[contextly_sidebar id=”jG4C6yeKGLpRon95ZhLeb3lGSQROPkBu”]Para muchas personas, tener un hijo constituye uno de los momentos más felices y memorables de sus vidas. Pero ¿hasta qué punto eso es así? ¿El pico de felicidad es efímero? ¿Se perpetúa con los años de crianza?
En definitiva, ¿hay que inclinarse hacia la postura tipo Herodes o ir practicando el motherese o Lengua Adaptada a los Niños, ese idioma caracterizado por un tono alto, mayor variación tonal, vocales y pausas articuladas exageradamente, frases breves y elocuentes, y repeticiones para asegurar el mensaje? (Algo así: Holaa, bebééé… ¿quién te quiere a tiiii? ¿Ehhh? ¿Quiéééén?)
Felicidad hasta cierto punto
Una de las investigaciones más recientes, elaborada por la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres (LSE, por su siglas en inglés) sobre la sensación al tener hijos sugiere que, en efecto, la mayoría de los padres y madres experimentan un incremento de la felicidad justo antes y después de tener sus dos primeros hijos.
Sin embargo, los resultados no son concluyentes porque contradicen los efectos de estudios similares realizados a lo largo del último siglo. Es decir, que la ciencia, de momento, no dice de forma inequívoca que tener hijos nos haga más felices, incluso puede que tenerlos provoque justo lo contrario, y se reduzca toda la experiencia placentera a la felicidad que nos produce un bebé justo antes de tenerlo y justo después, como sugiere la publicación del investigador Nattavudh Powdthavee, de la Universidad de York en Gran Bretaña.
Disponemos de investigaciones que relacionan felicidad e hijos y estudios que desmienten esta relación. ¿Quizá el secreto reside en dejar de obsesionarnos sobre si los hijos nos harán más o menos felices?
El objetivo de la paternidad
Dicho de otro modo, la paternidad no debería ser tanto una decisión basada en el cálculo del rédito de la felicidad que aporta. Perseguir la felicidad completa y duradera mediante la paternidad deriva en un enfoque reduccionista y cínico.
La paternidad, en ese sentido, es como cualquier otra actividad que nos proporciona instantes de alegría, como escribir un libro, correr la maratón o abrir nuestro propio negocio. Todas esas experiencias están infiltradas de momentos malos y buenos. Pero no importa. Lo que importa es que nos apetece hacerlo y disfrutamos del camino, tanto en sus días claros como en sus días oscuros.
Entonces ¿a qué viene esta reciente obsesión por averiguar si ser padres verdaderamente nos reportará más felicidad que infelicidad? Parte del problema podría emanar del hecho de que ser padres es más difícil a nivel económico, mezclado con la incompatibilidad horaria de los trabajos.
La otra fuerza que contribuye al hecho de que nos preocupe más que nunca la conveniencia de tener hijos es que nunca antes en la historia nos había preocupado tanto su crianza. Los padres leen libros sobre toda clase de temas para ser mejores con sus hijos. Dieta sin gluten, evitar el rechazo, permitir que duerman a oscuras en su propio dormitorio o con ellos en la cama, el efecto Mozart (por cierto, un timo) y un largo etcétera que ha convertido la paternidad en una carrera de obstáculos repleta de responsabilidades.
Una responsabilidad que no deja de crecer, a la vez que muchos profesionales nos alientan a que dejemos de tener aversión al riesgo, de que los hijos no necesitan estar continuamente monitorizados, que nuestra función es proporcionar cariño y protección, pero todo lo demás funciona por sí solo. Los padres son como la vitamina C: su presencia es necesaria, pero el exceso no proporciona mayor cuota de salud.
El exceso de mimos parece estar convirtiendo a los niños en pequeños Napoleones, y eso, indudablemente, reducirá la experiencia positiva de la paternidad. Y el incremento de responsabilidad paternal también influirá en el hecho de que si nuestros hijos fracasan será por nuestra culpa, cuando hay poca evidencia científica de que eso ocurra: salvo en los casos en que los padres se comporten de forma inequívocamente malsana para la crianza del niño, todo ocurrirá por sí mismo.
Los mejores libros para comprender esta dinámica en que la figura paterna queda relegada al papel de vitamina C (y que demuestran que aún no comprendemos la relación causal de muchos de los consejos sobre crianza vertidos por los psicólogos) son El mito de la educación, de Judith Rich Harris, y La tabla rasa, de Steven Pinker. El resto de libros de puericultura, mucha paja, y poco contenido.
En definitiva, ser padres proporcionará momentos buenos y malos, y de nosotros depende de que la balanza se incline más hacia un lado que hacia el otro.