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“La lluvia nos trata mal, pero no podemos irnos” (crónica)
“La lluvia nos trata mal, pero no podemos irnos” (crónica)
3 minutos de lectura

“La lluvia nos trata mal, pero no podemos irnos” (crónica)

21 de septiembre, 2013
Por: Redacción Animal Político
@ManuVPC 

inundaciones

[contextly_sidebar id=”3ade08a2691d6e11b0b5a1a54c6f17b6″]Eugenio Vázquez miró, otra vez, pasar los camiones con llantas altas repletos de funcionarios y reporteros.

Los veía detrás de la reja negra de su casa desde donde vació siete cubetas con lodo para empezar a ver las baldosas que alguna vez fueron rojas. Indiferente entró a su casa y volvió con un par de sandalias y un jalador. Ésta es la tercera, contó en voz alta.

Su patio se ha inundado tres veces: la primera por el huracán Paulina en el 97 donde el agua le llegó a la cadera y se llevó a su hijo más pequeño.

En el 2010 una corriente de bajá presión fue suficiente para que el nivel del agua le llegara a las rodillas y echara a perderla sala y la cama donde dormía con su mujer.

Esta vez, fue la tercera. En todas, dice, aparecieron los funcionarios y sus comitivas, se ensuciaron los zapatos -unos más, otros menos- y prometieron que no iba a volver a pasar.

“Trajeron despensas cuando vinieron la primera vez, gorras cuando vinieron en campaña, pero nunca nos dan otra cosa, una alternativa pues. Esta es una mala colonia, siempre se inunda, pero no tengo a dónde ir”, confiesa Eugenio mientras batalla con pedazos de basura que se enredan en el jalador.

Se deja los pies descalzos, dice que los zapatos lo hacen torpe para limpiar. Prefiere un par de sandalias negras a unas botas que promete un oficial de la marina.

Mira hacia afuera y alcanza a ver la aglomeración que provocan los vecinos. En desorden tratan de sacarse una foto con el presidente, Enrique Peña y su esposa. También con el gobernador Ángel Aguirre, en quien enfoca su atención y suelta: “la vez después de Paulina, creo que me dieron una camiseta con el nombre de ese señor. Nos dijo que ya no nos íbamos a inundar. Creo que limpié lodo con ella la última vez”.

Eugenio justifica que está ahí porque es terco. Confiesa que más de una vez, su mujer le ha pedido que dejen la casa y la colonia para ir hacia la parte alta de la montaña, donde las lluvias no cubren la entrada.

Sin embargo, Eugenio se rehusa, está convencido de que su calle dejará de inundarse. O que terminarán por acostumbrarse.

Por lo pronto, salvaron el refrigerador y la estufa porque las colocaron sobre tabiques desde 2010. La sala no tuvo remedio, dice y lamenta un baúl de juguetes de madera que eran de su nieta.

Va acumulando su basura frente a la reja, mientras que un pár de niños escarban por sí acaso puede rescatarse algo.

“Casi todos somos vecinos, tenemos años aquí. La lluvia siempre nos trata mal, nos complica, pero no podemos irnos, no tenemos a dónde”, cuenta Eugenio.

En la banqueta de enfrente, una mujer con una blusa blanca mira la calle, cubierta por completo de lodo y basura.

Mira después a su patio, al cielo y suspira: “no sé ni pá’ qué hago esto si la lluvia en la noche me mete todo”.

Se llama Julia y confiesa que es su segunda inundación, cuando Paulina pasó, aún no vivía ahí.

“Nunca te acostumbras, aunque casi cada temporada de lluvias es igual. Pero una siempre piensa que ahora no va a ser así porque ya vinieron a meter tuberías o cosas. Pero al final si es igual y una acaba quitando lodo de la mesita”, dice.

Admite también que si el apoyo llega y tiene dinero para comprar una licuadora nueva podría aplaudirle al gobernador o a quién se lo lleve.

“No me acuerdo qué, pero algo compramos la vez pasada, porque nos dieron un apoyo. Ya sabemos cómo funciona esto, no es la primera vez que estamos arruinadas”, le dice en voz baja a su hermana.

En la misma cuadra, el recorrido del presidente Enrique Peña sigue, más de uno le increpa que no se ensucia los zapatos.

Eugenio se ríe y dice: “yo ya hasta me quité los míos, porque me estorban para limpiar”.

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Imagen BBC