En un negocio se venden tacos de carnitas de cerdo. A unos pasos se encuentra una tienda que ofrece vestidos para las chicas que cumplen 15 años, y después hay un restaurante donde el menú del día es verdolagas en salsa verde, quesadillas de papa y mixiotes de borrego, un guiso de cordero que se prepara al vapor.
Los anuncios en los negocios, la oferta de los vendedores y las conversaciones que se escuchan son en español. Parece una calle de cualquier ciudad de México. Pero no lo es.
Se trata de la avenida Rooselvelt, la calle principal del barrio Elmhursts de Queens, en Nueva York.
Desde hace décadas el barrio es uno de los refugios para mexicanos que se encuentran en EE.UU. sin documentos.
Muchos en el barrio son de Puebla, el estado que más migrantes aporta a la ciudad. De hecho fueron los primeros mexicanos en llegar a esta ciudad, dice Joel Magallán, fundador de la Asociación Tepeyac de Nueva York.
Más de un millón de poblanos viven en Estados Unidos, la mayoría en barrios neoyorquinos.
La migración ha sido tal que ahora representa la sexta parte de los habitantes de Puebla, que según el conteo más reciente del Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía, tiene de 6,2 millones de personas.
Son tantos los arraigados en la ciudad estadunidense que en México desde hace tiempo rebautizaron a la Gran Manzana.
La llaman “Pueblayork“.
Uno de los vecinos de Elmhursts es Cupertino Meléndez Santos, un joven de 28 años que trabaja en un restaurante de Wall Street.
Es algo común en la zona. Todos los días cientos de mexicanos abordan el metro y recorren hasta 30 estaciones para llegar a su trabajo, generalmente en Manhattan.
En el trayecto elevado el convoy pasa por un cementerio de vagones de desecho, vías de ferrocarril abandonadas y edificios viejos. Casi todos iguales: ladrillos grises, grafitis en el borde de las azoteas.
Cupertino nos cuenta que hace 14 años llegó con sus padres y hermanos desde Atlixco, un municipio rural de Puebla, al sur de Ciudad de México.
Como miles de personas que han abandonado el estado en las últimas décadas, la familia dejó todo para buscar una mejor vida.
Ahora están separados. Cupertino vive en Queens con un hermano. Otros dos están con los padres en Pensilvania. En Puebla sólo quedan una hermana, los abuelos y algunos primos.
La vida del joven ahora está aquí, como otros cientos de miles de mexicanos.
Los migrantes forman comunidades que suelen unirse por el lugar de origen, a veces en clubes sociales, otras en los negocios que crean o los sitios donde trabajan.
Es un proceso de adaptación que no termina de completarse. Muchos poblanos, como ocurre con jaliscienses, guanajuatenses o veracruzanos, viven con la esperanza de ganar dinero para sustentar un cómodo regreso a casa.
La espera puede prolongarse por décadas. Mientras, los primeros migrantes atrajeron a otros, y tras ellos llegaron más.
“Estamos en todos lados“, nos dice Ricardo, encargado de un bar en Brooklyn.
Él nació en Cholula, ciudad vecina de la capital de Puebla. Hace nueve años llegó a Nueva York.
“En cualquier restaurante que preguntes siempre vas a encontrar por lo menos a un mexicano, en la cocina o sirviendo platos. Y muchos son paisanos”.
Estudios de la alcaldía dicen que, por ejemplo, en el 70% de los restaurantes de la ciudad trabajan mexicanos, muchos originarios de Puebla.
Y también están en otras actividades económicas. De hecho, los migrantes creen que sin su trabajo la ciudad sería un caos.
Es claro que no sólo están en restarantes, pero es allí donde son más visibles. En Times Square, entre las enormes pantallas luminosas, fachadas de los edificios,Raúl Gómez, también de Cholula, reparte propaganda de un restaurante italiano. También, dice, a veces vende boletos de un autobús turístico.
“Es a escondidas porque aquí el negocio lo tienen los afroamericanos”, nos dice mientras señala a dos guías en el trance de enganchar a una familia alemana.
Ricardo y Raúl llevan una vida distinta a la que tenían en Puebla. El primero era empleado de una paraestatal; el otro trabajaba en un banco.
Pero en otros casos el cambio no es tan radical. José Coyotl Cuautle, empleado de un supermercado, nos cuenta que ahora trabaja igual que en su comunidad, San Antonio Cacalotepec, pero aquí gana más dinero.
El problema es que sus gastos son mayores. Y además enfrenta el riesgo permanente a una deportación, la separación de la familia, la discriminacion cotidiana…
A veces el único refugio son la familia y los paisanos con quienes comparte los gustos por la comida, la forma de organizar las fiestas y las tradiciones de su pueblo.
Este es uno de los aspectos sutiles de la diáspora mexicana en Estados Unidos, y que en Nueva York es paulatinamente más visible.
Cada grupo de migrantes, según su origen, tiene sus fiestas tradicionales y las festeja en su nuevo país. Por ejemplo, quienes llegaron de Zacatlán, Puebla, promueven una feria de la manzana en agosto, como en su pueblo.
Algunos originarios de Veracruz organizan un carnaval al inicio de Semana Santa, mientras que los oaxaqueños en julio realizan la fiesta de la Guelaguetza.
Hay pocas actividades que unen a todos los mexicanos en ciudades estadunidenses: el día de la independencia, la batalla del 5 de mayo en Puebla (cuando el ejército mexicano derrotó a los franceses), y el soccer.
De hecho, los cocineros mexicanos organizaron un equipo de fútbol que juega contra colegas de otras nacionalidades.
Los partidos son por la mañana del lunes y martes, si el clima lo permite, en una cancha de pasto artificial en el Barrio Chino.
Esta vez no fue así. El martes 12 de abril la temperatura no superó los 8 grados Celsius y llovió casi todo el día.
Al encuentro sólo llegaron tres jugadores. Se fueron cuando arreció el frío.
La Asociación Tepeyac de Nueva York ocupa una pequeña oficina en un vetusto edificio del corazón de Manhattan, a sólo unas calles del mítico Empire State.
Durante varias décadas, la Asociación fue uno de los principales referentes para los migrantes de Puebla. De aquí surgieron los primeros datos sobre mexicanos víctimas de los ataques a las Torres Gemelas de 2001.
En la improvisada sala de juntas y desde sus dos viejos escritorios se han organizado protestas contra deportaciones, y también la carrera de la Antorcha Guadalupana que cada fin de año parte de Ciudad de México y termina en la Catedral de San Patricio, en Manhattan.
Hoy, la Asociación se dedica casi por completo a ayudar a los jóvenes migrantes a terminar el bachillerato.
Es el principal requisito para inscribirse en el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA), una iniciativa del presidente Barack Obama parasuspender la deportación de los beneficiarios.
Joel Magallán dedica parte de su tiempo a impartir clases. Aunque en estos días no sólo se habla de álgebra o inglés. También de las próximas elecciones presidenciales de noviembre.
Y a veces de un nombre: Donald Trump.
Entre los alumnos de la Asociación el posible candidato del Partido Republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, provoca sonrisas de burla, muecas de desprecio.
Pero no miedo. “¿Por qué lo voy a tener?”, nos pregunta Carlos Juárez Hernández, un delgado muchacho de 20 años y arete negro en cada oreja.
Hace un año llegó de Santa María Nopopoalco, municipio de Huejotzingo, Puebla.
Le ha tocado vivir en Estados Unidos el proceso político que ahora preocupa al Partido Republicano: la carrera de Trump hacia la candidatura presidencial.
Carlos se da cuenta. “Cuando empezó nos daba como risa, todos decían que es un payaso, era gracioso”, nos dice.
“Pero ahora analizamos y vemos que los mismos partidos creen que Donald Trump ya se salió de control, ellos tienen miedo de que en verdad gane”.
“No tengo miedo, pero a veces me da coraje. Yo hablo con los mexicanos que nacieron aquí y les digo: vayan a votar, necesitamos el voto latino porque, si no, ese Trump se lleva todo“.
Joel Magallán está de acuerdo. “La esperanza es que como todos están enojados con él pues van a votar en contra”, nos explica. El reto, que acudan a la urnas.
En el otro extremo de Queens, a unas calles del Parque Central en Manhattan,Jaime Lucero se afana en los últimos detalles antes de un viaje de varios días.
Reúne a los empleados de su restaurante para darles las instrucciones de la semana; atiende una llamada y luego sonríe para recibir a los comensales del consulado mexicano en la ciudad.
Lucero representa otra cara de la migración poblana a Nueva York, adondellegó en 1975.
En poco tiempo fundó una empresa comercializadora de textiles y luego creó una organización civil llamada Casa Puebla, durante tres décadas, uno de los principales centros de reunión de los empresarios poblanos avecindados en Nueva York.
Lucero es uno de los empresarios mexicanos más prósperos de la ciudad, algo que, asegura, aprendió de su antecesores migrantes.
“Hemos trabajado 18 horas seguidas, hacemos los trabajos que nadie quiere hacer y eso nos hace muy fuertes”, nos dice.
Para muchos Jaime Lucero podría ser el ejemplo del migrante que triunfa y alcanza su sueño. Pero otros lo ven como algo lejano.
Uno de ellos es Cupertino Meléndez. “Nosotros no podemos quedarnos permanentemente y por eso siempre estamos pensando en tener algo para regresar“, nos recuerda.
Si tuviera que definir su vida en Nueva York con una sola palabra, ¿cuál sería? “Trabajar”, nos responde. “No hay de otra”.