Hipótesis acerca de experimentos terroríficos para determinar la mejor manera de sobrevivir a climas helados, creencias erróneas, como la predicción del tiempo con animales muertos, telepatía, morfina para manzanas y otras extravagancias se han tratado de comprobar a lo largo de los últimos 500 años.
Probablemente no sorprenda saber que esas teorías no superaron los criterios establecidos por el rigor científico, pese a la convicción y los argumentos de quienes las defendían.
BBC Mundo te presenta algunas de las hipótesis “científicas” más extrañas de la historia.
En 1913, el clérigo inglés Charles Webster Leadbeater (1854 y 1934) publicó un libro llamado “El lado secreto de las cosas”, con el que trató de crear un nuevo árbol evolutivo… para hadas.
“Cuando eran parte del mundo vegetal, estos seres fantásticos dependían de grama, avena y trigo para vivir. Posteriormente, en el mundo animal, se alimentaban con hormigas y abejas. Actualmente están en el estadio de minúsculos espíritus de la naturaleza”, afirmaba Leadbeater.
Y una vez que llegaban a ese punto, observarlas era muy agradable. Según el clérigo, las razas tenían distintos colores, lo que diferenciaba las tribus, así como las plumas de las especies de pájaros no eran iguales.
Pero como las hadas no existen, Leadbeater no pudo probar su teoría.
El doctor Sigmund Rascher realizó algunos de los experimentos más horribles durante la era nazi en el campo de concentración de Dachau, en el sur de Alemania.
Uno de los que realizaba con más frecuencia tenía que ver con el frío extremo. Quería saber cuál era la mejor manera de tratar a los pilotos que habían tenido que escapar de su avión en paracaídas en el mar del Norte. Estas pruebas también le servían para simular las condiciones climáticas con las que tenían que lidiar los soldados alemanes en el frente de guerra.
Así que en invierno obligaba a los prisioneros a pararse en el exterior durante 14 horas o los forzaba a meterse en un tanque de agua helada. Cuando perdían la conciencia trataba de revivirlos con baños de agua caliente.
Sin embargo, Heinrich Himmler, uno de los oficiales nazi de más alto rango, tenía una teoría distinta. Aseguraba que las esposas de los pescadores del mar del Norte revivían a sus maridos, cuando en un accidente terminaban en el mar, con el calor corporal.
Para comprobar la hipótesis de Himmler, mujeres gitanas fueron enviadas a Dachau a solicitud de Rascher. El médico las obligó a desnudarse y a acostarse con las víctimas de hipotermia.
Concluyeron que lo más efectivo eran los baños de agua caliente.
El homeópata estadounidense Charles Wentworth Littlefield aseguraba haber descubierto el secreto de la vida.
Cuando atendía a pacientes que habían sufrido alguna cortadura, oraba para curarlos.
Un día tomo una muestra de sales orgánicas que ayudan a que la sangre se coagule y empezó a rezar pensando en un pollo.
Cuando analizó la muestra bajo un microscopio, se sorprendió al ver que la formación de los cristales de la sal era igualita al pollo en el que había estado pensando.
Asumiendo que tenía poderes telepáticos, Littlefield publicó un libro en el que aseguraba que al fijar sus pensamientos en pequeños montones de sal había logrado reproducir con los cristales la silueta del Tío Sam (la característica ilustración de un hombre vestido con los colores de la bandera de Estados Unidos que se usaba para reclutar soldados).
Según el homeópata, las sales también se transformaban en animales minúsculos como cangrejos y peces. Incluso en humanos de tamaño miniatura.
La mayoría de las especies no estaban vivas, a excepción de una raza microscópica de pulpos que, según Littlefield, eran el origen de la vida en la Tierra.
Contrario a lo que él creía, el novelista sueco August Strindberg, quien vivió entre 1849 y 1912, no era un científico.
Según una de sus teorías, las plantas tenían un sistema nervioso. Para comprobarlo se llevaba jeringas a sus caminatas matutinas y le inyectaba morfina a las plantas con las que se tropezaba para determinar si exhibían los efectos del consumo de drogas.
Un día, un policía lo descubrió introduciéndole la aguja a una manzana y lo arrestó. Fue puesto en libertad cuando explicó el experimento que estaba realizando. El funcionario se dio cuenta de que Strindberg era un excéntrico inofensivo y no un siniestro envenenador de frutas.
El homúnculo era una especie de humano artificial minúsculo que los alquimistas “cultivaban” en laboratorios.
Sin duda, la historia más famosa de esta creación es la de Paracelsus, un médico suizo-alemán que vivió entre 1493 y 1541.
También era químico, astrólogo, místico, alcohólico y alquimista. En su libro, “De Rerum Natura”, el autor se refiere al tema de la siguiente manera:
“Hay que dejar que el esperma de un hombre se pudra en un vaso sellado por 40 días. Cuando haya transcurrido este período de tiempo, será algo así como un hombre, pero transparente y sin cuerpo. Si se le cuida y alimenta con sangre humana durante 40 semanas… se convertirá en un infante”.
Paracelsus, de hecho, afirmaba haber creado un homúnculo de 30 centímetros siguiendo las indicaciones descritas con anterioridad.
La obra maestra del filósofo inglés Thomas Browne, quien vivió en el siglo XVII, fue “Pseudodoxia Epidemica”, un libro publicado en 1646.
Era un catálogo inmenso de creencias erróneas que tenía la población y que incluía los extraños experimentos que Browne había realizado para probarlas o refutarlas.
Uno de los “errores vulgares” que el filósofo investigó fue la idea de que guindar de una cuerda a un pájaro martín pescador muerto lo convertía en una precisa veleta para determinar la dirección del viento.
Así que Browne consiguió uno de esos ejemplares y lo guindó, comprobando que se movía de manera aleatoria. Hizo lo mismo con otro pájaro que puso al lado del primero. Ambos animales empezaron a moverse en distintas direcciones.
Fue así como el inglés verificó que los martín pescador no tienen habilidades para predecir la dirección del viento.