[contextly_sidebar id=”90WYluTqRwUlF34TESzHaEQharUgUYMd”]Hace 60 años, niños de todo el mundo -y sus padres- lamentaron el fallecimiento de uno de los genios más queridos de la literatura infantil: A. A. Milne, el creador de Winnie the Pooh.
“Supongo que todos secretamente aspiramos a la inmortalidad”, escribió el escritor británico en1926, antes de que sus libros sobre el osito causaran furor internacional.
E inmortalidad fue lo que consiguió, pero no por los motivos que deseaba.
La obra de Milne incluyó siete novelas, cinco libros de no ficción y 34 obras de teatro, además de numerosos relatos y artículos.
Además, trabajó en prestigiosas publicaciones, llegando a ser editor de la revista literaria Granta y subeditor de la revista de humor y sátira Punch.
Escribir lo que quisiera había sido su propósito declarado y cuando, en sus inicios profesionales, Punch aceptó uno de sus artículos, Milne sintió que tocaba el cielo con la punta de los dedos.
Pero esa felicidad no duraría para siempre.
Milne sería el autor de los cuatro libros para niños que conformaron la serie de Winnie the Pooh, además de dos colecciones de poesía, When We Were Very Young y Now That We Are Six (“Cuando éramos muy jóvenes” y “Ahora que somos seis”).
Sus libros para niños solo sumaron 70.000 palabras, la extensión de una novela promedio. Sin embargo, la enorme fama que cosecharon terminó borrando la memoria de toda su obra previa.
Y el éxito de Pooh también perjudicó la acogida a sus libros posteriores para un público adulto.
Su colaborador, E. H. Shepard, caricaturista político de Punch convertido en ilustrador, también sintió lo mismo. Antes de su muerte llamó a Pooh “ese viejo osito tonto” y lamentó su participación en los libros.
Después de los libros de Winnie the Pooh, Milne intentó escribir otra vez para Punch.
Pero ni siquiera sus antiguos lectores lo aceptaron.
“Su talento no lo había abandonado, pero su público sí y, finalmente, el editor, EV Knox, le escribió para decírselo”, contó su hijo, Christopher, en su autobiografía de 1974 The Enchanted Places (Los lugares encantados).
“Cada uno de nosotros tenía sus propias penas”.
Después de todo, Milne no fue el único que tuvo que luchar con la fama de Winnie the Pooh.
Como inspiración para Christopher Robin, el hijo de Milne fue, en cierta forma, incluso más conocido que su padre.
Como lo describió un artículo de la revista estadounidense Town and Country, Milne fue un “dramaturgo inglés; laureado poeta infantil por divino derecho de la fantasía; sus obras de teatro han sido éxitos de producción en Nueva York; y es el padre de Christopher Robin.”
La familia de Christopher no lo protegió precisamente de la publicidad. A él le entregaban las cartas de fans que los niños le escribían y, con la ayuda de su niñera, las respondía laboriosamente a mano.
Además, le tomaron muchas fotografías acompañado de su padre y también solo.
A los siete años participó en grabaciones de audio hechas para los libros, algo que posteriormente su primo calificó como una explotación que mostró “el rostro inaceptable del reino de Pooh”.
Al año siguiente, Christopher actuó frente a 350 invitados en una fiesta, recitando partes de los libros y cantando la canción The Friend (“El Amigo”), y en 1929 actuó en una representación basada en las historias.
Fue en esa época que Milne decidió dejar de escribir libros para niños. Pensó que era hora de cambiar nuevamente de dirección literaria, algo que había conseguido hábilmente en el pasado.
Pero en gran parte la razón fue su “estupor y disgusto” por la fama desproporcionada de su hijo.
“Siento que el Christopher Robin legal ya hizo más publicidad de la que quiero para él”, escribió Milne. “No quiero que llegue a desear que su nombre sea Charles Robert”.
En 1930 Christopher fue enviado a un internado. Luego escribiría que ese fue el comienzo de una “relación de amor y odio con su homónimo ficticio”.
Los otros niños se burlaban de él sin misericordia. Sus vecinos le ponían la grabación en la que actuó una y otra vez hasta que, finalmente, se aburrieron de la broma y le dieron el disco. Christopher lo hizo trizas.
Y perfectos extraños creían conocer –y poder juzgar– a Christopher.
En el 60º aniversario del primer libro de Winnie the Pooh, el crítico Chris Powling escribió: ¿Hubo alguna vez un niño más insoportable que Christopher Robin?
Incluso más mortificante deber haber sido, como Christopher destacó en sus memorias, que las opiniones estaban basadas en un personaje que no era realmente él.
Su familia ni siquiera lo llamaba Christopher Robin, sino por su apodo Billy.
Tanto su padre como él destacaban que Christopher no era el personaje literario, pero no todo el mundo hacía la distinción.
Y con razón, quizás, pues incluso las ilustraciones originales de Shepard tenían una exacta similitud con el niño de la vida real.
Fue luego de un período infructuoso de búsqueda de trabajo, tras salir de la universidad, que Christopher desarrolló un verdadero resentimiento contra los libros y su padre.
“Él se abrió su propio camino con su esfuerzo y no dejó un sendero que yo pudiera seguir. Pero ¿todo fue su esfuerzo? ¿No tuve yo algo que ver en alguna parte?“, escribió Christopher.
Y ese rencor se acentuó en sus momentos más pesimistas.
“Casi me parecía que mi padre había llegado donde estaba al montarse sobre mis hombros infantiles, que había hurtado mi buen nombre y me había dejado solamente con la fama vacía de ser su hijo”.
Y Milne sentía que tenía que cargar con el peso de Pooh, tanto como Christopher Robin.
“Dejé de escribir libros para niños. Quería escaparme de ellos como quise una vez escaparme de Punch; como siempre quise escaparme. En vano”, escribió. “Como subrayó un exigente critico: el héroe de mi última obra de teatro era simplemente Christopher Robin de adulto”.
Cuando Milne escribió en “La Casa de la Esquina de Pooh” que “en ese lugar encantado sobre lo alto del Bosque, un niño y su Osito siempre estarán jugando”, no sabía lo cierto que eso terminaría resultando.
Puede que su legado no haya sido tan literario como lo hubiese deseado, pero incluso ahora, 60 años después de su muerte, el niño y su osito siguen jugando sobre las páginas, y en las imaginaciones, de miles de niños en todo el mundo.
Lee la historia original en inglés en BBC Culture