[contextly_sidebar id=”XlgE9eBwHvldHEcW79ppDWw5wK7dgEqC”]Si usted ve a Helen Keen encima de un escenario, probablemente le costará creer que, en algún momento de su vida, esta dicharachera escritora, actriz, comediante y presentadora británica que se dedica a hacer reír a cientos de desconocidos en sus espectáculos, sufrió un trastorno que le impedía hablar en determinadas situaciones.
Cuando Helen era pequeña, las cosas eran muy diferentes.
“Sentía que tenía unas normas muy extrañas sobre cuándo podía hablar y ante quién. Y por mucho que quisiera, no podía romper esas reglas. Nunca (…) Había días en los que no podía decir una palabra en la escuela y gente a la que no podía dirigirme pese a que estuviera desesperada por expresarme”, relata.
La gente pensaba que simplemente era una niña tímida que prefería no hablar.
Pero años después, cuando “encontró su voz”, como ella lo llama, se dio cuenta de que había sufrido un trastorno que le impedía hablar ante ciertas personas o en ciertos momentos: el mutismo selectivo.
El trastorno, que fue identificado por primera vez en el siglo XIX cuando se le describió como una falta de discurso voluntaria, pasó a llamarse “mutismo electivo” en la década de 1930.
Y pese a que en los 70 se le puso la nominación de mutismo selectivo, “la idea de que el silencio está bajo control del niño permanece en muchas ocasiones”, lamenta Keen.
Desarrollado generalmente en la infancia, este trastorno que suele estar relacionado con la ansiedad extrema es poco entendido, según los expertos.
Un criterio particular del mutismo selectivo es que hay niños que pueden hablar plenamente en ciertas situaciones -generalmente en casa- pero permanecen en silencio en otras -como en la escuela o ante otros adultos.
“Es una especie de fobia a hablar o ante las expectativas de hablar”, le explica a la BBC la logopeda Alison Wintgens que trabaja con menores que lo padecen.
Para Wintgens, es importante distinguir entre no querer hablar y no poder hablar.
“El niño callado es el niño olvidado. Y por supuesto que hay mucha incomprensión. Hay que plantearse por qué un niño no habla. ¿Es porque no puede, porque no controla el idioma, porque es un niño que empieza a hablar más tarde o es voluntario?”, se pregunta.
Algunos de los casos de mutismo selectivo más estudiados fueron los de los niños que en 1960 fueron trasladados por las autoridades estadounidenses de escuelas comunitarias de las montañas Apalaches a colegios municipales junto con cientos de alumnos.
Los profesores encontraron que la mayoría eran niños “callados”, como les llamaban.
Pero lo que había tras aquellos menores que no hablaban era que por primera vez se les había sacado de las comunidades que sus padres jamás habían abandonado y se bloqueaban.
Encontraban todo tan aterrador que no se comunicaban.
Pero en realidad y, por lo general, los niños que padecen este trastorno están desesperados por hablar, por compartir sus pensamientos e ideas, por hacer amigos y por cumplir con las expectativas de sus padres y profesores.
Pero, por algún motivo, sus palabras se quedan atrapadas por la ansiedad, la frustración y el miedo.
“Es como si mi cuerpo se congelara (…) como si tuviera unas manos alrededor de mi garganta que me impidieran hablar. Cuando llegas a ese punto, sabes que no va a haber forma de que te salgan las palabras”, explica Jane, una británica que superó el trastorno pasados los 40 años.
“La gente entiende que si no puedes nadar porque tienes pánico al agua, no te van a lanzar a la piscina, que si tienes miedo a las arañas no te van a dejar una en tu escritorio, pero a la gente le cuesta entender por qué no puedes hablar si no tienes ningún problema anatómico”, sostiene.
El mutismo selectivo no tiene un solo origen. “Suele ser fruto de una combinación de factores como la predisposición al trastorno en a familia y un temperamento cauteloso, de no tomar riesgos, de sentirse presionados cuando son el centro de atención y sensibles a nuevos lugares y nuevas personas”, explica la doctora Witgens.
Pero en todos los casos hay una fuerte presión ante la idea de tener que hablar y las expectativas que generalmente se generan en los colegios.
Los padres de quienes la padecen, además de sentirse juzgados por quienes creen que deberían presionar a sus hijos para que hablen, a veces encuentran apoyo.
Aunque en países como Reino Unido, cada vez hay más conciencia de que se trata de una condición médica y el mutismo selectivo ya está reconocido oficialmente.
Hoy se estima que en ese país europeo, cerca de 1 de cada 150 niños lo padece, un número similar al de niños diagnosticados con autismo.
Sin una intervención temprana, el mutismo selectivo puede persistir hasta bien avanzada la edad adulta y, de no tratarse, puede llevar a problemas psicológicos más serios si los niños se sienten muy aislados.
En el caso de Helen Keen, consiguió encontrar su voz pasados los 20 años cuando se apuntó a clases de interpretación para superar la ansiedad.
En las primeras clases, se aprendía sus líneas pero no se atrevía ni siquiera a hablar para decir su nombre.
Pero después de varias semanas consiguió recitarlas: “Sustituir las palabras de otros por las mías propias me ayudó a superar la ansiedad porque sentía que no estaba revelando nada de mi misma”, recuerda.
Los tratamientos comunes para combatir el mutismo selectivo van desde la medicación con antidepresivos, muy extendida en EE.UU., hasta inmersiones progresivas como las que propone la doctora Witgens.
“Por ejemplo, si el niño se siente a gusto en casa hablando con su madre, pero no en el colegio, el siguiente paso sería hablar con la madre en el aula a una hora que no haya otros alumnos”, explica.
Y poco a poco se irían sumando otros elementos como pedirle que leyera algo de forma automática ante alguna persona más hasta normalizar la situación. “Sería algo muy gradual”.
Lo que parece claro es que, independientemente del método, para quienes consiguen salir de la prisión de sus propias palabras, la experiencia es liberadora.
“Nunca olvidaré la primera vez que salí y hablé con todo el mundo que me encontraba. Fue intoxicante sentirme tan normal, como el resto del mundo”, concluye Keen.