Rafael Lombera vive en la selva Lacandona desde que era niño, hace 44 años. Nota cambios en las dinámicas de la flora y fauna, y tras cuatro décadas en el lugar, tiene una opinión clara de cuál es la mayor amenaza para uno de los más grandes pulmones de México: la palma africana.
[contextly_sidebar id=”Av26HNeio4hXQ8tnzAxTcCmryOIB2Ng3″]La selva se está talando para sembrar la palma africana. Una de las razones de la expansión de ese cultivo en todo el país, es la demanda nacional e internacional de aceites comestibles y biodiesel, ambos productos que se extraen de esta planta.
Según el Banco de México, nuestro país importa cerca de 462 mil toneladas de aceite de palma al año, lo cual equivale al 82% de la cantidad que consumen sus industrias. Por lo tanto, se requieren 200 mil 850 hectáreas producidas, para abastecer el 18% faltante para el mercado interno.
Actualmente, hay 24 mil 434 hectáreas en producción, y 30 mil en etapa preproductiva, un largo camino que promete mejores ingresos en las regiones rurales de las zonas más pobres, como la selva Lacandona.
Rafael, guía de investigadores y fotógrafo aficionado, vive a unos metros de la orilla del río Lacantún. Sabe por dónde caminar. Diariamente emprende largos recorridos con su cámara para registrar especies de flora y fauna. Llega hasta el otro lado del río, donde inicia la Reserva de la Biosfera Montes Azules, uno de los territorios emblemáticos para la conservación ambiental en México y Chiapas, el estado con mayor biodiversidad del país.
Durante el recorrido hacia Boca de Chajul, población situada en el municipio de Marqués de Comillas, y hasta la entrada de esta pequeña comunidad, se observan a orillas de la carretera letreros con la leyenda de “Pago de Servicios Ambientales”, como se llamó a un programa del gobierno de México que promueve la conservación en propiedades privadas o en ejidos creados en la década de los 70.
Los tramos de selva se disputan el paisaje con los predios sembrados con palma africana en varios tramos del camino.
Este rincón selvático, que recibe a investigadores de flora y fauna durante todo el año, se empezó la siembra de la palma africana en México, a mediados del siglo pasado.
Actualmente es uno de los puntos de referencia para ese cultivo en Chiapas, el principal estado productor del país, con un aproximado de 64 mil hectáreas sembradas, según cifras recientes de la Secretaría del Campo estatal, que superan el 70% de toda la superficie de palma africana en México.
“La estrategia de fomento a la palmicultura está basada en la no tala de selva para apertura de nuevas plantaciones. Lo que se ha hecho en la Selva Lacandona es utilizar los predios que habían sido utilizados para ganadería”, asegura el director de Orticultura de la Secretaría del Campo de Chiapas, Onorato Olarte.
De acuerdo con el Funcionario, la palma africana se siembra donde ya no hay selva, en potreros que eran utilizados para ganadería.
Para el investigador León Enrique Ávila, especialista en palma africana y profesor de la Universidad Intercultural de Chiapas, la siembra de Palma en Chiapas no incluye un control ambiental efectivo.
En su experiencia, donde hay palma ya no se escucha el bullicio tropical al amanecer y es muy difícil encontrar aves. Es como un “desierto del silencio donde ya no hay ruido al amanecer”, dice. A los reductos de vegetación se han ido los monos saraguatos, las abejas y los murciélagos.
Los que antes vivían de sus cosechas y los productos que les ofrecía la selva ahora esperan con ansia la fecha en que los dueños de las fábricas pagan a los palmicultores, y éstos, a su vez reparten los sueldos entre sus empleados jornaleros.
“En comunidades que vivían del autoconsumo hemos encontrado personas pasando hambre”, contó León Ávila.
José Baldovinos es agricultor. Sembró con palma africana 27 hectáreas, en las inmediaciones de Boca de Chajul, y tiene preparadas otras seis que serán destinadas al mismo cultivo.
Como miles de habitantes de Marqués de Comillas y la región selvática, Baldovinos llegó desde Michoacán en 1972 en una avioneta que aterrizó en algún camino rural o simplemente en un claro entre la vegetación.
“Aquí era pura selva pero ha ido cambiando drásticamente”, recuerda, sentado en un mueble que colocó en medio de la calle principal de Chajul, donde se soporta mejor el calor húmedo abrasante.
Los recuerdos de don José evocan tiempos caóticos en los que invadir terrenos era fácil y el gobierno, dice, prefirió repartir tierras a nuevos pobladores que llegaron desde Guatemala, huyendo de la guerrilla, y los estados de Veracruz y Michoacán para establecer el orden marcado por el crecimiento de asentamientos humanos.
Cuando José llegó a la selva en los setenta, dentro de los ejidos, comenzó la práctica indiscriminada de la ganadería y el cultivo de la palma africana. Proliferaron los “acahuales”, que son unos espacios de selva en los que los ejidatarios talan, esperan un par de años y después inscriben esas tierras en programas de financiamiento para la palma africana sorteando así el “obstáculo” de la prohibición para deforestar la selva.
Una fuente del gobierno de Chiapas, que pidió el anonimato, contó que actualmente la principal causa de deforestación en la selva es la tala de madera a manos de “empresas clandestinas” que trabajan de noche.
La tala ilegal, sirve de avance para el cultivo de la palma en la región tropical, que abarca la mayor parte del sur de México. De acuerdo con los testimonios recabados, es así como han crecido y seguirán creciendo los cultivos de la palma en Veracruz, Quintana Roo, Tabasco, Oaxaca, Guerrero y Chiapas (los estados con suelos propicios para la palmicultura) en terrenos de ganadería, pastizales, “acahuales” o sitios selváticos deforestados clandestinamente.
La palma africana, según el testimonio de Rafael Lombera y de José Baldovinos, es el cultivo que ofrece la oportunidad de salir de la pobreza a todos los campesinos dueños de pequeñas porciones de tierra que están aumentando exponencialmente sus ganancias.
Baldovinos ha sido agricultor más de 65 años y solo hasta ahora logró la tranquilidad económica: gana 30 mil pesos al mes, sin mayores esfuerzos. El resto de su vida, cuando trabajó otros cultivos como frijol, maíz o chile, ganaba una mínima parte de lo que gana ahora, pero con muchos mayores esfuerzos.
Entender la ganancia es simple: en el programa de Pago de Servicios Ambientales el gobierno mexicano paga 300 pesos al año por hectárea de selva, y una hectárea sembrada de palma en edad productiva genera una ganancia de 100 mil pesos al año.
El director de Orticultura de la Secretaría del Campo de Chiapas, Onorato Olarte, aseguró que no ha tenido reportes de personas que renuncien al Pago de Servicios Ambientales, que desmonten la selva y pidan subsidio para sembrar palma. “No tengo ningún conocimiento de esto. Nosotros como gobierno tenemos que cuidar”, dice.
Rafael Lombera, ejidatario en un tramo selvático manejado entre varias personas, afirma lo contrario. “La gente se está desesperando y está talando la selva para sembrar palma”.
Es una lógica que recorre la región selvática de Chiapas y se extiende a lo largo de la frontera con Guatemala, donde se encuentran predios que suman hasta 4 mil hectáreas ,que surten a la fábrica de la empresa Aceites Sustentables, según cálculos de los investigadores.
Y en territorio mexicano también hay productores que acaparan hasta mil hectáreas, o pequeños propietarios que apenas comienzan, como don José, a acumular sus primeras extensiones de tierra.
“Así se va cambiando de la selva a la palma”, dice don José, dueño de una de las casas más amplias del pueblo.
“El futuro es la palma”, lamenta Rafael Lumbrera, con un juego de lotería en sus manos en el que figuran las fotos de animales y vegetales tomadas por él mismo dentro de esa espesura de selva que se levantaba frente a él del otro lado del río Lacantún.
*Este reportaje fue producido por Mongabay Latam