A los 17 años, cuando aún estudiaba en Prepa 6 de la UNAM, Cristóbal Miguel García Jaimes comenzó a construir un acelerador de partículas bajo tutela del doctor Efraín Chávez Lomelí, del Instituto de Física. Como sus compañeros de plantel lo veían pasar con material que parecía destinado al basurero y que él colocaba con paciencia en el hueco de un tubo translúcido comenzaron a llamarlo “el loco del pasillo”, pero cuando echó a andar su aparato y constataron que funcionaba dicho apodo cambió por uno más halagüeño, el de Chico Partículas.
[contextly_sidebar id=”lO3KlWxmgNIkvy7vXweVV1ENqj48wLoA”]Todo esto pasó poco después de que el joven dejara su natal San Miguel Totolapan (poblado guerrerense con raíz náhuatl) para instalarse en la Ciudad de México, convencido de que la UNAM era el lugar adecuado para convertirse en científico e inspirado por un libro de pasta azul que encontró en las estanterías de su casa materna: Física. Conceptos y aplicaciones, de Paul E. Tippens.
La mudanza le rindió dividendos, pues lo llevó a crear el acelerador de partículas más barato del planeta, con un costo aproximado de menos de mil pesos, aunque ello le implicó una gran inversión en tiempo: ocho meses, 23 días y 19 horas.
Este logro permitió que Cristóbal, quien hoy cursa la carrera de Física en la Facultad de Ciencias, fuera cosiderado considerado como uno de los 200 líderes del mañana por el Comité Internacional de Estudiantes e invitado a Suiza para participar en el 47 Simposio de St. Gallen —a realizarse del 3 al 5 de mayo—, donde analizará los dilemas que plantea la disrupción junto con premios Nobel, directores de grandes compañías y dirigentes de organizaciones como la ONU.
“Me convocaron a la edición pasada y no pude asistir; ahora lo haré porque el tema de este año me interesa en especial y porque es una oportunidad inmejorable para abordar un asunto clave para mejorar nuestro entorno: la educación y sus implicaciones”, dijo Cristóbal.
El acelerador de partículas creado por Cristóbal mide apenas 55 centímetros, de lejos parece uno de esos frascos donde se guardan luciérnagas y en su interior hay un entramado de circuitos, cables y resistencias que alguna vez pertenecieron a una computadora, y pese a esta aparente sencillez, dicho aparato fue lo suficientemente complejo como para que el CERN (siglas de la Organización Europea para la Investigación Nuclear) fijara sus ojos en el joven mexicano.
A sus 21 años, el universitario aún recuerda como uno de sus días más felices aquel cuando abrió su correo electrónico y vio en la bandeja un correo con el dominio @cern.ch. “Imagina lo que es tener 19 recién cumplidos, venir de un pueblo de tres mil 500 habitantes, nunca haber salido de México y encontrar un mensaje donde te invitan a Suiza para conocer el gran colisionador de hadrones, la piedra filosofal del siglo XXI. Es lo más parecido a estar soñando”.
El primer viaje internacional de Cristóbal tuvo lugar en 2015 y fue a Ginebra, donde de inmediato entró en contacto con el doctor Luis Roberto Flores Castillo —físico mexicano cuyos aportes fueron esenciales para el descubrimiento del bosón de Higgs—, quien se ofreció para ser su tutor en Suiza y con quien trabaja desde entonces.
“Desafortunadamente el avión a Europa es muy caro y no puedo viajar con la frecuencia deseada, por lo que colaboro a distancia. Por ello estoy doblemente emocionado de ir al Simposio de St. Gallen, pues primero hablaré de disrupciones y después me trasladaré al gran colisionador; como se dice, aprovecharé el aventón”.
El acelerador de partículas de Cristóbal es de poco más de medio metro de longitud y costó mil pesos, mientras que el de la Organización Europea para la Investigación Nuclear tiene 27 kilómetros de circunferencia y dispone de mil millones de dólares al año para operar, y pese a estos contrastes la capacidad del mexicano para lograr tanto con tan poco ha hecho que el CERN lo considere como alguien con los méritos suficientes para estar en sus filas.
“Esto me ha enseñado que hasta los pasos pequeños son importantes y que no debemos tener miedo de emprender, por más limitados que estemos. Puede que las cosas no resulten como se planearon, pero también existe la posibilidad de que todo salga bien”.
Sus amigos le dicen Cristóbal, pero quienes van a sus conferencias o lo siguen en la red lo conocen como el Chico Partículas (de hecho, ése es su nombre en Twitter) y el mote se ha hecho tan popular que incluso Trino —el monero que junto con Jis creó al Santos— ya le planteó su intención de hacer una serie de tiras con él como protagonista, “lo que me hace sentir halagado, aunque no sé cómo le hará, pues más que a una caricatura me tendrá que dibujar a mí”.
No obstante, confesó, ese proyecto le hizo recordar un anhelo infantil, “pues yo de niño quería tener poderes como los Power Rangers o al menos un exoesqueleto mecánico como el de Iron Man”.
El Cristóbal adulto no se engaña y sabe que poseer facultades metahumanas es imposible, “pero estoy convencido de que todas las personas tienen el potencial para ser superhéroes de la vida real, lo importante es creerlo, echar a andar proyectos y ponerse a crear”.
Bajo la convicción de que no hay límites que valgan, el Chico Partículas ha incursionado en la divulgación con una columna en el diario La Crónica de Hoy llamada “Como por arte de… ciencia”, la cual le ganó un Premio Nacional de Periodismo, y en fundaciones que promueven mejoras sociales, como Ciencia sin Fronteras, asociación civil impulsada por él y sus amigos de la facultad, con la cual busca llevar conocimiento a comunidades de bajos recursos.
“Cuando me preguntan la razón de hacer todo esto yo respondo que es para mostrar a las nuevas generaciones que hay otros caminos. Cada joven que continúa estudiando representa una doble ganancia para el país y el mundo, pues por un lado es un soldado menos para la violencia, el narcotráfico y la delincuencia, y por el otro será alguien que luche por el desarrollo de la nación”.
Todo lo que hace Cristóbal tiene que ver con la física e incluso su carácter parece ceñirse a una de las leyes básicas de dicha disciplina, la de que “un cuerpo en movimiento tiende a seguir moviéndose”, pues aunque a sus 21 años ha conseguido demasiado se niega a quedarse quieto y quiere lograr aún más, como escribir una tesis en colaboración con sus colegas del CERN, apoyar a más pueblos marginados, ir con mayor frecuencia a Suiza o perfeccionar la máquina de rayos X en la que ha venido trabajando a últimas fechas, la cual no funciona con electricidad, sino con la triboluminiscencia generada por una cinta adhesiva al despegarse.
“A esto me refiero cuando digo que no se necesitan superpoderes para concretar cosas, simplemente basta con la voluntad y la convicción de hacerlas y echarlas a andar. Ése es el camino”.
Edición: Francisco Medina.