[contextly_sidebar id=”81ekvgVcPCzL1kuGab33XuHAkA5iGdWo”]En las profundidades, posados en la oscuridad de los lechos marinos, se esconden los restos de unos tres millones de barcos hundidos.
Y eso es solo una estimación conservadora de la Unesco, la Organización de Naciones Unidas para la Educación, Ciencia y Cultura.
Los barcos naufragados han fascinado a generaciones de artistas, escritores, antropólogos y científicos.
Muchos de ellos son el lugar de descanso final de tripulantes y pasajeros. Algunos tienen cientos de años de antigüedad, y se han preservado al margen del paso del tiempo en la superficie.
Todos guardan tesoros que se hundieron con ellos, ya sea en la forma de un legado cultural difícil de evaluar o en dinero contante y sonante.
Los excavadores que encontraron el barco Mary Rose, de la época Tudor, que se hundió en la costa inglesa en 1545, encontraron 500 pares de zapatos entre los 19.000 artefactos que se recuperaron del lugar de hundimiento.
El SS Garirsoppa, por otro lado, un barco de vapor hundido por un submarino alemán en la costa irlandesa en 1941, contenía 110 toneladas de plata.
En 2010, una empresa con sede en EE.UU., Odyssey Marine Exploration, ganó un contrato público para recuperar la plata, 4.500 metros bajo el mar, un kilómetro de profundidad más que el Titanic.
Aguja en un pajar
A esas profundidades solo puede llegarse con la ayuda de máquinas (Lo más profundo que ha llegado un submarinista es 332 metros, según el Libro Guinness de los Récords) y llegar ahí supone, por decirlo de manera suave, un reto técnico.
“Hace diez años no podrías haberlo hecho”, le dijo a la BBC Andrew Craig, director de proyectos de Odyssey Marine. “Habría costado tanto”.
Un vehículo operado a distancia (ROV por sus siglas inglesas), Zeus, tardó solo tres horas y media en llegar a los restos del barco de Odyssey, el Explorer.
Con cualquier tipo de exploración submarina, la posición es crucial. La proverbial aguja en un pajar es mucho más díficil de encontrar cuando está sumergida, rodeada por la vida submarina y no puedes usar tus dedos para palparla.
“Quieres saber donde están las cosas a una distancia de 10 o 15 centímetros y necesitas tener la capacidad de volver al mismo sitio una y otra vez”, dice Craig.
El Explorer cuenta a bordo con escáners y magnetómetros (un tipo de detector de metales a profundidad que es también usado por los militares para buscar submarinos), y Zeus ha sido equipado con un Sistema de Navegación por Inercia.
Este sistema captura un rango de datos de sensores más numerosos, no solo para navegar sino para registrar en qué sitios ha estado. Costó más de US$157.000 y es solo uno de muchos sensores usados por el equipo para guiar al ROV.
Avances
Andrew Craig dice que aún espera que lleguen pronto una serie de avances técnicos que resultan sorprendentemente familiares.
El primero de ellos es una mejor comunicación inalámbrica. Los ROV aún necesitan enviar datos y recibir instrucciones por cable de fibra óptica y eso implica que deben estar conectados por cables al barco.
El segundo es verdaderamente universal, que las baterías duren más.
“La vez que estuvo más tiempo bajo el agua, el ROV pasó cinco días y medio en el lecho marino”, dice Craig. “Pero tuvimos que subirlo cuando se agotaba la batería”.
A estas dificultades se añade lo costoso que es la exploración de restos de naufragios.
Mantener un barco de exploración como el Explorer cuesta unos US$35.000 al día,
Ese tipo de naves necesita de 5 a 10 toneladas de combustible al día a un costo de US$1.000 por tonelada.
“Para hacer una exploración de modo apropiado, puedes necesitar estar a bordo de seis meses a un año”, dice Craig. “Rápidamente el costo llega a los millones de dólares”.
No es de sorprender que sea difícil encontrar financiamiento.
Odyssey Marine opera manteniendo y vendiendo sus descubrimientos. También retiene objetos de valor cultural y los ofrece para exhibición en museos.
La compañía mantiene el 80% del valor de la plata que halló en el SS Gairsoppa como parte del acuerdo al que llegó con las autoridades.
“Odyssey Marine Exploration es muy transparente sobre su modelo de negocio”, dice Sean Kingsley, fundador de Wreck Watch y un consultor de la empresa.
“Piezas culturales únicas son retenidas permanentemente para su exhibición en museos, mientras que otros objetos que puedes encontrar en cualquier museo se venden para cubrir los gastos de la expedición”.
“Se necesitan ingresos para costear estos avances científicos. Dejémoslo claro, la exploración de restos de naufragios es el área más costosa de la arqueología”, añade.
No todo el mundo está de acuerdo con la comercialización.
Cuando la Unesco redactó su Convención para la Protección del Patrimonio Cultural Submarino de 2001 prohibió específicamente lo que llamó “explotación comercial” y promovió la “preservación in situ” como su “opción preferida”, permitiendo la retirada de artefactos y de los restos de naufragios por motivos culturales, pero no financieros.
Los críticos de la convención señalan que los proyectos de excavación icónicos, como el del Mary Rose, habrían sido inconcebibles si se hubieran seguido unas reglas que solo han ratificado 44 de los 195 miembros de la Unesco.
En las playas
Por supuesto, no todos los restos de naufragios del mundo son tan poco accesibles.
No es tan extraño que submarinistas aficionados e incluso paseantes por la playa se topen con el botín de un naufragio.
En esos casos la ley varía de país a país. Unas veces el que hace el hallazgo puede quedarse con él, otras debe devolverlo a su propietario.
En ocasiones, los objetos hallados pueden encontrar un nuevo uso de vuelta en la superficie.
En 2010, el Instituto Nacional de Física Nuclear de Italia usó 120 lingote de plomo, encontrados en un barco hundido romano, para llevar a cabo una importante investigación sobre los neutrinos.
El plomo era de interés porque había perdido toda su radioactividad, pero la arqueóloga Donatella Salvi dijo a la revista Nature que entregar los lingotes fue “doloroso”.