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Ucrania: por qué importa lo que pasa en Crimea
Ucrania: por qué importa lo que pasa en Crimea
3 minutos de lectura

Ucrania: por qué importa lo que pasa en Crimea

16 de marzo, 2014
Por: Manu Ureste
@ManuVPC 

[contextly_sidebar id=”0b468c68e0ef1d24d518cad11bb85a0f”]Desde que comenzaron las protestas antigubernamentales en Ucrania en noviembre pasado, el escenario del conflicto político ucraniano fue Kiev y más precisamente la plaza Maidan, donde los manifestantes proeuropeos se atrincheraron.

Pero desde la caída del gobierno de Viktor Yanukovych las divisiones internas del país se representan en un nuevo teatro: Crimea.

El nombre de la península ubicada en el Mar Negro surgió por primera vez en la cronología de esta crisis cuando se especuló con el destino del expresidente tras abandonar la capital del país y se instaló definitivamente este jueves con la ocupación del Parlamento y otras oficinas públicas locales por parte de hombres armados que defienden sus vínculos con Rusia.

La relación entre Crimea y la “Madre Rusia”, como la llaman aquellos habitantes de la península que sienten su corazón más cercano a Moscú que a Kiev, es compleja y no obedece a mapas o fronteras demarcadas sino a factores más sutiles como vínculos étnicos, tradición, lenguaje e historias de un pasado glorioso, guerras y deportaciones masivas.

Pero en la ecuación entran además factores menos sutiles como la base naval rusa del puerto ucraniano de Sebastopol y la ubicación geoestratégica clave de la península en el Mar Negro, ruta de intercambios comerciales globales y ductos que transportan petróleo y gas de Oriente a Occidente.

Crimea lleva tan solo 60 años como parte de Ucrania (fue transferida en 1954 por orden del exlíder soviético Nikita Krushev, quien pertenecía a la etnia ucraniana), lo que en términos históricos -más para un territorio que ha sido ocupado por griegos, romanos, hunos, bizantinos y turcos, entre otros- es un abrir y cerrar de ojos.

Más del 58% de la población de Crimea es de origen ruso, aproximadamente un millón de personas, y los políticos locales que tienen vínculos con Moscú han apelado a esta masiva audiencia en los últimos días.

La semana pasada, el vocero del parlamento de la región, Volodymyr Konstantynov, advirtió que él no descartaba la posibilidad de separarse de Kiev y sus autoridades si la situación política se deterioraba aún más.

En los últimos meses, el mismo Vladimir Putin generó inquietudes en Ucrania y Occidente cuando pareció cuestionar la integridad territorial ucraniana.

Conocida antes de los tiempos soviéticos como “el campo de juegos de los zares rusos”, gracias a su mar y a su clima templado, la relación entre ambos territorios es aún más antigua gracias a los antecesores compartidos: las tribus eslavas que formaron la Rus de Kiev y gobernaron la región con particular esplendor entre los siglos X y XI.

Más cercano en el tiempo pero con igual relevancia, Sebastopol también es conocida desde la Guerra de Crimea -el conflicto entre Rusia, el Imperio Otomano y los poderes occidentales representados por Francia y Gran Bretaña entre 1853 y 1856- como “la ciudad de la gloria rusa” (aunque Crimea fue una derrota militar catastrófica para la Rusia zarista).

La “madre castigadora”

Pero el resto de las personas que viven en el territorio no miran a Rusia con el mismo cariño por más que muchos hablen el idioma a la perfección.

Casi un 25% de los habitantes de Crimea son ucranianos y su lealtad hacia Kiev está fuera de discusión.

Para ellos, cualquier intento de extirpar Crimea del resto de Ucrania sería inconcebible.

En el 25% restante destacan los tártaros musulmanes, con más del 12%.

Para estos últimos, Rusia es sinónimo de la deportación masiva organizada por Josef Stalin en 1944, con el pretexto de que esta etnia había colaborado con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Los líderes tártaros en toda Ucrania han advertido que resistirán cualquier intento de modificar el status quo de la península.

Una península que en este momento es el escenario de un conflicto de intereses mucho más extenso que sus 26.000 kilómetros cuadrados que amenaza con hacerla naufragar en un mar más que negro.

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