[contextly_sidebar id=”nTWn86uZQda0wOu9vgtFcUatAvwTpZ3U”]La historia de Ricardo Montero y sus mil carreras atléticas comienza tarde: a los 40 años y con muchos kilos de peso.
Se inicia de manera más precisa una mañana de 1975 cuando intentó abrir las cortinas de su tienda de abarrotes ubicada en el mercado de la Villa, cerca de la Basílica de Guadalupe en Ciudad de México y casi se desploma por el sobrepeso.
“Pesaba 90 kilos y me di cuenta que tenía que hacer algo con mi cuerpo, porque no me sentía bien conmigo mismo. Y escuché por ahí que trotar hacía bien, así que comencé a ver cómo me iba”, le dijo Montero a BBC Mundo.
La conversación con él ocurre desde el mismo almacén. Cada tanto interrumpe su relato para atender a un cliente. “¿El diario? Son diez pesos”, se escucha mientras avanza en las historias de sus podios, medallas y sobre todo de su hazaña: corrió mil carreras atléticas en 40 años.
“He participado seis veces en la maratón de Nueva York, tres veces en la de Los Ángeles y varias veces en la de Ciudad de México”, recordó Montero.
Parque de los Venados
Todos estos años acariciando el asfalto de las maratones y carreras atléticas alrededor del mundo le han dejado varios muros de su casa tapizados de medallas y honores. Pero no siempre fue así.
“La primera vez que salí a la calle para trotar, un grupo de beisbolistas que me vio pasar comenzó a gritarme ‘¡Pinche viejo ridículo!’ Yo les iba a contestar, pero cuando me miré en shorts, camiseta y con esa barriga, me di cuenta que tenían razón”, dijo Montero.
Por eso se buscó un entrenador profesional: Sergio González. Lo primero que le dijo fue fundamental para lo que vino después.
“Me puso a dar una vuelta y cuando regresé me dijo: Montero usted tiene potencial, pero no sabe correr. Así que le voy a enseñar”.
Él ofreció pagarle, pero González le dijo que lo único que necesitaba era que corriera en un estilo muy adecuado para su biotipo, pero sobre todo para su edad: la larga distancia lenta.
Y así fue que en diciembre de 1975 Ricardo Montero participaría en la carrera del diario El Heraldo, que comenzó en el Parque de los Venados en el sur del distrito federal y terminó en el mítico estadio Azteca.
La primera de miles.
“Fueron como diez kilómetros, pero fue una experiencia que me hizo sentir que era posible tener una vida sana, saludable, sin tanto descuido”, señaló Montero.
Cien carreras en 10 años
Alguien interrumpe de nuevo. “Cinco centavos. Ah, eso, son diez centavos”.
Fue un pulverizador de sus propios registros. Entre 1975 y 1985 se convirtió en un hombre habitual de las carreras, pero sobre todo de los podios.
“Durante esa época, bajé a la mitad todos mis tiempos. Por ejemplo la maratón la hacía en cinco horas en un principio, pero la de Los Ángeles de 1990 la terminé con un tiempo de tres horas y media“.
Pero el tiempo que reducía en los cronómetros, no lo descontaba en la edad. A los 50 años comenzaron a rechazarlo en varias carreras.
Escribió cartas a los organizadores de cada competencia. Una a una, lo aceptaron de nuevo.
“Pero la historia se repitió a los 60 años. Otra vez cartas, solicitudes, para ver si abrían la categoría que comenzaron a llamar ‘Plus’”, anotó.
Cuando cumplió los 70 años el problema ya no fue las restricciones a la edad, sino una dificultad más difícil de sortear: “Ya no tenía con quién competir. Nadie se inscribía”.
Fue entonces cuando, al ver que ya no tenía rivales, se impuso una meta para superarse a él mismo, sin la necesidad de vencer a nadie en la calle: llegar a las mil carreras.
Cada fin de semana
Canta la famosa ranchera de José Alfredo Jiménez, El rey: “También me dijo un arriero, que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”.
A partir de ese momento, la vida de Ricardo Montero se trató precisamente de eso: saber llegar.
Desde que comenzaron los problemas con la edad y las categorías, Montero se había impuesto una rutina feroz anual de competiciones: 25, que podían ser maratones, 10 kilómetros o 5 kilómetros.
Cuando tomó la decisión de llegar a las mil, le faltaban por lo menos 300 para alcanzar la principal meta de su vida, pero si continuaba con la cuota anual le tomaría por lo menos 12 años lograrlo.
No tenía ese tiempo. Tenía que apresurar el paso. La larga distancia lenta tenía que aumentar de ritmo.
“Lo bueno es que la gente comenzó a reconocerme como la persona que quería llegar a las mil carreras y poco a poco dejaron de cobrarme la inscripción. Lo que fue fundamental, porque yo no tenía el dinero para inscribirme a todas ellas”, dijo.
En ocho años -desde 2006 hasta marzo de 2014- de acuerdo a su propio registro, Montero corrió 275 carreras. Unas 37 por año.
“En estos 40 años he corrido como 70.000 kilómetros entre los entrenamientos y las carreras”.
La próstata
En marzo de 2014 visitó al médico por una molestia en sus piernas. Pero el diagnóstico no fue alentador.
“Me dijo que me tenía que operar de la próstata y me dio una cita para noviembre. A mí no me daban las cuentas, porque me faltaban 25 carreras para llegar a las mil y después de la operación era muy difícil que pudiera volver a correr”, recordó.
Pero Ávila no pudo cumplir con sus deseos. “Vendió la carrera a otra gente, que a su vez me dijeron que a ellos no les interesaba lo de las mil carreras”.
Después de tanto tiempo de correr para llegar a la meta, decidió despreocuparse, dejarlo al destino. “Que fuera lo que tuviera que ser”.
El 19 de octubre de 2014, en un recorrido por el Parque de los Venados, en el sur de Ciudad de México, Ricardo Montero dice que terminó su carrera número mil cuando tenía 80 años.
“Me hicieron un homenaje muy bonito, me dieron un trofeo delante todos los corredores, fue algo que de verdad valió la pena”.
Al ver las imágenes de Montero sobre las calles de Los Ángeles, Nueva York y Ciudad de México se nota a un corredor, que aunque llegó tarde, aplicó bien el consejo de la ranchera: supo llegar.
Desde aquella hazaña, ha corrido 12 carreras más, ya sin el afán de un número. La operación en la próstata fue descartada “porque el doctor me dijo ahora me veía mucho mejor”.
“Al principio me gustaba por la disciplina, la salud, porque me permitió quitarme de encima el peso de los malos hábitos”, dijo Montero mientras terminaba de cobrarle a una vecina.
“Y después, me comenzó a gustar más por los aplausos”.