Mientras dormimos, los músculos pierden tono y los fluidos se acumulan en la espalda. El estiramiento ayuda a masajearlos suavemente, devolviéndolos a su posición original.
Además, los músculos se protegen de extenderse excesivamente mediante la inhibición de impulsos nerviosos a medida en que se acercan a su límite.
Con el tiempo, este mecanismo de seguridad se vuelve cada vez más restrictivo. Estirar hace que el músculo se salga de su rango y vuelva calibrar los mecanismos que determinan su movimiento regular.
Antes se pensaba que cuando nuestros dedos se arrugaban al darnos un baño, experimentaban un proceso meramente pasivo causado por la absorción de agua en los dedos.
Según esta teoría, esto hacía que la piel se hinchara y se volviera demasiado grande para los tejidos que están en su interior.
Sin embargo, investigaciones más recientes han demostrado que sucede al revés: los tejidos de los dedos se contraen y tiran de la piel, causando arrugas.
Se trata de un mecanismo activo controlado por el sistema nervioso.
El hecho de que nuestro cuerpo haga que se nos arruguen los dedos con frecuencia, lleva a pensar que existe otro motivo.
Un estudio reciente llevado a cabo por la Universidad de Newcastle demostró que los dedos arrugados facilitan el agarre de objetos en condiciones de humedad.
Además de ayudarles a nuestros antepasados a atrapar peces y otros animales marinos, es probable que tener los dedos arrugados les haya permitido conservar el equilibrio al pararse sobre rocas mojadas, considerando que nuestros dedos de los pies también se arrugan.
Se conoce como el “estornudo fótico”, pero sólo una de cada tres personas lo experimentan. El mecanismo no se conoce con exactitud, pero es posible que las luces estimulen la parte del nervio trigémino que pasa por el ojo, y de alguna manera le traspase el estímulo a la rama que conecta con la nariz.
Generalmente sentimos que se nos duermen los brazos cuando está restringido el flujo de sangre. Esto sucede con regularidad cuando nos dormimos en una posición incómoda y se nos aplastan las arterias que recorren nuestros brazos.
Cuando se reduce el flujo de la sangre, los músculos, nervios y otros tejidos dejan de recibir oxígeno y nutrientes. En cuanto los nervios se ven afectados, sentimos esa sensación de entumecimiento o ardor que a veces nos despierta.
Si intentamos movernos en ese momento, el brazo se siente pesado. Esto se debe a que los músculos se debilitan por la falta de sangre. Así que incluso haciendo un gran esfuerzo, el brazo no se puede mover con normalidad.
Si siente que el entumecimiento persiste, puede deberse a una lesión o enfermedad y es recomendable consultárselo a un médico.