[contextly_sidebar id=”IrQe7urrJqSDJ7dljv6WuWDnx0Veivv8″]He sido testigo de los “levantamientos” y muerte de jóvenes de mi colonia, algunos de ellos con los que crecí. Entre toques de queda, secuestros, levantones, homicidios, balaceras y muerte se desarrolla la vida cotidiana de mi barrio.
Una de las noches más violentas dejó cinco muertos, jóvenes todos ellos. Ahora es un sitio militarizado. Ya no sólo tienes que cuidarte de “la maña” sino también del Ejército y de la policía que extorsiona y amenaza.
Hemos aprendido a vivir con miedo, hemos reconfigurado la violencia y hemos creado estrategias para sobrevivir al terror que nos provoca vivir en un sitio sin seguridad ni justicia.
En la cuadra, las redes de solidaridad se fortalecieron. En algunos sitios incluso se elaboraron directorios con los números telefónicos de los vecinos por si ocurriera una situación de emergencia.
Recuerdo que después del homicidio de cuatro jóvenes en una misma noche a manos del crimen organizado, aparecieron en los espacios públicos más concurridos –como canchas deportivas- cartulinas que anunciaban toque de queda. El mensaje era más o menos el siguiente: “quien salga después de las 8:00 se lo va a cargar la chingada”.
Ante esta amenaza cada noche se veía peregrinar por las calles vacías a las madres y a algunos padres, que iban a recoger a sus hijos al paradero de autobús. Decían: “voy por él, no me lo vayan a confundir”.