Lynda Kent tardó mucho tiempo en darse cuenta de que su hija de 19 años tenía un trastorno alimentario. Al final fue su otra hija la que le dio la voz de alarma: "Mamá, ¿es que no ves lo que está pasando?".
Su historia no es atípica.
Según los resultados de una encuesta reciente entre más de 2.000 adultos británicos, uno de cada tres no podía nombrar ningún indicio de un trastorno alimentario, y la gran mayoría, un 79% no podía mencionar ningún síntoma psicológico, como tener baja autoestima o una percepción distorsionada del peso.
El problema, según los especialistas, es que el escaso conocimiento de los indicios tempranos de enfermedades como la anorexia o la bulimia está vinculado a un retraso en el tratamiento, y eso aumenta el riesgo de que estos trastornos se vuelvan potencialmente letales.
Ahora, 15 años después de lidiar con la enfermedad de su hija, Lynda puede hablar por experiencia de cuán sutiles pueden llegar a ser los indicios más tempranos.
"Al principio no los ves. Algunos pueden ser cambios de humor. Mi hija se volvió muy reservada y muy callada", cuenta.
"Empezó a evitar la comida, a evitar decir la verdad sobre dónde había comido y a mentir. Por ejemplo, me decía "ya comí antes" o "me voy a comer con una amiga", prosigue.
"Pero pasó mucho tiempo antes de que salieran a la luz los indicios más dramáticos", admite quien llegó a pensar que su hija se iba a morir por el trastorno alimentario que sufría.
Los 6 principales indicios tempranos a los que estar atentos, según la organización sin ánimo de lucro Beat, que ofrece apoyo a pacientes con trastornos alimentarios, son:
Según el director de Beat, Andrew Radford, cuando los adultos detectan esos indicios tempranos y los pacientes empiezan a tratarse pronto, tienen muchas más posibilidades de tener una recuperación prolongada.
"Si estás preocupado por un miembro de la familia, un amigo o un compañero, habla con ellos y anímalos a ir al médico o a algún servicio específico especializado en problemas alimentarios", recomienda Radford.
Mentir para esconder el problema
Lynda dice que los padres y familiares deben saber que los pacientes con trastornos alimentarios pueden volverse muy herméticos en su afán por ocultar la dimensión de su problema.
"Se vuelven muy ingeniosos para que no los pilles, un poco como los alcohólicos. Así que se vuelven muy buenos en manipular la situación en la que están", explica el experto.
Lynda recuerda una vez en la que le había dejado a su hija pollo en el frigorífico y para que pareciera que se lo había comido la adolescente separó la carne de los huesos pero no la comió sino que la tiró fuera de casa.
"Mientras no entiendes los trastornos alimentarios piensas que la solución están en hacer que coman, pero lo que necesita atención es la mente", dice la británica.
"Si no se trata la mente, nada cambiará con la comida, porque todo viene de un lugar de inseguridad y control: la comida es lo único que ellos pueden controlar", agrega.
Según esta madre, es fundamental que reciban ayuda lo antes posible, aunque matiza que "ellos tienen que verse en un punto en el que quieran recibirla".
Lynda y su hija se pasaron una década luchando contra la anorexia.
Ahora, tras un tratamiento privado en Estados Unidos, la salud de su hija ha permanecido estable durante los últimos cinco años.
"Estoy muy esperanzada", le dijo a la BBC. "Hace cinco años y medio llegó un punto en el que me preocupaba no volver a ver con vida a mi hija".
"Si alguien tan enfermo como estaba ella se puede recuperar, hay esperanza. Para lograrlo hace falta mucho amor, mucha atención y mucha devoción, pero hay esperanza".
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