En la sala del gimnasio hay velas.
Una instructora con sudadera se ajusta un micrófono al estilo Madonna, como si estuviera a punto de iniciar una rutina de danza en un concierto de los años 80.
De pronto aumenta el volumen de la música a niveles que hacen doler por un momento los oídos. Y con el incremento en los decibeles también sube la temperatura en la habitación.
Más de 50 personas, hombres y mujeres en su mayoría de unos 20 o 30 años, ya están montados a sus bicicletas de ejercicio, tan cerca uno de otro que ni siquiera se distingue a quien pertenece cada gota de sudor.
Y yo soy una de esas personas.
Bienvenidos a Soulcycle, algo así como ciclismo para el alma, una cadena de fitness en Estados Unidos que ya tiene miles de adeptos y que acaba de postular a la Bolsa de Valores para cotizar públicamente.
Este fenómeno en expansión pronto estará presente hasta en los mercados financieros.
Culto
La idea nació hace una década en Nueva York, cuando dos entusiastas de fitness (estar en forma), Elizabeth Cutler y Julie Rice, buscaban formas de hacer a las rutinas de ejercicio más divertidas.
Lo que comenzó en apenas un gimnasio con 31 bicicletas se expandió ahora a 38 centros con más de 300 mil miembros.
Para quienes no lo practican el Soulcycle les parece un culto. Muchos no entienden qué lleva a las verdaderas legiones de fanáticos a gastar 30 dólares en una sesión de 45 minutos.
“¡Vamos, más resistencia!”, grita de pronto la instructora, que nos ordena pararnos sobre los pedales y girar el dial que marca la intensidad a la derecha.
Esta rutina de 70 centavos de dólar el minuto se realiza prácticamente de pie, mientras nuestras piernas pedalean al unísono al ritmo de música dance y versiones pop para adolescentes.
Ascendemos y descendemos, nos doblamos trabajando los abdominales.
Parece una clase de nado sincronizado, pero sin el agua.
Aunque nunca voy al gimnasio, logro superar la barrera del dolor. Y mientras no paro de sudar comienzo a sentirme diferente. Más fuerte, más poderosa.
“Vamos, giren la cadena! Pueden subir a la cima de una colina y superar esas metas”, grita la instructor en tonos cada vez más estridentes.
Cada vuelta del pedal se me hace más difícil. Siento que avanzo con dificultad en un mar de lodo.
Luego combinamos el pedal con las pesas, levantándolas al ritmo de Taylor Swift. Hasta los hombres más maduros del grupo están bailando.
Pero no estamos simplemente ante una clase de ejercicio convencional.
El Soulcycle se comercializa como un lugar en el que uno puede “encontrar su alma”.
Y por ello parte de rutina es casi una terapia de grupo, en la que la instructora se transforma en una facilitadora y motivadora.
Nos llaman “héroes y heroínas”, “guerreros y guerreras”, y nos recuerdan que todos juntos nos hemos embarcado en un “viaje colectivo”.
Una rutina con todo incluido
A diferencia de una clase en un gimnasio común, en el Soulcycle no se puede hacer trampa. Gracias a un par especial de zapatos que literalmente queda sujeto a los pedales, uno no puede pretender moverse sin hacerlo de verdad.
Entre los seguidores más célebres del Soulcycle están David Beckham, Lady Gaga, Oprah Winfrey e incluso Michelle Obama. Una flota de autos de seguridad se vio recientemente frente a un gimnasio en Washington, mientras Michelle Obama corría hacia la entrada.
Semanas después, montada en mi bicicleta, reconocí a una de las asesoras de Barack Obama.
Tratamos de no reírnos al ver que ambas habíamos cambiado los trajes ejecutivos por las sudaderas.
Tal vez parte del atractivo es que el Soulcycle ofrece una rutina que lo incluye todo, como en paquete.
Algo que puede resultar ideal para muchos estadounidenses superestresados, que nunca tienen tiempo para dormir lo suficiente y menos para pensar demasiado.
Corta, intensa, satisfactoria.
No es una experiencia barata, pero los inversores en la Bolsa de Valores pronto no tendrán duda de que no faltan clientes.
Y aunque odie admitirlo, ya soy una de las miles de entusiastas del Soulcycle que se declaran adictas a este deporte.