El centro médico de Ciudad de Dios, la favela más cinematográfica de Río de Janeiro, fue diseñado para atender pequeñas emergencias como gripes o infecciones estomacales, pero en los últimos meses pasó a recibir cada vez más baleados y a tener más tiroteos como banda sonora.
[contextly_sidebar id=”vgAGNjCG54OFfeD9afcgSdiVqXPuU9Xm”]Esta pequeña unidad prefabricada en pleno corazón de la favela se convierte prácticamente en un hospital de campaña los fines de semana. El pasado viernes, eran apenas las 10 de la noche cuando entró tambaleándose el primer baleado: un hombre corpulento de 38 años con un tiro en la mano y golpes por todo el cuerpo, que dejó un reguero de sangre a su paso hacia la “sala roja” de emergencias.
Mientras bebés con fiebre lloraban y algunos ancianos esperaban a ser atendidos, médicos y enfermeros se apresuraban a darle las primeras curas con material básico para poder trasladarlo rápidamente a uno de los hospitales cercanos, con los equipos quirúrgicos necesarios, pero lejos de esta humilde y violenta barriada del oeste de Río.
La escena volvió a repetirse la madrugada del lunes de forma aún más dramática. El intenso tiroteo durante un operativo del Batallón de Operaciones Especiales de la Policía (Bope) contra traficantes paralizó la favela, dejándola sin clases, pero no a esta Unidad de Atención Rápida (UPA) 24 horas.
Con sólo cuatro camas en su sala de emergencias, llegaron al centro tres baleados casi de forma simultánea. Sin temblarles el pulso en medio del fuego cruzado, el equipo estabilizó y trasladó al hospital a un joven de 17 años con un disparo en el pecho, a un hombre de 63 con un tiro en el abdomen y a una anciana de 82 años que recibió un impacto de bala en el tórax mientras dormía.
“Estamos ejerciendo una medicina de guerra, literalmente, porque además de los baleados, las unidades están localizadas en zonas de conflicto“, dice a la AFP Luiz Alexandre Essinger, director médico de la entidad que gestiona esta UPA, una de las 14 que creó la alcaldía de Río desde 2009 para dar primeros auxilios, también, dentro de las favelas, donde se estima que viven más de un millón y medio de personas, una de cada cuatro en Río.
Este cirujano, con más de 30 años de experiencia en atención de emergencias, no puede evitar comparar el momento actual con la época negra que vivió la “Cidade Maravilhosa” en los años 1990.
Apagada la antorcha de los Juegos Olímpicos de 2016, los tiroteos se han disparado los últimos meses en Río en medio de la bancarrota estatal y de la paulatina desintegración del programa de pacificación de las favelas iniciado en 2008 con comisarías fijas para romper el poder de los narcos.
“La política no es de enfrentamiento”, afirma el secretario de Seguridad de Río, Roberto Sá, asegurando que los agentes sólo se defienden de la virulencia de los traficantes.
Pero el regreso a esa ‘guerra de asfalto’ entre policías, traficantes y milicias parapoliciales puede verse a través de los atendidos por disparos de bala en los siete hospitales municipales de Río: se pasó de 720 casos en 2015 a 1.652 en 2016 y a 593 sólo en los tres primeros meses de 2017, según de RioSaude.
Aunque los números son mucho menores que hace treinta años, la gravedad de los heridos es mayor.
Los centros médicos, como la UPA de Ciudad de Dios, ya casi no reciben baleados por revólver o pistolas nueve milímetros, sino mayormente por fusiles que pueden llegar a perforar paredes y tener un alcance de kilómetros.
“Antes un paciente baleado llegaba la mayoría de las veces vivo. Hoy muchas veces llega muerto”, resume José Roberto Figueiredo, el jefe médico en Ciudad de Dios.
Con un aumento preocupante de los muertos por balas perdidas, esta UPA recibe cada vez más mujeres heridas por proyectiles. A veces, también se crean situaciones de gran tensión con policías entrando en busca de delincuentes o traficantes armados que exigen una pronta atención a baleados.
“Uno quisiera salir de aquí y esfumarse. La violencia es ya demasiada, sólo alcanza a inocentes”, se lamenta en la sala de espera Rogéria Brites, cocinera de 57 años.
Ante este nuevo panorama, los equipos médicos de algunas UPA reciben entrenamiento específico de atención a baleados, usando muñecos-robot.
Adiestrar el equilibrio emocional es ya más difícil.
Muchos trabajadores del ambulatorio de Ciudad de Dios, la mayoría muy jóvenes, no aguantan la presión a pesar del salario competitivo.
Tres dejaron la UPA en junio alegando “miedo” y, cada vez que se convocan plazas, Ciudad de Dios es de las últimas en ser llenada.
Iara Viana, doctora de 27 años, recuerda aún nerviosa cómo a finales del año pasado el equipo quedó atrapado y no pudo cambiar la guardia después de que el Comando Vermelho -que domina la favela- ordenó un toque de queda, bloqueó las vías y estuvo horas intercambiando tiros con la policía.
La realidad inclemente supera la ficción en esta favela, conocida internacionalmente por la película “Ciudad de Dios” (2002).
“Pero, al final, es gratificante poder ayudar a personas que lo necesitan realmente. Aquí da la impresión de que somos médicos de verdad“, dice Iara.