[contextly_sidebar id=”cHm8RupkDul6FkKnpT29Rg3OFE3XutEE”]Una media del 50% de las veces que estamos haciendo cualquier cosa, nuestra mente se pierde en divagaciones, desconcentrándose, extraviándose en pensamientos en bucle, en ocasiones ciertamente obsesivos. ¿Habéis visto esa escena de la última obra maestra de Pixar, Inside Out, donde envían a menudo un Earworm o canción pegadiza? Pues eso.
Toda esta energía cognitiva desperdiciada provoca que rindamos un 50% menos de lo que lo haríamos si nuestro cerebro estuviera mejor diseñado. Este enorme pensamiento estéril, en comparación, deja a la procrastinación como un defecto menor en la productividad.
Lo más preocupante de toda esta energía mental despreciada es que se inclina mayoritariamente hacia pensamientos negativos, displacenteros, como un buque derrelicto. Hasta el punto de que pensamientos neutros en un primer momento pueden terminar cargados negativamente. Como señala Steven Johnson en su libro La mente de par en par:
“Hasta donde me alcanza la memoria, tengo una extraña propensión a recordar con intensidad ciertos argumentos expuestos de pasada por amigos, profesores o colegas, en el marco de una conversación de sobremesa o de un seminario. Alguien que hace una apasionada defensa de la política económica de Castro, del cine de Jean-Luc Godard o del último disco de Madonna, y, por alguna razón, sus palabras se quedan grabadas en el banco de datos de mi memoria. Al cabo de los meses, y hasta de los años, me sorprende dando vueltas a sus argumentos, construyendo contra-argumentos o reforzando su verdad esencial con nuevas pruebas”.
Pero ese 50% solo es una media. En función de la actividad que estemos desempeñando, el porcentaje se incrementará o disminuirá. Y el siguiente estudio basado en encuestas a personas escogidas aleatoriamente sirvió para determinar qué actividades son, en general, las que promueven que nos distraigamos con más facilidad. También se descubrieron las actividades que propician que nos centremos más en ellas, concentrándonos al máximo, huyendo de earworms, procrastinaciones y otras hierbas.
El pensamiento errante, disparejo, parece una fórmula segura para la infelicidad, porque los pensamientos que se generan cuando no estamos pensando en nada concreto se suelen centrar en nosotros mismos, girando alrededor de nuestra identidad en círculos concéntricos o en espirales pesadillescas, tomando fragmentos de nuestra vida, acaso para crear cierta sensación de permanencia. Así abunda en ello Daniel Goleman, psicólogo de Harvard, en su libro Focus:
Dejando a un lado las asociaciones creativas, la mente errante tiende a centrarse en el yo y en sus preocupaciones, es decir, en todas las cosas que hoy tengo que hacer, en las cosas equivocadas que le he dicho a tal persona o en lo que, por el contrario, debería haberle dicho.
Pagar las facturas, aquella frase que nos dijo nuestra pareja cargada de mala baba, lo que nunca le dijimos a nuestros padres, empezar de nuevo la dieta. Estos son algunos ejemplos de pensamientos divagatorios típicos que pueden interrumpir nuestra concentración mientras conducimos, trabajamos o leemos una novela que no consigue absorbernos totalmente.
Advertir que estamos empezando a divagar es difícil porque ello implicaría que no estamos divagando, como el pez que se muerde la cola, tal y como demuestran los estudios de imagen cerebral llevados a cabo por Kalina Christoff y sus colegas de la Universidad de Oregón.
Sin embargo, se conocen de forma aproximada los tiempos promedio en los que divagamos gracias, entre otros, a un experimento realizado a través de terminales iPhone. Los psicólogos de Harvard Matthew Killingsworth y Daniel Gilbert desarrollaron una app que preguntaba a sus usuarios, en momentos aleatorios del día, si estaban distraídos o no. Tras analizar los informes relativos a 2 mil 250 mujeres y hombres estadounidenses para determinar la frecuencia con la que sus cerebros estaban en otra parte y cuál era su estado de ánimo, llegaron a la conclusión de que ocurría el 50 % de las veces. Y los resultados, publicados en Science, también revelaron que el estado de ánimo solía ser negativo en tales casos.
Con todo, según la encuesta, no todas las actividades favorecían en la misma medida la distracción. La actividad que más evitaba la distracción era el sexo (al parecer hubo quienes respondían a la app en esta tesitura). En segundo lugar, estaba el ejercicio físico. En tercer lugar, hablar con alguien. En cuarto lugar, jugar.
Por el contrario, la modalidad de actividad que más propiciaba la mente errante era el trabajo, estar frente a un ordenador o los desplazamientos de ida y vuelta al trabajo.
Cuando logramos que nuestra mente se concentre en una actividad, alejando los ecos del pensamiento divagatorio, entonces se reactiva la región medial de la corteza prefrontal de nuestro cerebro, y se activa la constelación neuronal de la corteza prefrontal lateral. Se desconectan también los circuitos asociados a las preocupaciones emocionales, una de las mayores fuentes de distracción y ansiedad.
La concentración en lo que estamos haciendo, pues, no solo propicia que nuestra actividad sea más fértil, sino que acalla los fantasmas cerebrales, tal y como lo expresa Goleman:
“El distractor más poderoso no es la charla interpersonal, sino la incesante cháchara intrapersonal que se da en el escenario de nuestra mente. La verdadera concentración exige acallar esa voz interior. Una resta en la que, partiendo de 100, vamos sustrayendo sucesivamente 7 acabará aquietando, si nos concentramos en esa tarea, ese diálogo interno”.
La atención plena o mindfulness produce, según los escáneres cerebrales, este efecto de acallamiento mental. En palabras del neurocientífico Richard Davidson: «Si la absorción total y el flujo reflejan el abandono del estado errante de la mente y el centrarse por completo en una actividad, es muy probable que desactiven los circuitos por defecto. No puedes, mientras estás absorto en una tarea difícil, seguir dando vueltas en torno a tu persona». O como decían esos loros de La isla, de Aldous Huxley, adiestrados para gritar sobre las personas a fin de centren su atención en lo que está ocurriendo, “¡Aquí y ahora, muchachos! ¡Aquí y ahora!”.