Isidra llegó a la Ciudad de México desde Puebla a los 14 años. Con 15 hermanos, la economía familiar ya no daba para más así que decidió viajar a la capital para trabajar como empleada del hogar, igual que su hermana. Desde su primer día de trabajo libró jornadas agotadoras de unas 14 horas, pero le ilusionaba tener su propio dinero.
[contextly_sidebar id=”gJNQdEhYoeLFXz67JgiIIAqTE5c4kITr”]Cuando llegaron los primeros pagos se dio cuenta de que no rendía, no solo porque fuera poco sino porque le pagaban cada mes. Aun así, empezó una carrera laboral que está cumpliendo 36 años, durante los cuales ha sufrido explotación, encierro, humillaciones y abuso sexual, entre otras violaciones a sus derechos. Todo, ocurrido en la intimidad de la casa de sus empleadores.
“La señora me dijo que cuando llegara su familia yo no tenía que estar ahí, me metía al cuarto de servicio con el burro de planchar y toda la ropa, y me escondía”, cuenta Isidra Llanos, secretaria del Trabajo del Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras del Hogar (Sinactraho). Permaneció siete meses con aquella empleadora que siempre le cuestionaba por qué se peinaba de cierta forma o por qué usaba pantalón.
Lo más grave que le hizo, sin embargo, fue dejarla encerrada mientras ella salía, pues Isidra no podía llegar a tiempo a recoger a sus hijos a la escuela y los niños tenían que esperarla en la banqueta. Cuando protestó por este abuso, la señora le reprochó que se estaba “haciendo la importante”, que en realidad era floja y no quería hacer nada.
El encierro es más que un capricho: se trata de un delito tipificado como privación de la libertad y se castiga con una pena de entre seis meses y tres años de prisión, según dictan los artículos 364 del Código Penal Federal y el 160 del Código Penal de la Ciudad de México. Pese a ello es un hecho frecuente, muchas trabajadoras del hogar relatan haber sido encerradas por sus empleadores mientras ellos se ausentan del domicilio, a veces por desconfianza de dejarles las llaves, o “para que no salgan con alguien, no se vayan a embarazar”, en el caso de las empleadas de planta.
“A las de planta las dejan salir un domingo cada 15 días, a otras las dejan encerradas bajo llave, pero muchas no conocen sus derechos así que lo ven como algo normal”, señala el abogado Manuel Fuentes, asesor del Sindicato y del Centro de Apoyo y Capacitación para las Empleadas del Hogar (Caceh). Además de este delito, al interior de las casas se cometen otros como violencia física o verbal, explotación infantil, violación, abuso u hostigamiento sexual, “aprovechando la situación de ventaja de los empleadores”, refiere el defensor.
Isidra recuerda el acoso y abuso sexual como las peores experiencias que ha tenido en este empleo. Uno de sus empleadores la atacó directamente y ella pudo repelerlo, pero otro fue llevando el acoso de menos a más con el tiempo. “Yo le llegué a tener respeto y admiración porque me enseñó y me apoyó muchas veces, pero luego de 16 años empezó a ser muy atrevido, me rozaba al pasar por detrás, me tocaba las piernas cuando estaba tendiendo la ropa, cuando tendía la cama”, recuerda la trabajadora del hogar.
Este acoso duró casi un año, en el que ella intentó reunir valor para enfrentarlo, pero temía perder su empleo, “estaba bien pagado, me sacaba de apuros, mis hijos estaban en la prepa y yo necesitaba el dinero”, argumenta. Decidió abandonar esa casa cuando el acoso se convirtió en abuso y pidió ayuda al Caceh, donde la canalizaron con una psicóloga, “lo encaré, renuncié al trabajo pero no fui capaz de decirle por qué me iba”.
Aunque son delitos graves, la mayoría no denuncia por temor a perder su trabajo o por agradecimiento con quien se los dio, lo cual impide detectar la verdadera dimensión del problema, advierte el abogado Fuentes. Muchas de ellas llegan a las ciudades capitales provenientes de pueblos en los que su situación es tan grave, que prefieren no denunciar a sus empleadores para no tener que regresar allá, salvo cuando ya está en juego su integridad personal.
“Hay un velo de impunidad en la comisión de estos delitos, por un lado por el temor de estas mujeres, por su necesidad y un desconocimiento de sus derechos”, subraya el defensor, miembro de la Asociación Nacional de Abogados Democráticos. Estos delitos no se persiguen de oficio, por lo que para castigarlos se requiere una denuncia formal “y muchas veces es la palabra de la trabajadora contra el patrón”.
El trabajo doméstico no ha sido reconocido en México como un empleo formal, lo que limita sus derechos laborales y permite que ocurran flagelos que en otros sectores productivos están prohibidos, como el trabajo infantil. “Hay muchas niñas que se colocan a los 14 años, yo fui una de ellas”, recuerda Isidra. “Tenía que cubrir todo el servicio pero además cuidar niños, llevarlos a la escuela, lavar a mano, planchar; cubría una jornada de 14 horas. Aparentemente decimos que los abusos ya se están erradicando, pero la necesidad es fuerte y la mayoría que venimos de provincia sufrimos estas situaciones”, puntualiza la secretaria del Trabajo del Sinactraho.
Es por ello que las casi 900 trabajadoras afiliadas al Sindicato exigen la ratificación del Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), firmado por México en 2011 pero congelado desde entonces porque no ha sido ratificado. El Convenio obliga a los países firmantes a reconocer formalmente el trabajo del hogar y adecuar sus legislaciones para garantizar sus derechos laborales, lo cual tendría que empezar, dicen las sindicalizadas, por otorgarles Seguridad Social completa y garantizar que se respeten los horarios y condiciones de trabajo.
Sin embargo, aun sin la ratificación del Convenio, la ley del Seguro Social debió ser reformada hace mucho tiempo para reconocer como formales a estas trabajadoras, asegura el abogado, pues la falta de este reconocimiento es anticonstitucional. “Hay un absoluto alejamiento del Estado en este tipo de relaciones laborales. Es un tema que se celebra dentro de la propia esfera del patrón y en cuanto cierra la puerta, nadie se puede meter ahí, a menos que haya una denuncia expresa de ataques. Es mucho más difícil perseguir delitos con estas características”, resalta.
Actualmente Isidra realiza trabajos de entrada por salida. Ya no puede trabajar de planta porque sus actividades en el Sindicato se lo impiden, pero se siente orgullosa de estar apoyando a otras compañeras que solicitan asesoría, defensa o canalización a un empleo. Hoy puede ver que la explotación laboral que sufrió ocurrió desde su infancia: “mis papás me explotaban y a ellos los explotaban. Antes de irme a la escuela, nos levantaban a las 03:00 y nos llevaban al campo a traer la pastura, llegábamos a lavarnos las manos y la cara y a la escuela.
Al regresar, atender a los animales (marranos y pollos), poner el nixtamal para las tortillas del otro día, era ese nuestro día a día, realmente no tuvimos una infancia de jugar. Todos mis hermanos, hombres o mujeres, le entrábamos al campo por igual, pero con la diferencia de que ellos sí podían estudiar y nosotras no.
Yo era una de las más grandes, así que me tocaba cuidar a los más chicos pero también aportar para el gasto. Vine aquí huyendo del campo y aquí encontré más explotación, aunque con pago. Es algo que no he podido erradicar, aprendí que para mí era trabajo, trabajo y después más trabajo, pero ya lo estoy reconociendo”, relata la trabajadora, cuya siguiente meta es terminar la secundaria.