[contextly_sidebar id=”Ox03tP8JlYtxUQC7gi6qC3K54gtUWw7K”]El mundo de los vivos y el mundo de los muertos se tocan, de nuevo, esta noche, en la “víspera de Todos los Santos”.
Eso es lo que significaba, en su origen, la palabra “Halloween” o “noche de brujas”.
Hoy, en la práctica, significa niños que se disfrazan y piden dulces -amén de algunos adultos que no se “cortan”-, una noche de contar historias espeluznantes y una invasión de películas de terror “made in Hollywood” en su sala de cine más cercana.
Es lo que dicta la tradición, al menos en los países anglosajones que observan la festividad… y en alguna que otra nación latinoamericana que se ha subido al mismo tren.
Pero América Latina nunca ha necesitado de ningún tren, moda, excusa o fecha cuando de espantos se trata.
Decenas de aparecidos, ánimas en pena, monstruos mutantes y otros seres sobrenaturales deambulan todavía hoy de aquí para allá, vivos -¡qué ironía!- gracias a eso que llaman la “tradición oral”. Es decir, porque nos encanta un cuento.
Hombres detrás de mujeres
“La pelota cayó fuera del convento—fiesta de brincos y rebrincos de corderillo en libertad—, y, dando su salto inusitado, abrióse como por encanto en forma de sombrero negro sobre la cabeza del niño, que corría tras ella. Era el sombrero del demonio”.
Era el sombrero de El Sombrerón, según lo cuenta el escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias en su primer libro, “Leyendas de Guatemala”, en el que narra varias historias de origen maya de su país natal.
Como tantas, El Sombrerón se alimenta de las las tradiciones de las varias razas que confluyeron en el continente a partir de la conquista española. Y se lo interpreta en múltiples versiones.
En la misma Guatemala, algunos hablan de él como una especie de duente que se enamoró fatídicamente de una mujer hermosa. Los padres de ella no permitieron la unión y la encerraron en un convento, lo que lo llevó a él a vagar eternamente.
En Colombia, en cambio, es un hombre corpulento que se desplaza en una mula y se acompaña de dos perros negros. Su objetivo, al parecer, es asustar a los mujeriegos.
Hablando de hombres pequeños que van detrás de mujeres -en este caso, vírgenes-, El Trauco es una leyenda chilena que habla de un enano -muy feo, pero muy fuerte- que busca a chicas vírgenes para seducirlas.
El que se interpone en su camino muere en forma fulminante… o a más tardar en un año.
Mujeres asesinas en pena
La más famosa, con distancia, es La Llorona.
Esta mujer arrastra su pesar por toda América Latina: es, quizás, uno de los mitos más extendidos en el subcontinente.
En general -porque, de nuevo, son varias las versiones de su historia- se cree que mató a sus hijos: bien porque la abandonó su hombre, bien porque la maltrató, bien porque fue rechazada por haber traicionado a su raza.
En México, donde tiene una tradición muy fuerte, se la asocia con una hermosa mestiza que se enamoró de un apuesto capitán español en la época de la conquista.
El capitán la dejó -dos hijos de por medio- por una joven española. En venganza, decidió matar a los chicos con un puñal que él le había regalado. Pagó con pena de muerte.
Otros la identifican con La Maliche, una esclava que le fue regalada a Hernán Cortés y luego contribuyó a la conquista.
Cualquiera sea la historia que se le atribuya, su misión en la muerte es espantar o anunciar desgracia.
La Sayona, en Venezuela, encontró a su marido siéndole infiel y decidió quemar la casa con él y el bebé de los dos adentro.
Luego corrió a casa de su madre y la mató con un machete.
En fin, una cadena de hechos sangrientos la condenaron a vagar eternamente en busca de vengarse de los hombres.
Animales monstruosas
Esta categoría está dominada por El Chupacabras, tan célebre que en Puerto Rico -donde tiene una larga tradición- han organizado varias veces (entre ellas, una bastante difundida en 2010 y otra en 2012) búsquedas oficiales de la misteriosa criatura con apoyo de las autoridades.
El Chupacabras es un animal monstruoso descrito de diversas formas, la más célebre de las cuales vino por cuenta de un ama de casa puertorriqueña que se refirió a él como una especie de canguro, de poco más de un metro de alto, con colmillos afilados y alas en la espalda.
Anda en busca de animales -ganado, en general- para chuparles la sangre: el hallazgo de los cadáveres en extrañas circunstancias ha alimentado su leyenda.
En Argentina, El Familiar es la encarnación del demonio en la forma de una horrenda criatura: bien un perro enorme sin cabeza o una serpiente peluda.
Deambula por las fincas, en busca de peones para comer, a cambio de grandes beneficios para el hacendado.
En Bolivia, El Tío es una criatura de las minas, a veces representado mitad animal, mitad cabra.
Le ofrece a quienes trabajan en estos mundos oscuros y peligrosos la ruina o la desgracia: todo depende de si se le hacen las ofrendas de rigor.