[contextly_sidebar id=”IitLFyhvxDn0SxIWDvE2ET2WU8iXnGg3″]Durante seis años sólo pudieron rozarse las yemas de los dedos de vez en cuando a través de la verja que separa México de Estados Unidos.
Este sábado 30 de abril, Gabriela Esparza y su madre, María del Carmen, por fin se abrazaron. Aunque fuera por sólo tres minutos con motivo de la celebración del Día del Niño.
Ese es el tiempo que tuvo cada una de las seis familias para encontrarse físicamente tras años separados a un lado y otro de la frontera.
Por tercera vez, la puerta de emergencia de la valla entre San Diego y Tijuana se abrió brevemente para que varias familias se reunieran.
Ni los guardias fronterizos pudieron reprimir sus lágrimas. Una de esas familias es la de Gabriela, de 25 años.
Y es que Gabriela o Gabi, como llama su madre, vive en San Diego, en Estados Unidos. María del Carmen, en Tijuana, México.
“Todo es bueno, me encanta esto”, dice a la BBC Gabriela, en un perfecto inglés y satisfecha con el país que la acogió.
Llegó a Estados Unidos en 2001. Primero, en 1976, se trasladó su padre. Luego fue llegando el resto de la familia. Todos entraron de manera ilegal.
“Mis padres vinieron buscando algo mejor para nosotros”, afirma Gabriela, cuyo padre es residente estadounidense y atraviesa la frontera cada día para trabajar en San Diego.
Y aunque Gabriela, que tiene un hijo, encontró ese algo mejor, no fue fácil. Su hermano mayor fue deportado, sus padres se separaron, su madre regresó a México para ayudar a otra hija enferma.
Y Gabriela se quedó sola.
En 2012 se benefició del programa DACA, que permite a ciertas personas que llegaron a Estados Unidos cuando eran niños continuar en el país durante un período de dos años, sujeto a renovación.
Gabriela pudo así estudiar y trabajar. “Fue una bendición increíble. Me dio la oportunidad de trabajar legalmente”.
Sin embargo, no puede viajar a México.
Por ello, la relación con su madre, sus hermanos y sus sobrinos es a través de llamadas y mensajes de texto.
De vez en cuando se ven a través de la verja en el llamado Parque de la Amistad.
“Hablamos por tres horas, metemos el dedo pequeño por el agujero y la puedo tocar”, cuenta.
“Es triste porque podemos vernos, pero queremos tocarnos”, dijo a BBC María del Carmen, de 54 años, antes del encuentro con su hija.
“Sólo tocamos lo que son las yemas del dedo. Un dedo completo no entra en el área de las rejas“.
María del Carmen no sólo atravesó una vez el desierto, sino dos. Recuerda especialmente el paso de 2001. “Por el cerro, sin zapatos, con las uñas todas que se me cayeron de tropiezos y tropiezos”.
Aún tuvo que volver a hacerlo en 2004 tras haber regresado a México por el fallecimiento de su padre.
En 2009 se rompió su matrimonio y tuvo que elegir entre acompañar a una de sus hijas, que estaba enferma, de vuelta a México o quedarse con Gabriela, que decidió continuar en Estados Unidos.
María del Carmen considera Estados Unidos como una “droga”, pese a que su hijo mayor pasó por muchos problemas y estuvo año y medio en prisión antes de ser deportado.
“El que prueba Estados Unidos ya no puede vivir bien en México”, dice, “agradecida” al país en el que su hija ha decidido de momento pasar su vida.
“Se ha superado”, dice orgullosa y sentada junto a su marido, al que ha perdonado y con el que ha vuelto tras años separados. “Si papá y mamá están bien, los hijos van a estar bien”, asegura.
Pese a los años, aún siente culpa por su ausencia.
“La dejé desamparada”, se repocha. “No logró lo que ella quería. Quería irse a una misión con la iglesia y se vino todo abajo. Ha logrado más que los demás en el lugar que está, pero no del todo”, lamenta.
Ellas han sufrido, como muchas familias, la separación.
Por ello, no quieren hablar de más muros, como el que promete Donald Trump si llega a ser presidente de Estados Unidos.
“Si ya se ven casos de separación familiar, pienso que con este señor se van a hacer más”, teme María del Carmen.
“Ya lo vivo con mis hijos y mis nietos y es muy triste. Si vienen a refugiarse (en Estados Unidos) es porque tienen mejor forma de vivir, mejores estudios”, justifica.
Coincide Gabriela al otro lado de la frontera. “Hay mucha gente deportada. Se llevarán muchas cosas. Sólo espero que no gane. Mejor que no. Es injusto lo que hace”.
“Espero que algo cambie, que toque su corazón y haga las cosas diferentes”
Enrique Morones, fundador de la ONG Border Angels (Ángeles de la Frontera), la organización detrás de la idea de abrir la verja por unos minutos, no menciona a Trump, pero también pide “construir puentes” en lugar de muros.
Gracias a su iniciativa, Gabriela y María del Carmen se reencontraron, se tocaron y se abrazaron. Aunque sólo fuera por tres minutos.