Es 1925. Carmen Mondragón está vestida de monja, a la entrada del retablo mayor del Templo de San Francisco Xavier, en Tepoztlán; tiene la costumbre de retratarse desnuda, pese a ser hija del general porfirista Manuel Mondragón, detonador de La Decena Trágica, rompe de tajo con la moral victoriana en la etapa posrevolucionaria a tal grado que sus estudiosos consideran hoy a Carmen, quien adoptaría el nombre de Nahui Olin, como “baluarte del feminismo” en México.
Desde una mirada patriarcal, la pintora y poetisa jugó tres roles: el de Lilith, la primera mujer de Adán que, en la tradición judaica, se rebeló en busca de su propio placer; el de bruja, por ser capaz de atemorizar con su capacidad sexual y ser esclava de sus pasiones, y el de loca porque, según la leyenda, mató al bebé que tuvo con su esposo, el artista Manuel Rodríguez Lozano, cuya homosexualidad fue bien conocida: Olin pasó sus últimos días mendigando en la Alameda vestida con un abrigo de gatos disecados.
Como el conquistador que nombra el territorio para poseerlo, el paisajista e impulsor del muralismo, Dr. Atl, convirtió a Carmen Mondragón, su apasionada amante, en Nahui Olin, un nombre cosmogónico que ella asumió y defendió porque la diferenciaba del resto al no estar asentado en un “acta numerada”. A diferencia de la palabra náhuatl, que designa el 4 movimiento del Sol, ella escribía Olin con una l.
Sus desnudos fotográficos, captados por Antonio Garduño, Juan Ocón y la Metro Goldwyn Mayer entre 1925 y 1928, al pertenecer a la élite artística e intelectual de la época y ser reinterpretados como obras de arte, nunca objetos de consumo, según Tomás Zurian, curador de la primera gran retrospectiva de Nahui y coleccionista de su obra, quedan aparentemente circunscritos a la “alta cultura”.
Esos retratos formaron parte desde el inicio de la cultura de masas al divulgarse en la revista Ovaciones, dirigida a un público masculino, donde lo mismo aparecían desnudas tiples, coristas y modelos que notas deportivas.
Olin posó para Hollywood y su cuerpo desarropado se difundió a través de tarjetas postales. Varias de esas postales fueron comercializadas por la Compañía Industrial Fotográfica, a la que perteneció el estadounidense Charles B. Waite.
Sin desdeñar la voluntad de Nahui de hacerse dueña de su cuerpo, es innegable que estaba a la moda de las “flappers”, las mujeres que usaban faldas cortas, se despojaron del corsé, fumaban, tomaban alcohol, llevaban el cabello corto (bob cut) y practicaban abiertamente su sexualidad.
El sexólogo Alfred Kinsey señala en Historia de las mujeres. El Siglo XX que para las jóvenes de la década de los 20 “el reconocimiento de la sexualidad femenina no era tanto una cuestión de rebelión como una manera de marchar con la multitud…”. El cine, las revistas y la publicidad se percataron de que el deseo sexual femenino existía para ser “explotado y satisfecho”.
Para sus estudiosos, sus desnudos resaltan el buen gusto, la elegancia de las poses, la belleza de las líneas, el afán de conocerse y expresarse. El testimonio de la sobrina nieta de Carmen Mondragón, Beatriz Pesado, en Nahui Olin, La mujer del Sol, deja entrever la intención de la tía:
“Me retraté desnuda porque tenía un cuerpo tan bello que no iba a negarle a la humanidad su derecho a contemplar esta obra”.
La misma pintora y poetisa evidencia su narcisismo durante la ausencia del Dr. Atl cuando le confiesa por escrito: “lo único que se me ocurre es desnudarme delante de un espejo y admirar mi belleza, que es tuya”. Y en otra ocasión, resentida con él, asegura ser “la ambición de todos los jóvenes bien de México”.
En esa época sus desnudos eróticos iban dirigidos al espectador “ideal”, el varón, y estaban destinados a adularlo. Fue precursora de la liberación sexual de la mujer en México, al tiempo que se sometió a la mirada masculina queriendo ser objeto de su contemplación.
Nahui Olin no fue una protagonista ni heroína solitaria en la conquista de las libertades femeninas. En la elite cultural estaba acompañada por Antonieta Rivas Mercado, Lupe Marín, Tina Modotti y Frida Kahlo. En la cultura de masas, por las tiples del teatro de revista.
Se subió al barco de la ruptura sexual y estética de los años 20, atrapada, en varios aspectos, en la tradición patriarcal.
Sin ser estudiosa de Olin, la artista feminista por excelencia, Mónica Mayer, no se atreve afirmar si los desnudos de Nahui son feministas o liberadores, prefiere considerarla como pionera del performance porque no se limitaba a ser modelo.
“Jugaba a ser musa y artista simultáneamente”.
En el poema “Poso para los artistas”, Nahui se considera creadora de obras inéditas junto con los pintores, dibujantes y fotógrafos que la retratan.
“Hacen /cuadros / siempre /nuevos /cuando / yo poso” .
Desde el punto de vista de Mayer, su historia, como el de otras artistas, se observa desde una mirada romántica. Su obra se ha estudiado poco y son varias las interrogantes que faltan por responder, entre ellas si posó porque le pagaban y eso le permitía ser independiente.
La foto donde aparece vestida de monja al interior de la iglesia barroca, tomada por Garduño hacia 1925, es un gesto iconoclasta con el que inicia la exposición “¡Que se abra esa puerta! Sexualidad, sensualidad y erotismo”, exhibida en el Museo del Estanquillo. Iconoclasta porque esta mujer lejos estuvo de la moral y la prudencia sexual impuestas por el catolicismo.
Nueve fotos de Nahui Olin, todas de Garduño, excepto la de su boda con Rodríguez Lozano, integran esta exposición, divididas en dos salas y pertenecientes a la Colección de Carlos Monsiváis.
Esta crónica visual de la historia de la sexualidad en México, del siglo XVI al XXI, recupera la visión de Monsiváis sobre el peso de la religión católica en el control de los cuerpos; las repercusiones de las teorías de Freud en México; la prostitución; el feminismo y el movimiento LGBTTTI.
El sarcasmo hace placentera la visita gracias a la curaduría Rafael Barajas “El Fisgón” y Alejandro Brito. A escasos centímetros de distancia del Manual de Urbanidad y Buenas Maneras, de Carreño, uno se topa con la imagen de una robusta y desnuda mujer con la mirada velada y un sombrero negro que disimulan su rostro.
Es casi inevitable no soltar la carcajada con las caricaturas que se burlan del clero, como la del sacerdote dispuesto a mostrarle al niño su parte “más humana”, o con la advertencia del cartón de Alberto Isaac: “Con eso de la pornografía hay que tener tanto cuidado con quien la practica como quien la define”.
Los curadores confrontan la visión de Vladimir Putin. El presidente de Rusia repudió recientemente la homosexualidad de Sergei Eisenstein abordada en la película de Peter Greenaway. Aquí los dibujos homoeróticos del cineasta y la fascinación que en él ejerció la abierta preferencia del poeta Elías Nandino por su mismo sexo hablan por sí mismos.
El Museo del Estanquillo se ubica en Isabel la Católica 26, esquina con Madero, en el Centro Histórico y la muestra podrá ser vista hasta el 23 de enero de 2017.