Llegaron a pie, cansados y con el miedo a cuestas. En los rostros de los profesores de la CNTE –mujeres jóvenes, ancianos, hombres morenos y de bigotes– había incertidumbre. Acurrucados unos junto a otros bajo el Monumento a la Revolución veían caer la lluvia. Algunos traían lonas y casas de campaña. Otros, los menos afortunados, perdieron sus pocas pertenencias en el desalojo de su plantón en el Zócalo capitalino.
Unos pocos llegaron desde temprano, previendo el ingreso de la Policía Federal. Otros resistieron hasta ser expulsados a Eje Central. Y ahora ahí estaban, apretujados y sin saber qué sigue en su resistencia contra la reforma educativa que impulsa el presidente Enrique Peña Nieto.
Algunas mujeres –el pelo blanco, las arrugas profundas– dormitaban en sillitas plegables. Los más jóvenes trepaban árboles y postes para tender las lonas con las cuales resguardarse. Otros se curaban las heridas del enfrentamiento: un brazo golpeado, una descalabrada sangrando.
La noche más larga de la Sección 22 de la CNTE empezó desde la mañana del viernes 13 de septiembre.
El acuerdo con la Secretaría de Gobernación había sido retirarse, pero el sobrevuelo de helicópteros de la Policía federal y la llegada de uniformados alrededor del Zócalo capitalino, enojó a un sector de los docentes.
Ultimátum
[contextly_sidebar id=”4193433073b32a11111f18bf29dcb559″]Mientras unos maestros tomaban sus pertenencias, desmontaban sus casas de campaña y salían a pie de la Plaza de la Constitución, desde el mediodía otros montaron barricadas en los principales accesos a la explanada, encendieron fogatas, alimentando el fuego con lonas plásticas, botellas, cartón, cualquier cosa que generara mucho humo, para entorpecer la visibilidad de los dos helicópteros que sobrevolaban el Centro Histórico, y se armaron con palos, tubos y piedras, en espera del choque con la Policía Federal.
Prácticamente todos eran integrantes de la Sección 22 de la CNTE, es decir, maestros de Oaxaca, aunque a la plaza llegaron, en pequeños grupos, decenas de universitarios de la UNAM, del IPN, así como miembros de la organización estudiantil Frente Oriente.
Para las 13:00 horas, el laberinto de carpas que durante cuatro semanas mantuvo en bullicio permanente al Zócalo, estaba prácticamente desierto, casi en silencio, de no ser por el lúgubre ronroneo de los helicópteros, y más que desmantelado por sus ocupantes, el inmenso campamento parecía haber sido aplastado.
En tanto, la policía capitalina daba la orden a los negocios de la zona de cerrar sus cortinas y, algunos, incluso tapiaron con madera sus ventanas.
Fue a las 14:00 horas, mientras los maestros en resistencia se concentraban en las barricadas levantadas en Madero, Pino Suárez, 16 de Septiembre y 20 de Noviembre, que a esta última se aproximaron el secretario de Gobierno del DF, Héctor Serrano, su homólogo de Oaxaca, y Francisco Galindo, comisionado de la PF, quienes lanzaron un ultimátum a los profesores: tenían dos horas para abandonar el Zócalo o, de lo contrario, serían replegados por la fuerza.
Y unos minutos después, la indicación de los líderes magisteriales corrió por las barricadas: todos debían retirarse, pero sólo hasta que los granaderos iniciaran el avance sobre sus posiciones. La idea no era pelear por el Zócalo, sólo se trataba de aguantar hasta el final, de salvar la honra.
Así empezó la cuenta regresiva para las 16:00 horas.
La batalla
Poco antes de la hora marcada se oyeron tres petardos sobre Pino Suárez que pusieron en alerta a la Policía Federal, la encargada del repliegue, en tanto los granaderos capitalinos se mantenían a la retaguardia.
El ingreso del contingente federal a la plancha del Zócalo fue por detrás de Catedral, mientras en Madero y 5 de Mayo empujaban, literalmente, a los contingentes de maestros atrincherados hacia Venustiano Carranza y, de ahí, hacia Eje Central.
Fue a las 16:15 horas que inició el operativo, y un minuto después comenzaron las escaramuzas, protagonizadas mayoritariamente por los maestros que desde horas antes empuñaban piedras y palos, pero también por los jóvenes que se adhirieron a su resistencia.
Del lado de los maestros volaron piedras, cohetes y tubos, a quienes la policía correspondió con gas lacrimógeno, toletazos y golpes de escudo, hasta que, cuadra por cuadra, logró expulsar a los inconformes hasta Mesones y 16 de Septiembre.
Para ese momento, el Zócalo ya era de la policía.
Fue en Izazaga que, en medio de las filas de los policías, se abrieron paso las tanquetas de la Policía Federal equipadas con cañones de agua, que replegaron a los manifestantes a fuerza de chorros a presión.
Estos vehículos avanzaron hasta Isabel la Católica luego de poner en fuga a los profesores beligerantes que huyeron a Eje Central y, ahí, brotó nuevamente la violencia, cuando cobijados por el grueso número de manifestantes, un grupo de maestros y jóvenes emprendieron una nueva andanada de pedradas contra los agentes que custodiaban el acceso por 16 de Septiembre.
La Policía Federal respondió entonces encapsulando a todos los manifestantes que se hallaban entre Mesones y Juárez, donde se desplegaron nutridos contingentes policiacos, y aunque la gran mayoría de los maestros logró replegarse, un grupo de alrededor de 80 personas quedó cercado por granaderos que, enfurecidos, tundieron a varios, mientras el resto quedó completamente rodeado, atemorizados todos por las amenazas de golpes.
De hecho, en este grupo quedaron retenidos el líder de la Sección 22 de la CNTE, Rubén Núñez, y Francisco Bravo, de la Sección 9, que agrupa a los maestros del DF.
Estos 80 detenidos fueron liberados en el transcurso de la siguiente hora, luego de que se les ordenara dejar en el suelo cualquier objeto amenazante que portaran.
La liberación de los retenidos empezó por tres personas heridas, luego siguieron todas las mujeres que quedaron dentro del cerco policiaco, y por último fueron dejados en libertad los hombres, aunque sólo aquellos que pudieron identificarse como maestros, razón por la cual 25 jóvenes que no pudieron acreditar su membresía magisterial fueron los únicos que la policía arrestó formalmente y, según informó uno de los mandos operativos, todos serían presentados ante el Ministerio Público Federal.
El mando policiaco, quien rechazó dar su nombre, informó que a estas 25 personas les imputarían la portación de las decenas de palos, piedras (así como tres cuchillos), que le fueron decomisados a los 80 manifestantes originalmente sometidos en Eje Central, la mayoría de los cuales eran maestros.
Cabe destacar que ninguna de estas armas u objetos aptos para agredir fueron decomisados directamente a sus portadores, sino que la policía ordenó al grupo detenido que los amontonara en el suelo, por lo que no se puede saber con exactitud quiénes las portaban, si los jóvenes detenidos o los maestros a los que se dio paso libre.
Juárez, otra vez
Hacia las 17:30 horas, una decena de autobuses ingresó a Eje Central y, en menos de diez minutos, todos los agentes federales que mantenían el control de esa vialidad abordaron los vehículos, partiendo de la zona –llevándose consigo a los arrestados–, y en su relevo acudieron los granaderos del Distrito Federal, que avanzaron hasta el cruce con avenida Juárez, donde inicialmente fueron replegados por varias decenas de manifestantes, que los hicieron retroceder hasta 5 de Mayo.
Unos minutos después de soportar la lluvia de piedras, tubos y palos, los agentes capitalinos avanzaron en tropel sobre los manifestantes, poniéndolos en fuga por avenida Juárez, escenario de las grescas que en esta misma vía se suscitaron el 1 de diciembre, con motivo de la llegada a la presidencia de Enrique Peña Nieto.
El frío
Para las 6 de la tarde, la mayoría de los profesores se resguardaban bajo el Monumento a la Revolución. Algunos titiritaban de frío. Muchas de sus cobijas quedaron tiradas en la huida.
Ahí se fueron acomodando. Una lona en un muro. Unas casas de campaña en otra esquina.
Con el ocaso, un nuevo campamento comenzó a levantarse.