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El ocultismo nazi en la Segunda Guerra Mundial
El ocultismo nazi en la Segunda Guerra Mundial
11 minutos de lectura

El ocultismo nazi en la Segunda Guerra Mundial

07 de febrero, 2017
Por: Daniel García

Nota del editor: esta entrada fue publicada originalmente en ClickNecesario.com, el 7 de junio de 2016.

Los Nazis eran la pura buena onda. Ahora que tengo su atención quisiera hablar sobre otra cosa que probablemente desmienta mi afirmación anterior. Dicen que en la guerra como en el amor, todo se vale (yo, por ejemplo, llevo meses entoluachando a una chava y todo va bien… ya casi me empieza a hablar). Durante la Segunda Guerra Mundial, el Tercer Reich quería tanto la victoria que no sólo utilizó tanques, aviones, submarinos y ejércitos para demostrar la supremacía de la raza aria, sino que buscó un aliado (o más una Potencia del Eje) en el ocultismo.

Existen fuertes rumores sobre cómo los nazis incorporaron la magia negra, la parapsicología y extrañas prácticas esotéricas durante la guerra. Algunas personas incluso mencionan actos diabólicos y satánicos (como cuando Hellboy llegó del inframundo por culpa de los alemanes) como parte de una estrategia para ganar la guerra. Todo esto sigue sin comprobarse, pero lo que es cierto, es que el ocultismo tuvo gran influencia en el nazismo, en las creencias de sus líderes y por lo tanto en la guerra.

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Para poder entender la parte ocultista de la Segunda Guerra Mundial tendríamos que empezar por entender que mucho de la doctrina nazi está basada en ritos paganos y con gran contenido esotérico. Así que, empecemos por el principio.

Los superhombres de la Atlántida

El nazismo era una especie de loca religión (¿cómo todas?) y que tenía en Adolf Hitler a su principal sacerdote. El del bigote pequeño era un gran orador (de esos que grita y mueve mucho sus brazos) y tenía tanta fuerza en sus palabras que era capaz de hacerle creer a todo un pueblo que ellos eran los mejores (mi mamá intentaba lo mismo conmigo, nomás que ella no tenía bigote).

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El Partido Nacionalista Obrero Alemán (o Partido Nazi pa’ la banda), gritaba a los cuatro vientos su fiel creencia de que la pureza de la sangre aria estaba siendo “contaminada” por las que ellos llamaban razas inferiores. La solución para este problema era sencillo, sólo había que deshacerse de ellas y una nueva raza de superhombres arios dominaría el mundo. Al menos esta era la interpretación que Hitler y sus compas le dieron a antiguos mitos y leyendas esotéricas, para crear su propio mito, el mito de la superioridad aria.

Para lograr el control absoluto, Adolf no sólo utilizó el poder de su recién creado mito sino que también se apropió de rituales cristianos para llegar a las masas. Su círculo más cercano, también conocido como La Red del Mal (o también como la Palomilla de los Indecentes), tenía fuertes lazos con lo oculto y serían de gran ayuda para lograr el objetivo nazi. La Red del Mal estaba conformada por Rudolf Hess (jefe del partido Nazi, Ministro de Estado y devoto a la astrología), Alfred Rosenberg (Jefe del Servicio de Asuntos Exteriores del Partido Nazi), Joseph Goebbels (Ministro de Propaganda) y Heinrich Himmler (Comandante en Jefe de la SS). Este último se convertiría en el maestro ocultista del Tercer Reich y el arquitecto de la nueva religión nazi.

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Arriba (der. a izq. Rudolf Hess y Alfred Rosenberg). Abajo (der. a izq. Joseph Goebbels y Heinrich Himmler)

¿Pero cuál era ese mito creado por los nazis? El fundamento de esta nueva religión es una vieja leyenda sobre un continente que alguna vez existió al norte del Atlántico. Ahí, en la Atlántida, vivía una raza de superhombres que por culpa de su soberbia fueron castigados por los dioses. La cosa es que los dioses no saben de castigos como “no dejarlos salir los viernes en la noche” o “tener que lavar los platos de la comida”, y por ello decidieron algo más drástico, inundar la Atlántida y desaparecerla por completo. Afortunadamente unos cuantos sacerdotes del desaparecido continente, lograron salir antes de la gran inundación y, abordo de unos barcos, llegaron al Tíbet. Estos serían los orígenes de la raza aria.

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Himmler, quien era un nacionalista extremo, tenía como misión probar que el pueblo germano era descendiente de la raza superior de la Atlántida. El alemán estaba seguro de que los sacerdotes de la Atlántida poblaron el Tíbet y que después emigraron al norte de Europa evolucionando en arios. Incluso Himmler realizó varias expediciones documentadas al Himalaya, para estudiar a los locales en busca de rasgos arios.

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Wikipedia

Por lo tanto, tras todo este movimiento, la conclusión obvia era que los arios, como descendientes de los superhombres de la Atlántida, eran la raza elegida. El problema es que habían perdido sus poderes cuando se aparearon con simples mortales. Había que hacer limpieza y el equipo de limpieza en forma de esvásticas había llegado. Esta es la semilla de la doctrina nazi.

Los místicos alemanes decidieron hacer de este mito, hechos y de estos hechos, historia.

La Sociedad Thule

Un joven Hitler andaba trabajando de encubierto en el Partido Obrero Alemán pues creyó que con ese nombre seguro eran comunistas y podría deshacerlos desde dentro. Cuál fue su sorpresa cuando comenzó a notar que en el partido eran más derechistas que el PAN y pues le gustó tanto la ideología que se quedó para formar parte de él y eventualmente, presidirlo.

Durante un mitin del partido, Hitler andaba mostrando sus dotes de orador mientras Rudolf Hess, un veterano de guerra, lo observaba detenidamente. Adolf había causado tan buena impresión en Hess que algo dentro de su corazón le dijo que estaba frente al tan esperado Mesías, profetizado en ciertos círculos ocultos.

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Click Necesario

Rudolf (que no sabemos si tenía la nariz roja) era miembro permanente de una organización esotérica llamada La Sociedad Thule. Entre los múltiples atributos del grupo se encontraban el ser antisemita, anticomunista, anticristiano, homofóbico y racista (y al parecer tampoco les gustaba la alcachofa). Además de estas linduras, la sociedad secreta andaba en una continua búsqueda del Mesías germánico y al parecer lo habían encontrado en Adolf Hitler.

La Sociedad se puso a las órdenes de su “salvador” y apoyó económicamente al Partido Obrero Alemán. Con el tiempo, el POA adquirió más fuerza y se transformó en el Partido Nacionalista Obrero Alemán (o el Partido Nazi, pa’ la banda). De alguna forma, la Sociedad Thule se convirtió en la madre del partido nazi (pa’ que vean que sí tenían madre).

Pero dinero no fue lo único que recibió Hitler de parte de Hess y sus cuates. Los miembros de la Sociedad Thule practicaban astrología, adoraban al sol y practicaban otras ciencias ocultas en espera de alcanzar su meta, la superioridad aria. Todo esto se volvió doctrina para Hitler y el Partido Nazi, y a falta de un símbolo, la esvástica de la Sociedad Thule, les vino muy bien.

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Una vez que Hitler fue nombrado Führer, se prohibieron todos los grupos esotéricos a excepción, por supuesto, del Thule. El ocultismo nazi había llegado al poder.

La guerra ocultista (o de como Hitler se entera de que hay formas ocultistas de enterarse de cosas)

La Segunda Guerra Mundial comenzó con el ataque de los alemanes a Polonia como el primer paso hacia la supremacía de la raza aria (y pues básicamente haría lo que fuera por lograrlo). La idea de ir paso a pasito valió gorro cuando Francia e Inglaterra decidieron defender a los polacos sin el uso de la polaca y más bien con el uso de las armas. Así, se desató el conflicto militar más grande de la historia, con cerca de cien millones de militares movilizados.

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Pero no todo en la guerra eran armas, balas y bombas. La magia y la astrología jugaron un papel importante en la lucha por la conquista del mundo. Si, como hemos descubierto, la base fundamental de la ideología nazi era el ocultismo, resultaba lógico que usaran las ciencias ocultas como parte de su estrategia militar.

Hitler era un fiel seguidor de prácticas tales como la parapsicología o las predicciones llevadas a cabo por personas que afirmaban estar en relación con el “otro mundo” (o como lo llamaría José Alfredo Jiménez “el mundo raro”). Es por esto, que alguien como Erik Jan Hanussen podía tener voz y voto en la guerra nazi.

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Erik Jan Hanussen

Conocido como “El Profeta del Tercer Reich”, Hanussen ascendió rápidamente en el organigrama nazi y se convirtió en el ocultista y astrólogo de cabecera de Hitler. La estrategia era simple: los astros le decían a Hanussen que Hitler era el salvador del mundo, Hitler se lo decía a Goebbels y Goebbels se lo decía al pueblo alemán y al resto del mundo para que les temblaran las patitas. Pero más allá de levantarle el autoestima al Führer, los astros también eran informantes del más alto nivel.

Ya en épocas de guerra, y con Hanussen bien muerto, otro astrólogos fueron los encargados de decidir cosas de relevancia como cuándo y dónde atacar, o simplemente cuando era mejor retirarse. El trabajo de ocultistas y astrólogos era de tal importancia, que dentro del ejercito nazi había departamentos de inteligencia destinados únicamente a estos menesteres.

Ahora bien, ¿recuerdan a Heinrich Himmler? Bueno, pues el Comandante en Jefe de la SS fue el nazi más entregado al misticismo e incluso era conocido como el “mago negro”. Era tal su pasión por lo oculto que comenzó a rayar en la locura. Es quizá por los actos de Himmler que se cree que la guerra ocultista incluía ritos satánicos y adoraciones al Señor de las Tinieblas. Esto le generaría mala fama a los nazis (como si antes hubieran tenido buena fama, en fin).

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Permítanme entrar en detalle: Himmler tenía un castillo, el Castillo de Wewelsburg. Ahí, dirigió durante la guerra numerosos rituales de magia negra en una pequeña habitación que llamó “El reino de los muertos”. La idea de los rituales era comunicarse con los antepasados de los fallecidos alemanes puros para buscar consejos, ideas y nuevas maneras de combatir al enemigo. Hay quienes aseguran que era justo en este castillo donde actos satánicos se llevaban a cabo, implorando la ayuda del mismísimo Diablo en la guerra.

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Castillo de Wewelsburg

Ante la inminente derrota nazi, Himmler ordenó que el castillo fuera destruido antes de que las tropas aliadas pudieran capturarlo.

Además de estos rituales, el militar alemán llevó su devoción ocultista a la SS, creada como una fuerza militar con la única misión de proteger a Hitler. Fue conocida como la Orden Negra y sus uniformes estaban plagados de símbolos ocultistas y paganos. Parte del entrenamiento incluía la lectura de las runas para conocer la suerte y planear los ataques y estrategias militares durante la guerra.

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Ahora que si esto no es suficiente, permítanme ir aún más a detalle: Himmler era un auténtico hijo de p… Como comandante en jefe del servicio secreto, ordenó la matanza metódica y sistemática de judíos, polacos, católicos, gitanos, homosexuales, comunistas, testigos de Jehová y enfermos mentales. Es difícil olvidar su paso devastador por la Historia.

El contraataque (o de como Churchill tenía un conejo en la chistera)

Ya lo dijo el sabio “si no puedes con el enemigo, únetele”. Si bien los Aliados no unieron fuerzas con los Nazis, sí decidieron combatir la magia con más magia. La guerra ocultista llegaría a tierras británicas y no se quedarían atrás con su dosis de esotéricos.

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Churchill siendo testigo de otro tipo de magia

Los aliados británicos protagonizaron todo tipo de extrañas prácticas para combatir a los alemanes. Winston Churchill le entró al mágico mundo de la guerra y creo el Black Team, en donde trabajaban personajes como el astrólogo Louis de Wohl, utilizando horóscopos y cartas astrales como un arma más en las operaciones clandestinas de los servicios de inteligencia.

Sin embargo fueron dos los aliados más importantes en la guerra de lo oculto:

  • El primero es nada más y nada menos que el famoso Aleister Crowley, un personaje bastante polémico pues siempre estuvo relacionado con actos satánicos (y que merece un artículo aparte), pero que durante la Segunda Guerra Mundial fue pieza esencial en el combate al nazismo. Es recordado sobre todo por su participación en la Operación Muérdago donde realizó un ritual secreto en el bosque de Ashdown. El ritual consistió en un embrujo contra los nazis, específicamente los líderes alemanes. Para ello, disfrazó a un muñeco con un uniforme nazi, lo sentó en un trono y tras unas palabras mágicas, le prendió fuego.

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  • El segundo aliado fue Jasper Maskelyne, un mago británico experto en el arte del ilusionismo. Según cuenta la leyenda, el buen Jasper logró hacer desaparecer de la vista de los nazis el Canal de Suez y la ciudad de Alejandría con sus trucos, evitando que fueran bombardeadas. La realidad es que no existen pruebas de este acto más parecido a algo que David Copperfield haría en Las Vegas.

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Aunado a todo esto, Churchill quiso poner su granito de arena y apeló a lo más cercano a un ritual ocultista que pudo encontrar: las buenas vibras. En 1940, el líder británico insto a su población, gracias a una idea del Mayor Wellesley Tudor Pole, a que todos los días a las 9 de la noche se hiciera un minuto de silencio. En esos 60 segundos, las vibras de todo el pueblo inglés se unía en rezos silenciosos pidiendo que la guerra terminara y los nazis perdieran.

El truco que todos quisiéramos ver

Algún otro sabio dijo que no importan los medios siempre y cuando llegue el mensaje. El mensaje del nazismo era claro y lo hicieron llegar de todas las formas posibles. A veces fueron gritos de odio por parte de un enardecido líder y otros tantas fueron gritos de dolor, incomprensión y terror. La contraparte no tuvo opción más que contestar, y de igual forma sólo se terminó generando más pérdida, odio, incomprensión, terror y dolor.

La Segunda Guerra Mundial es un hecho histórico que quedará marcado por la muerte masiva de civiles, el Holocausto y el uso (de debut y despedida) de armas nucleares. La Segunda Guerra Mundial fue el conflicto más mortífero en la historia de la humanidad, resultando en la muerte de entre 50 y 70 millones de víctimas.

Ojalá hubiera algo o alguien suficientemente mágico para poder borrar todo esto de nuestra historia. Ese sería el mejor truco de todos.

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Imagen BBC

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