[contextly_sidebar id=”Pm9MVuZE5beyIu7nIxr251e6qm9ycVX9″]Llegar a los Juegos Olímpicos lo es todo para muchos atletas. Pero no son pocos los que necesitan tener un empleo que tienen que compaginar con sus actividades deportivas.
En Río 2016, por ejemplo, Brasil inscribió a 145 deportistas de las Fuerzas Armadas.
Pero entre los atletas que participaron en los pasados Juegos Olímpicos también hay una colombiana que trabaja en Twitter, una cartera de Bélgica y otros profesionales.
E incluso competidores que representan a potencias deportivas como EE.UU. han tenido que encontrar alternativas para costearse los gastos de equipo, viajes y manutención.
Nacida en Colombia y criada en Suiza, Nathalie Marchino trabaja en una compañía de California llamada Twitter.
Con 35 años, es una de las más experimentadas atletas del equipo de rugby 7 colombiano, que en Río tuvo una discreta participación de cinco juegos y quedó eliminado en la primera ronda.
“Combinar el trabajo y el rugby ha sido parte de mi realidad durante tanto tiempo que ya he aceptado que es así“, dijo sobre su extenuante horario segmentado entre su deporte y su empleo.
Originaria de Irán y refugiada en Bélgica, Raheleh Asemani tenía su pase a Río pero carecía de bandera hasta unos días antes del cierre de registros.
Iba a participar con el Equipo Olímpico de Refugiados, pero finalmente obtuvo su registro con Bélgica.
“Trabajo como cartera, corro de casa en casa entregando cartas”, dijo la deportista que llegó hasta la semifinal de taekwondo de menos de 57 kilos, pero perdió su combate por la medalla de bronce.
El japonés Kazuki Yazawa puso a prueba su fuerza y destreza en la competencia de canotaje eslalon K 1 de Río, en la que finalizó en el lugar número 11 en la semifinal.
Este competidor cuando no está remando contra fuertes corrientes y remolinos tiene una ocupación diametralmente opuesta: se prepara para ser sacerdote budista.
“Cuando me inicié como sacerdote budista, decidí que mi trabajo principal sería ese y que mi vida como deportista sería en mi tiempo libre”, dijo Yazawa antes de viajar a Río.
Las manos de Michelle Carter son talentosas.
Fue la ganadora de la medalla de oro en Río gracias a su lanzamiento de peso a 20,63 metros de distancia, más de 20 centímetros por encima de su rival más cercana.
Pero cuando no está entrenando con la pesada bala, sostiene los delgados pinceles en su estudio de maquillaje profesional. Además, tiene una línea de productos propia, Shot Diva.
“Creo que cuando uno se toma el tiempo de cuidarse a sí mismo, aumenta tu confianza”, piensa Carter.
Brasil inscribió a 145 atletas, el 30% de su delegación de 465 deportistas, que están registrados en un programa de las Fuerzas Armadas del país sede.
Mientras que algunos, hombres y mujeres, tienen grados como soldado, sargento o coronel de la marina, el ejército o de aviación, otros no son en realidad militares sino deportistas profesionales.
El investigador Márcio Antonio Scalercio dijo a BBC Brasil que se trata de una campaña publicitaria para que las Fuerzas Armadas “ganen una visión positiva de la sociedad”.
Pero es una estrategia que también parece dar réditos deportivos, pues la mayoría de las medallas brasileñas en Río (12 de un total de 19) las consiguieron militares-atletas como la yudoca Rafaela Silva, el gimnasta Arthur Zanetti y el saltador de pértiga Thiago Braz, entre otros.
Maya Dirado, de EE.UU., fue una de las atletas más exitosas en Río: ganó en natación oro en 200 metros espalda, oro en el relevo 4×200 libre, plata en 400 metros combinado y bronce en 200 metros combinado.
Pero Dirado también es una analista de negocios por la Universidad de Stanford trabajando en una consultora de California a la que regresará en septiembre.
Gwen Jorgensen, por su parte, ganó el oro en la prueba de triatlón individual femenino, pero desde 2010 esta estadounidense es contadora en una firma de la ciudad de Milwaukee.
Mientras que Gerek Meinhardt, bronce con EE.UU. en esgrima por equipos en Río, trabaja por su parte como analista de riesgos en una consultoría de San Francisco.
Es graduado con honores por la Universidad de Notre Dame donde estudió una Maestría en Administración de Negocios y en 2014 fue el esgrimista número 1 del mundo.
Su compañero Miles Chamley-Watson, ganador del bronce en el equipo estadounidense, se dedica al modelaje profesional.
Otro caso destacado es el de Matthew Abood, nadador australiano que en Río obtuvo la medalla de bronce en los relevos 4×100.
En su vida hace relevos entre su entrenamiento en la piscina y su empleo deanalista de negocios en el Commonwealth Bank australiano.
Y aunque no obtuvo medallas también se puede recordar el caso de la canadienseLanni Marchant, quien es una abogada con dos licenciaturas, una por la Universidad de Ottawa y otra por la Universidad Estatal de Michigan.
Marchant compitió en la prueba de los 10.000 metros (finalizó en 25) y en el maratón (24).
Curiosamente, uno de los países más ganadores de las Olimpiadas, Estados Unidos, no tiene un programa gubernamental de apoyo a sus atletas.
Y eso hace que algunos hayan tenido que pedir ayuda en internet.
A través del fondeo colectivo en GoFundMe.com, Jeremy Taiwo pedía donativos para juntar US$15.000 para sus gastos del decatlón en Río, y al final consiguió US$54.000.
Los atletas como Taiwo, que quieren dedicarse de tiempo completo a su deporte,tienen que conseguir patrocinadores.
El futbolista paralímpico Gregory Brigman también pidió ayuda en línea, pero la respuesta ha sido muy diferente: de US$6.000 que tiene como meta solo ha conseguido US$2.600.