoco es nuevo, pero mire el impacto ahora", dice. "Hay un cambio en la cultura, un cambio en los valores", dice, y agrega que con el aumento en la clase media, no es tan aceptable como lo era antes.
La forma en que las personas viven la política en la región también está cambiando.
Los latinoamericanos son algunos de los mayores usuarios de las redes sociales. Brasil tiene el tercer mayor número de usuarios de Facebook en el mundo.
"Las redes sociales están complicando las cosas", dice Oliver Stuenkel.
"Mucha gente está cada vez más aislada de otros debates de la corriente principal. Ahora hay un diálogo menos productivo debido a la polarización extrema, lo cual es bastante preocupante porque hace más difícil establecer compromisos".
Eso es así especialmente en lugares como Brasil, donde Lula todavía tiene millones de seguidores a pesar de los cargos de corrupción en su contra.
Pero del otro lado hay un movimiento anti-Lula en crecimiento y grupos de derecha cada vez más poderosos gritan por el hundimiento de la izquierda.
La política está polarizada y eso se repite en toda la región.
Pero no tanto como en Colombia, donde el presidente Juan Manuel Santos negoció un acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en 2016 después de más de 50 años de conflicto. El acuerdo dividió a los colombianos.
Pero más allá de la división sobre el proceso de paz, hay una cosa que une a los colombianos y eso es el enojo por la corrupción.
Después de que el presidente Santos tuvo que disculparse por los fondos ilegales que se canalizaron a su campaña, la gente quiere un cambio y ese será un gran foco de las elecciones presidenciales del país en mayo.
La gente quiere un nuevo liderazgo.
"Hay una crisis de democracia representativa en todo el mundo. Hay que estar mucho más atento a las diferentes formas en que existe la realidad", dice el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso.
"No se puede unir a todo el mundo con una etiqueta. Tenemos que profundizar más para entender qué está pasando realmente".
En Brasil, Jair Bolsonaro, un político de extrema derecha, está detrás de Lula, que quizás ni siquiera sea capaz de presentarse a las elecciones debido a sus antecedentes penales.
El estilo populista de Bolsonaro, un nacionalista que quiere mayor participación de los militares en el gobierno, ha recibido un gran apoyo de personas que sienten que el país necesita un liderazgo fuerte.
La segunda economía más grande de la región, México, tiene un candidato populista propio, pero Andrés Manuel López Obrador no podría ser más diferente.
Mientras que Bolsonaro ha sido apodado el Trump de Brasil, López Obrador desprecia al presidente de los Estados Unidos y quiere reprimir el crimen y la corrupción.
Sin embargo, ambos hombres muestran claramente el deseo de un nuevo tipo de política en la región y un rechazo a la élite política.
Existe una fuerte desconfianza en las instituciones en toda la región.
Según encuestas realizadas por Latinobarómetro, solo el 53% de las personas en 2017 pensaba que la democracia era la mejor forma de gobernar. Es el quinto año consecutivo en que ha caído.
Los brasileños son los menos felices con la democracia en toda la región. Solo el 13% se declara satisfecho con ella.
¿Qué hace que la gente piense que estas elecciones cambiarán eso? Oliver Stuenkel opina que la insatisfacción dará lugar a candidatos más extremos.
"En muchos países tienes candidatos autoritarios que dicen que la dificultad de la democracia es que lleva mucho tiempo tomar una decisión, que es necesario concentrar el poder", dice, dando los ejemplos de Bolivia, Venezuela y partes de América Central.
Mauricio Fronzaglia, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Mackenzie, está de acuerdo.
"La democracia no cumple lo que alguna vez prometió", dice.
Fernando Henrique Cardoso piensa que el problema es más matizado. "Tenemos democracia, estamos siguiendo leyes, siguiendo la Constitución. Lo que falta es legitimidad".
Y eso no se puede resolver en una elección.
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