[contextly_sidebar id=”0F8NJoC6jE506ob2dSHvxytPLo2qoEyS”]El diseño del inodoro, tal como lo conocemos hoy, parece perfecto pero… ¿podría mejorar?
Hay quien propuso ideas más inteligentes y ecológicas, pero si nos fijamos en la historia del sanitario y la psicología involucrada en nuestras actitudes hacia él, podría resultar difícil modificarlo.
El inodoro y nuestros hábitos en el baño han sufrido varios cambios a lo largo de la historia.
Al principio, una experiencia común
Las excavaciones arqueológicas que muestran la organización más antigua del manejo de desechos humanos datan de la época del imperio de Mesopotamia, entre los años 3.500 y 2.500 a.C.
En el Imperio Romano, las letrinas de alta gama a veces contaban con sistemas de calefacción, asientos de mármol y esculturas ornamentales.
Estos eran los baños de lujo. También eran espacios muy sociales.
“No había cubículos ni pantallas que proporcionaran privacidad a los usuarios, que se sentaban todos juntos“, escribió el arqueólogo Zena Kamash en 2010.
La mayoría de los cuartos de baño del mundo antiguo no tenía más de 15 asientos, pero una letrina del siglo II en Siria podía ser utilizada simultáneamente por 80 personas.
Sin embargo, tuvieron que pasar varios siglos hasta que se popularizaron los grandes cambios.
Un “trono” privado
En 1596, Sir John Harrington publicó su diseño “Ajax”, un precursor del inodoro moderno instalado como segundo trono para su madrina, la reina Isabel I.
Luego, en 1775, Alexander Cummings patentó la “trampa S”, una innovación de diseño que persiste hasta la actualidad. La sección doblada de la tubería drena el contenido de la taza del inodoro y evita que los olores del alcantarillado suban, equilibrando la presión del aire que se encuentra por arriba y por debajo de la trampa.
Pero antes de que se popularizaran los inodoros, los orinales eran de rigor.
Para los adinerados de la década de 1800, una cena gourmet duraba varias horas y el uso de un orinal en el comedor no era inusual, explica Philip Cheong del Toronto Colborne Lodge.
Después de la cena, las mujeres se retiraban a una habitación y los hombres a otra.
En cada una de ellas había un orinal, que era utilizado a la vista de los demás huéspedes.
“Tirar la cadena”, todo un acontecimiento
La llegada de la cisterna, o descarga, transformó la experiencia sensorial humana de “eliminación”, poniendo fin a gran parte de la interacción táctil y visual que antes teníamos con nuestras heces.
A partir de entonces, el agua comenzó a realizar el trabajo sucio.
El pozo de agua ubicado en la parte trasera del inodoro estándar inglés y estadounidense nos permite limitar casi totalmente las visiones de nuestros logros.
No ocurre igual con ciertos diseños de inodoro en la Europa continental, que cuentan con un estante donde quedan las creaciones fecales perfectamente a la vista.
Contraargumentos ecológicos
Con el tiempo llegaron varios argumentos convincentes sobre la necesidad de modificar el inodoro de descarga.
En una casa promedio de Reino Unido, por ejemplo, los inodoros representan al menos el 30% del consumo de agua.
Una estimación a la baja calcula que al año cada persona utiliza cerca de 12 mil litros.
Otra de las desventajas es que descarga todo a la vez, y eso, en términos ecológicos no es una buena noticia.
La orina equivale solo al 1% de los residuos, pero contiene el 90% del nitrógeno de las aguas residuales, el 50% de su fósforo y la gran mayoría de los fármacos disueltos, algunos de los cuales incluso en pequeñas cantidades pueden afectar a los humanos y a la vida marina.
Visto así, el inodoro parece haberse convertido en un objeto consumidor de agua, hostil con el medio ambiente y propio del pasado.
Tecnología revolucionaria
En este contexto aparecen propuestas como la del inodoro NoMix, diseñado para separar la orina de las heces.
¿Sólo líquido? Apunte a la parte delantera. ¿Contribuciones más sólidas? Deposítelas en la parte trasera. Además, consume menos agua ya que la orina no se descarga tirando la cadena sino que se recoge.
Pero este tipo de inodoros no se han hecho populares todavía. Para empezar, porque los hombres deben sentarse para orinar y las mujeres tienen que apuntar con cuidado.
Cuando fueron introducidos en algunos edificios en Europa, por ejemplo, obtuvieron resultados contradictorios.
“A pesar de que el 80-85% de la gente pensaba que era realmente una buena idea, a medida que convivieron más tiempo con los inodoros, se tornaron más críticos hacia esta tecnología, que todavía no está del todo madura“, dice Tove Larsen, ingeniera química del Instituto Federal Suizo de la Ciencia y Tecnología del Agua (EAWAG, por su acrónimo en alemán), tras una investigación de seis años.
La duda y la falta de aceptación también frustraron los esfuerzos de Estados Unidos para probar inodoros separadores de orina.
La empresa que produce los sanitarios NoMix dejó de fabricarlos por considerar que esta revolucionaria tecnología presenta demasiados riesgos comerciales.
Barreras costumbristas
¿Por qué es tan difícil introducir nuevos tipos de inodoros?
Tal vez parte de la razón sea que cualquier cambio que nos haga orinar o defecar de una forma diferente hace que seamos más conscientes del proceso, haciéndonos sentir incómodos.
Los sanitarios de hoy en día ofrecen una experiencia del tipo “ojos que no ven, corazón que no siente“.
Nick Haslam, que en 2012 escribió Psicología en el cuarto de baño, dice que dado que la eliminación es una experiencia humana universal y algo que realizamos varias veces al día, es fascinante la profunda negatividad con la que asociamos el ir al baño.
“Socialmente aprendemos que lo que producimos es tan horrible que debe ser desechado totalmente“, dice.
“Creo que la mera idea de que es algo que se hace en privado hace que sea algo vergonzoso si se expone“.
La ciencia ha demostrado que existen alternativas perfectamente sensatas y ecológicas, pero por lo pronto, es nuestra reacción psicológica y no nuestra incapacidad de innovación, lo que está obstruyendo las cañerías del progreso.