Matías Sosa es cajero nocturno en la tienda de conveniencia de una gasolinera de Montevideo, pero a medianoche se convierte de pronto en una suerte de celador de la venta de vino, cerveza o whisky.
A las 00:00 horas de cada día entra a regir en Uruguay una ley que prohíbe a comercios como ese vender hasta las 06:00 de la mañana siguiente bebidas alcohólicas para llevar y Sosa, de 30 años, tiene que hacerla cumplir frente a clientes sedientos.
“Me choca un poco tener que explicarle (la ley) una por una a las personas que vienen, pero está perfecto”, dice a BBC Mundo. “Hay un poco más de orden; estaba un poco descontrolada la cosa”.
Cuenta que los clientes de su tienda del barrio de clase media-alta de Parque Rodó le reprochan que en este mismo país se legalizó la marihuana, una droga que se espera que pronto se venda al público en farmacias.
“Con el tema de la marihuana, están constantemente preguntando: ‘¿Ah, no me vendés alcohol, pero en cualquier momento vas a empezar a vender marihuana acá?’”, relata.
Es posible que en pocos meses esa rutina de prohibición y quejas comience más temprano para él: el gobierno anunció un proyecto de ley para extender la veda de venta de alcohol desde las 22:00 horas de cada día hasta las 08:00 horas del siguiente.
La iniciativa —que excluiría a bares, restaurantes y clubes nocturnos— se inscribe en una batalla anunciada por el presidente uruguayo, Tabaré Vázquez, contra el consumo de alcohol.
En este país de 3,3 millones de habitantes que en los últimos años sorprendió con sus leyes liberales y permisivas sobre cannabis, aborto o matrimonio gay, también hay normas restrictivas sobre el alcohol, la sal o los disfraces de carnaval.
Al asumir la Presidencia uruguaya en marzo sucediendo a José Mujica, el oncólogo Vázquez prometió acciones “muy fuertes” contra el alcoholismo, similares a las que impulsó contra el tabaco en su primer gobierno (2005-2010).
Por iniciativa suya, Uruguay se convirtió en 2006 en el segundo país de América Latina —y sexto del mundo— que prohibía fumar en espacios públicos cerrados, un año después que Cuba.
En 2009 obligó a cubrir 80% de los paquetes de cigarrillos con avisos anti-tabaquismo: “Si no dejas de fumar por vos, déjalo por los que te necesitan”, dice por ejemplo uno de ellos, sobre la imagen de un niño triste recostado contra una tumba.
También prohibió imprimir en las cajas de cigarrillos palabras como “light”, “mentolado” o “gold”.
Uruguay se colocó así en la vanguardia mundial en este tipo de políticas, que según el gobierno permitieron reducir el consumo de tabaco y las enfermedades asociadas al mismo.
Pero fue demandado por la mayor empresa internacional de cigarrillos, Philip Morris, que sostiene que las restricciones “van más allá” que en otros países y violan un tratado de inversión.
Ya en su segunda presidencia, Vázquez envió en mayo al Parlamento un proyecto de ley para impedir que los conductores de vehículos beban una cantidad mínima de alcohol, bajando del actual 0,3 a 0,0 los gramos de alcohol permitidos por litro de sangre.
El argumento para eso fue que existe evidencia de que el consumo de alcohol, incluso en cantidades pequeñas, aumenta el riesgo de accidentes de tránsito.
Pero legisladores de oposición notaron que esta medida, inspirada en normas de Brasil y otras naciones, se aplicaría en un país que legalizó el mercado de marihuana, por lo que también han propuesto “tolerancia cero” en el consumo de esa hierba para los conductores.
Juan Andrés Roballo, prosecretario de la Presidencia uruguaya, dice que las medidas sobre el alcohol están saliendo de una comisión que Vázquez creó con representantes políticos y sociales, y niega que tengan “un espíritu prohibicionista o de guerra a las drogas”.
“El consumo social de un vaso de whisky, vino (…) o lo que sea no está prohibido”, señala Roballo a BBC Mundo. “Lo que sí está prohibido es juntarlo con otras actividades, como por ejemplo conducir”.
Iniciativas como las del alcohol están lejos de ser una novedad en Uruguay, donde según cifras oficiales hay 260 mil personas afectadas por el uso problemático de la bebida.
El gobierno de Mujica, que como Vázquez pertenece a la coalición de izquierda Frente Amplio, propuso un proyecto de ley para prohibir en discotecas, pubs y bares las “canillas libres” (consumo ilimitado de alcohol tras pagar una entrada) o los happy hours (dos tragos por uno).
Pero ese proyecto naufragó en el parlamento, mientras avanzaban los que hicieron de Uruguay el primer país del mundo en tener un mercado legal de marihuana o el segundo de la región que permitió el aborto casi sin restricciones, después de Cuba.
Roballo sostuvo que estas medidas y las iniciativas sobre el alcohol tienen en común un afán de “regulación” por parte del Estado, aunque algunos las ven como una mezcla atípica.
“Es una combinación por lo menos original entre aquellas leyes, normas o disposiciones del arsenal más liberal por un lado, y por otro lado estas regulaciones muy fuertes”, sostiene el historiador uruguayo José Rilla.
Uruguay cultivó una tradición liberal desde comienzos del siglo XX, cuando consagró el Estado laico y aprobó leyes pioneras en la región sobre temas sociales como el divorcio por sola voluntad de la mujer o el voto femenino.
Pero Rilla advierte que en esa época también surgió “un Estado sanitarista que distingue y discrimina bien qué es lo sano y lo enfermo, lo bueno y lo malo, dónde hay que poner a los locos y los enfermos, cómo hay que tratarlos y qué es la vida sana”.
Y señala que la evolución más reciente de esto coincide con una tendencia más global y con el mandato de un presidente como Vázquez, “que basa una parte de sus fortalezas y prestigios en la opinión pública en su condición de médico”.
Pero tampoco se trata de un reflejo exclusivo de la presidencia.
Montevideo, la capital que alberga 40% de la población uruguaya, prohibió el año pasado a los restaurantes, bares y otros locales de venta de comida colocar en sus mesas sal o potes mayonesa sin que los clientes los pidan, para salvaguardar su salud.
También existen restricciones por motivos de seguridad.
Por ejemplo, para el carnaval de este año la Policía indicó que estaban prohibidos los “trajes o enseñas que satiricen ideas religiosas, políticas, filosóficas o étnicas”, así como “el juego con agua” y “la quema de cohetes”.
Aunque los uruguayos suelen aceptar con calma estas limitaciones, algunos dejan entrever su molestia.
Uno de ellos es Agustín Rovira, un estudiante de contabilidad de 27 años que fue el viernes a comprar una cerveza a la tienda donde trabaja Sosa y le avisaron que había comenzado la veda, aunque según su reloj aun faltaban dos minutos para la medianoche.
“Nos hacemos los liberales, los que jugamos al primer mundo liberalizando la marihuana y todo eso, y después nos ponen restricciones como a niños chicos con el alcohol, que supuestamente siempre fue legal”, dijo y se marchó con las manos vacías.