Alexander tiene una cámara amarrada a la cabeza y se tambalea sobre el precipicio de un tejado en un bloque de apartamentos de nueve pisos en Siberia.
[contextly_sidebar id=”uX3ADUMhHvTAjOZgOVX55ZMU5EBnu0x5″]”¿Estás grabando?”, pregunta, justo cuando su amigo le entrega una antorcha encendida.
Las anaranjadas llamas devoran sus piernas y, de repente, da un salto en el aire, como un avión de guerra quebrado, poco antes de aterrizar con un golpe en una profunda pila de nieve.
Sorprendentemente, sale ileso (aunque le cuesta respirar).
La policía le dice a la multitud de espectadores que se ha congregado a su alrededor que deje de filmar.
Pero, a las pocas horas, las imágenes de su potencialmente mortal salto se vuelven virales. Varios videos de la hazaña, filmados desde diferentes ángulos, logran millones de vistas en YouTube.
Muchos se muestran incrédulos. Otros, enfadados. “¿Es esta la payasada más estúpida que se ha hecho jamás?”, aclama un titular.
El hambre de riesgo de este muchacho es inusual, pero no extraordinario.
De hecho, el número creciente de muertes y daños sufridos por rusos -tras caerse de edificios o saltar desde trenes en marcha mientras tomaban fotos- urgió al Ministerio del Interior a lanzar una campaña nacional para explicar a la gente cómo tomar “selfies seguros”.
A pesar del peligro mortal, quienes se arriesgan a tomar estos “selfies extremos” son atraídos por la fama y por la posibilidad de convertirse estrellas de las redes sociales.
En muchos lugares de Rusia, los edificios altos son bastante accesibles y las multas por allanamiento son reducidas o incluso inexistentes.
Algunos de los participantes dicen que las fotografías extremas pueden aliviar el aburrimiento y la energía reprimida de muchos hombres rusos.
Pero ¿qué es lo que motiva realmente a los temerarios de selfies rusos más famosos?
El joven que saltaba desde un bloque de apartamentos en Siberia era Alexander Chernikov, de 23 años, quien vive a las afueras de Barnaul (unos 4.000 kilómetros al este de Moscú).
A pesar de que la temperatura es de -18 grados centígrados y de que los pavimentos están cubiertos de bloques de hielo, lleva puesta una brillante chaqueta, unos jeans y unas botas de cowboy.
El lugar desde donde hizo su infame salto es un sombrío edificio de la era soviética con balcones oxidados cubiertos de antenas parabólicas.
“Ahí arriba sientes que estás entre la vida y la muerte. Tu vida se ve amenazada. Y si algo sale mal, puedes morir”, explica.
Alexander dice que no le teme a la muerte. “¿Qué sentido tiene estar asustado? No hay forma de escapar. La muerte nos va a llegar a todos”, dice.
Pero, ¿haría tal cantidad de locuras si no hubiera cámaras? “Probablemente no”, admite. “Encontraría una manera diferente de seguir adelante en la vida”.
El muchacho trabaja de vez en cuando como obrero en la construcción, y también en fábricas locales o descargando trenes de mercancías. Pero sueña con labrarse una carrera como un actor de doblaje en escenas peligrosas o incluso estrella del cine.
Poco después de su salto, el cual fue visto más de 10 millones de veces en internet, Alexander fue invitado a un programa de televisión en Moscú durante el cual un director de cine le prometió una prueba de cámara.
Sin embargo, en el programa, tanto él como su familia fueron tratados como patanes.
“¿Y si vuelve a saltar y se lastima? No quiero que le traten en un hospital con mis impuestos. ¡No quiero pagar por este idiota!”, dijo el presentador.
Alexander todavía está esperando la prueba de cámara.
En un bloque de oficinas al norte de San Petersburgo, dos jóvenes dan clases a niños y adolescentes en una sala cubierta con fotografías rojas y negras de guerreros asiáticos.
Es un club dedicado al “parkour”, un deporte urbano basado en acrobacias que implican correr, escalar y saltar sobre las paredes, tejados y escaleras de la ciudad.
Vladimir Lapik y Sasha Bitkov eran amigos de Pavel Kashin, uno de los artistas más famosos de “parkour“ en la ciudad, quien murió mientras filmaba unas acrobacias sobre un tejado.
De pie, sobre una cornisa de un metro de ancho en lo alto de un bloque de apartamentos, Pavel intentó hacer una voltereta hacia atrás, pero perdió el equilibrio y la caída, a una altura de 16 pisos, acabó con su vida.
Era una maniobra habitual, según sus amigos, que ya había realizado docenas de veces antes. “No sabemos lo que le ocurrió”, dice Vladimir. “Tal vez se distrajo por algún motivo”.
El joven añade que conoce a cinco personas que han muerto tras caerse de edificios o cruzar vías de tren mientras hacían las acrobacias. Pero eso no ha evitado que deje de practicar “parkour”.
“Somos famosos en internet porque tenemos gente aquí muy comprometida [con el parkour] y que practican duro para ser los mejores”, dice.
Kirill Vselensky, de 24 años, es uno de los “roofers” (derivado de la voz inglesa roof, en español, tejado) más famosos de Moscú.
Ha saltado desde casi todos los edificios altos de la ciudad, excepto desde los sitios del Kremlin y del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Sabe que, además del peligro obvio de morirse o de lesionarse gravemente, los “roofers” rompen la ley. Pero los castigos son leves. Las multas son pequeñas, aunque se han incrementado últimamente para quienes saltan desde lo alto de trenes.
“En Estados Unidos, Canadá y Europa, quienes lo hacen tienen que llevar máscaras porque las leyes de propiedad y allanamiento son muy estrictas”, dice Kirill.
Una vez, escalando la Pirámide de Guiza en Egipto estuvieron a punto de lincharlo y tuvo que vaciar sus bolsillos para poder escapar.
En Rusia, explica, las autoridades miran para el otro lado, siempre y cuando los “roofers” no interfieran en sus políticas.
Algunos activistas de la oposición le han pedido a Kirill que colgara carteles desde edificios altos, pero él siempre se niega.
En el verano de 2014, un amigo suyo ucraniano escaló un emblemático edificio y vertió pintura azul sobre la estrella amarilla que había en lo alto, creando los colores de la bandera de su país.
Pero en su viaje de regreso a Kiev, la policía allanó su apartamiento y el joven moscovita tuvo que ir a prisión durante 17 meses.
Sin embargo, eso no disuadió a Kirill de sus ansias de aventuras urbanas. En lo alto de un rascacielos de la era de Stalin, cerca de la embajada de Estados Unidos, Kirill descubrió un planta secreta.
“El elevador de sube hasta ahí arriba pero hay una sala de calderas con una jaula, una mesa y una lámpara para llevar a cabo interrogatorios. Ahora todo está abandonado”, dice el joven.
“Pero fue muy interesante porque en las películas más aterradoras sobre la KGB soviética tienen esa misma sala de calderas, jaula, mesa y lámpara para interrogatorios”.
Angela Nikolau, hija de un conocido trapecista de Moscú, tiene más de 400.000 seguidores en su cuenta de Instagram.
Las empresas de viajes, marcas de moda y de cámaras de fotos patrocinan sus peligrosas aventuras en Rusia y en el extranjero.
Al igual que Alexander Chernikov, la estudiante de arte de 24 años fue invitada a un programa de televisión para hablar sobre sus acrobacias. Pero, a diferencia de él, ella fue aplaudida y recibió una caja de zapatos rosas como regalo del presentador.
En uno de sus videos más extremos, Angela y su novio escalan la que dicen que es la grúa más alta del mundo, en Tianjin, China.
También se ha subido a edificios altos para hacer proezas visuales, como poses de yoga sobre estrechas cornisas o un arabesco de baile sobre una torre.
Otras veces, se retrata sonriendo sosteniendo un palo para selfies. En el fondo, rascacielos a cientos de metros bajo sus pies.
Angela dice que su abuela se disgustó mucho cuando vio las fotos por primera vez. Ella le dijo que había usado Photoshop.
Para la joven, la presencia de la cámara es una parte fundamental de lo que llama su “arte”.
“A veces, escalo edificios sin la cámara sólo para contemplar un colorido amanecer o anochecer”, dice. Aunque pocos proyectos artísticos son tan peligrosos.
“Pero si me preguntan por qué me grabo, imaginen a un artista pintando solo en su estudio. Pinta, pinta y pinta durante cinco años hasta que, prácticamente, se ahoga en su propio trabajo. Y piensa: ‘¿Para quién estoy haciendo esto? ¿Qué sentido tiene?'”
“Necesitamos una audiencia. Es parte de la condición humana”.