Uno tras otro, la gran mayoría de los presidentes de Estados Unidos ha visto cómo su papel de comandante en jefe puede determinar la trayectoria de sus gobiernos.
En particular, en sus primeros meses de mandato, cuando el ocupante de la Casa Blanca está empezando a definir su estilo y hacer conocer su temple, una decisión militar puede dejar una larga estela en el resto de su presidencia.
Es la situación que enfrenta Donald Trump luego de su controversial decisión de lanzar un ataque con mísiles contra Siria, involucrando a Estados Unidos de una manera más profunda en el complejo entramado del conflicto en Medio Oriente.
En la noche del jueves, Trump estaba recibiendo en su club privado de Mar–a–Lago en Florida la visita del que es tal vez su rival económico y geopolítico más formidable, el presidente chino Xi Jinping.
Y fue en ese contexto en que se conoció la decisión del ataque a Siria.
Algunas voces han interpretado la decisión de Trump como una demostración de fortaleza ante su poderoso visitante chino.
Más allá de si esta era la verdadera intención, el gobernante chino y el resto del mundo, estarán buscando claves de cómo se comporta el presidente estadounidense en una situación de conflicto.
Y dentro de su país, aliados y contrincantes de Trump estarán atentos a ver si este incidente cambia el rumbo o al menos la percepción que tiene la gente de su presidencia a menos de 100 días de su inicio.
Muchos presidentes estadounidenses enfrentaron crisis militares en sus primeros meses en el cargo, y sufrieron reveses que afectaron el rumbo de sus mandatos.
Uno de los casos más notorios fue el del presidente John F. Kennedy. El 17 de abril de 1961, el mandatario, que en ese momento llevaba apenas una semana más en el cargo que las que tiene Trump ahora, ordenó la fallida invasión de Bahía Cochinos, en Cuba.
Según algunos historiadores, el fracaso de esa acción militar en los primeros 100 días del mandato de Kennedy hizo que sus rivales soviéticos lo vieran como un contrincante débil e indeciso, lo que los animó a tomar una posición mucho más agresiva en la Guerra Fría.
Una situación menos dramática pero también muy influyente en su presidencia, fue la que enfrentó Bill Clinton en el primer año de su presidencia. En septiembre de 1993, cuando llevaba menos de nueve meses en el cargo, Clinton ordenó a sus tropas colaborar en una operación “humanitaria” durante la guerra civil en Somalia.
En el curso de esa operación, que se esperaba que fuera breve y limitada, se ordenó a las fuerzas estadounidenses la captura de un líder local de milicias en la capital, Mogadiscio.
Pero un helicóptero estadounidense fue derribado, resultando en una batalla campal en el centro de la ciudad que dejó 18 soldados estadounidenses y cientos de somalíes muertos.
El resultado de esa operación, inmortalizada en el cine con el filme Black Hawk Down, causó problemas a Clinton ante la opinión pública estadounidense y le hizo desconfiar de la idea de emplear el ejército en misiones presentadas como “humanitarias” pero que pueden involucrar a Estados Unidos en conflictos sangrientos.
De ahí que meses después, el mismo Clinton se mostrase reacio a intervenir para prevenir el genocidio en Ruanda.
El incidente tampoco ayudó a mejorar las diferencias que Clinton mantuvo con sus fuerzas militares al comienzo de su mandato y en cambio le dio alas al argumento que usaron muchos en la oposición republicana para describir a los demócratas como ineficaces a la hora de ejercer como comandantes en jefe.
El sucesor de Clinton, George W. Bush, enfrentó también una crisis militar en el primer año de su mandato que definió su presidencia.
En el caso de Bush, la crisis se desató con los ataques del 11 de septiembre de 2001, cuando llevaba 8 meses al mando.
El efecto que tuvo esa acción en la presidencia de Bush, en el corto plazo, fue muy distinto. Bush, quien había llegado a la presidencia bajo un manto de controversia por lo reñido de las elecciones de 2000, se vio casi instantáneamente rodeado de la solidaridad de la mayoría de sus compatriotas ante el ataque que sufría el país, el primero en su territorio desde Pearl Harbor.
Una solidaridad, que de un modo u otro se mantuvo por los tres años siguientes mientras el mandatario iniciaba sus controversiales guerras en Afganistán e Irak, presentándolas como reacción inevitable a la agresión del 11 de septiembre, lo que facilitó su reelección en 2004.
Pero en el largo plazo, a medida que esos conflictos en Medio Oriente se extendían y hacían más sangrientos, ayudaron a consolidar una imagen negativa de Bush en partes grandes del electorado.
La presidencia de Bush será recordada, ante todo, por la respuesta estadounidense al 11 de septiembre.
Sus ocho años en el poder quedaron inevitablemente marcados por las decisiones militares que tomó en los momentos posteriores a ese ataque que ocurrió cuando aún no llevaba 300 días en el poder.
Hasta el momento, Estados Unidos no ha comprometido mucho en la guerra de Siria.
Crucialmente, no parece haber decisión política para el despliegue a gran escala de tropas terrestres estadounidenses en Siria, como ocurrió en Afganistán y en Irak.
Por lo que es prematuro todavía adivinar el efecto que la acción del jueves pueda tener sobre la presidencia de Trump, comparándola con lo que experimentaron otros mandatarios estadounidenses convertidos en líderes de guerra al poco tiempo de llegar a la Casa Blanca.