[contextly_sidebar id=”beD8WV4vmFE3yEvrVle6Hh9Dmi5lgmi2″]Durante su campaña para la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump hizo promesas titánicas para sus primeros 100 días de gobierno, que se cumplen este sábado.
Asegurando que él, y solo él, tenía el poder innato para cortar con la inercia burocrática de Washington y aprobar reformas revolucionarias, dijo que cosecharía una victoria tras otra en cuestión de días.
Luego de las promesas, la realidad ha sido bien distinta.
Ahora Trump alega que calificar a un presidente por sus primeros 100 días en el gobierno es “ridículo”, quizás por que varias de sus promesas centrales de campaña están estancadas, tal vez permanentemente.
Trump ha corrido en este primer tramo de su mandato con la suerte de los antipolíticos en el mundo entero: es mucho más fácil hacer promesas en campaña que cumplir desde el gobierno.
También se ha encontrado con un sistema político como el estadounidense que cuenta con numerosos frenos institucionales precisamente para evitar que un presidente pudiese imponer su voluntad de manera imperial.
Y así, promesas importantes de la revolución que prometía Trump se están estancando en pleitos judiciales, rencillas parlamentarias y la oposición férrea a su mandato de medio país.
Esto se ha visto en el desarrollo de tres de sus promesas centrales de campaña, hoy todavía lejos de volverse realidad: la construcción de un muro fronterizo, la imposición de una prohibición migratoria a los ciudadanos de ciertas nacionalidades y el desmantelamiento de la ley de salud conocida como “Obamacare”.
Trump ha reservado algunos de sus insultos más fuertes para los jueces de su país.
Al que suspendió su decisión de imponer un vetomigratorios a los ciudadanos de ciertos países musulmanes, lo describió como “una especie de un juez” (“so-called judge”).
Independiente de sus insultos, la rama judicial del gobierno federal se ha atravesado en los intentos del presidente de cambiar por decreto la política migratoria estadounidense en sus primeros 100 días de gobierno.
La raíz de esta iniciativa de Trump se encuentra en uno de los más controversiales planteamientos que hizo en campaña. Cuando recorría Estados Unidos buscando votos, inicialmente propuso una prohibición total a la entrada de musulmanes al país.
En ese momento, un coro de opositores calificó esa propuesta de descaradamente inconstitucional, asegurando además que parecía confirmar los peores temores del mundo musulmán acerca a los prejuicios estadounidenses frente a su religión.
A ello Trump respondió modificando su argumento hasta llegar a la idea del “escrutinio extremo” que aplicaría a inmigrantes de muchos de esos países.
Con apenas una semana en el poder, el 27 de enero, emitió una orden ejecutiva, estableciendo restricciones temporales a la entrada de personas de siete países, incluso aquellas que contaban con permisos legales de residencia permanente en Estados Unidos.
Esas siete naciones son de mayoría musulmana. De esa manera entendió dar cumplimiento a su promesa de campaña.
Pero en medio de nutridas protestas en los principales aeropuertos del país apenas se empezó a cumplir la orden presidencial, varios jueces federales empezaron a bloquear la aplicación de la medida, alegando cuestiones de inconstitucionalidad.
Trump asegura que es un exabrupto que un juez local pueda suspender el cumplimiento de su voluntad.
Y ha notificado que llevará el caso hasta el máximo tribunal, la Corte Suprema de Justicia.
En este campo, el mandatario tiene ya una gran ventaja, pues el alto tribunal cuenta con una mayoría conservadora.
Sin embargo, no está garantizado que los magistrados conservadores de la corte voten de manera unánime a favor de la política migratoria del presidente.
Y en todo caso, si al final lo hacen, una decisión favorable a Trump en este campo tomará meses o incluso años.
En términos de conveniencia política, pueden parecer décadas para un mandatario que aspiraba a exhibir el trofeo en los primeros 100 días de su mandato.
El Congreso soberano
No solo Trump, sino el partido republicano entero, llevaba años prometiendo que una de las primeras cosas que harían al llegar al poder sería anular la reforma al sistema de salud acometida por el anterior presidente, Barack Obama.
El sistema conocido como Obamacare extendió la cobertura de los seguros de salud a decenas de millones de estadounidenses que antes no contaban con ellos.
Sin embargo, para hacerlo, se elevaron ciertos impuestos. Y se extendió el alcance del gobierno federal, situación que enardece a los conservadores estadounidenses, que sueñan con un gobierno mucho más reducido en sus poderes de intervención en la vida cotidiana de los ciudadanos.
Por lo que Trump había asegurado que el día mismo de su posesión como presidente iniciaría el trámite legislativo de una norma para suprimir y reemplazar el Obamacare.
Pero si sus intentos de cambiar por decreto la política de inmigración fueron interrumpidos por los jueces, su promesa de matar al Obamacare en los primeros 100 días de su mandato se estrelló contra la voluntad de los congresistas.
Pese a contar con mayoría en ambas cámaras de la legislatura, el Partido Republicano no pudo ponerse de acuerdo en su posición frente al plan de salud.
Y prácticamente todos los congresistas se encontraron con la furia de los votantes y los activistas del opositor Partido Demócrata, que en los días anteriores a las deliberaciones sobre la medida organizaron protestas y manifestaciones en las localidades de los parlamentarios, advirtiéndoles que pagarían un alto costo en las próximas elecciones si desmantelaban una medida que le ha otorgado cobertura de salud a decenas de millones de personas.
En medio de una humillación política, el gobierno de Trump se vio obligado a retirar el proyecto antes que lo votara la Cámara de Representantes. Es tal vez la derrota más grande de Trump desde que llegó al poder.
Sin embargo, el presidente no se ha dado por vencido. Esta semana se conoció que los republicanos en la Cámara Baja trabajaban en una nueva versión consensuada de la reforma, que podría alcanzar los votos que no logró la versión anterior.
No obstante, incluso si la Cámara lo aprueba, todavía faltaría su trámite en el Senado. Por lo que, si algún día ocurre, no será en los primeros 100 días de la era Trump.
Casi no hubo acto de campaña en que el hoy gobernante no prometiera la construcción de un muro fronterizo que sería pagado por México.
Que el gobierno mexicano estuviese dispuesto a pagar por una obra que muchos ven como una afrenta directa a su nación, pareció siempre muy difícil de creer.
Pero Trump tampoco ha conseguido asegurar financiación de su propio gobierno para el muro.
El elevado costo que se estima para la obra, de más de US$21.000 millones según un estudio interno del mismo gobierno, hace que los conservadores, cuidadosos del gasto fiscal, aseguren que hay otras prioridades.
Esta semana, además, los legisladores demócratas se negaron a dar su visto bueno a un acuerdo para aprobar una ley de gasto necesaria para que el gobierno federal siga funcionando más allá del fin de semana, si dicha ley incluía fondos para el muro.
Enfrentado a la posibilidad de un cierre de todos los servicios del gobierno federal, la Casa Blanca cedió e indicó que buscará “después” financiación para la construcción de la obra fronteriza.
Aunque los seguidores del presidente podrán alegar que la entrada de indocumentados en el país está disminuyendo sin que se haya puesto el primer ladrillo.
La sola llegada de Trump al poder, con su discurso antiinmigración, parece haber actuado como un fuerte elemento disuasorio, que redujo de manera dramática la llegada de los sin papeles.
Según estimaciones de las autoridades migratorias, el número de indocumentados interceptados en la frontera sur del país pasó de 40.000 mensuales a finales del año pasado a 12.193 en marzo, una caída de más del 70%.
Si esta tendencia se mantiene, Trump podría terminar diciendo que el muro ya no se requiere con la urgencia de antes.
Falta mucho para llegar al momento en que la historia pueda ofrecer un veredicto del gobierno de Trump.
Fue elegido por un periodo de 1.460 días. Los primeros 100 días apenas dan un indicio de lo que puede ser su gobierno.
Pero fue él mismo el que creó la impresión en muchos de sus votantes, de que tenía una especie de llave mágica para resolver los problemas de su nación de manera casi inmediata.
Y por eso, él mismo enfrentará la decepción de algunos de sus seguidores a medida que se dan cuenta que nadie podía solucionar esos problemas en apenas 100 días.