Cuando Gabriel Arana estaba en el secundario, su madre, hurgando sin permiso entre sus correos electrónicos, encontró uno en el que confesaba sentir una atracción especial por un compañero de clase. Confirmó así lo que sabía “desde que eras pequeño”, según le dijo luego: que su hijo era gay.
Al día siguiente, le dejó sobre el escritorio una pila de folletos sobre un tratamiento, ofrecido por un psicólogo clínico en California, que prometía curarle las tendencias homosexuales.
“Mi madre me hizo una pregunta hipotética: ‘si hubiera una píldora que te hiciera heterosexual, ¿la tomarías?’ Le admití que mi vida sería más fácil si tal píldora existiera”, señaló Arana, ahora de 29 años y periodista de profesión.
Así fue que comenzó sus sesiones semanales de terapia reparativa, que continuaron hasta que se graduó. Pese a sus esfuerzos, su inclinación por personas de su mismo sexo nunca se disipó.
Joshua Romero, por su parte, accedió ir a la conferencia “Love Won Out” para darle el gusto a sus padres: como miembros activos de una iglesia cristiana, querían hacer algo para que su hijo, que había “salido del closet” unos años antes, recuperara la “normalidad”.
“Yo ya estaba en un punto en el que había alcanzado la paz con quien era, con lo que Dios pensaba de mí. Fui por ellos y no pensé el daño que me haría. Todo lo que enseñaban ahí se basaba en que había algo mal conmigo: que es pecado, es malo, te va a llevar al infierno. Yo sentía que no podía evitar ser gay ni volverme otro”, reveló el joven, de 29 años.
Los dos testimonios ilustran los tratamientos polémicos que están en la mira de legisladores y jueces de Estados Unidos: las terapias de conversión, también llamadas reparativas o exgay, que proponen revertir las tendencias homosexuales de un individuo.
California se convirtió en el primer estado del país en aprobar una ley que las prohíbe para pacientes menores de edad, que en muchos casos son sometidos a tratamiento por decisión de sus padres. Pero la norma, que debía entrar en vigor en 2013, ha sido frenada por una serie de apelaciones ante la Corte.
Nueva Jersey podría seguirle los pasos, con un proyecto de ley similar en debate.
“Es responsabilidad del Estado mediar en esta cuestión, dado que no hay evidencia de que estas terapias funcionen y a muchos nos han hecho mucho daño”, afirmó Arana a BBC Mundo.
Fuera de lista
Las idas y vueltas legislativas y judiciales han puesto las terapias reparativas en el ojo del público y han renovado la polarización entre quienes las practican -que ven la homosexualidad como un desorden mental o una consecuencia de la historia del paciente que puede, por tanto, ser modificada- y quienes las condenan por peligrosas y obsoletas.
Entre los últimos se cuenta Jack Drescher, miembro destacado de la Asociación de Psiquiatría Estadounidense (APA, en inglés) y una de las principales voces críticas de estos procedimientos.
“Hoy los psiquiatras y psicólogos no están siendo entrenados para tratar algo que no se considera un desorden mental. Nadie lo hace en un espacio serio y mainstream, esto ocurre en las márgenes de la profesión”, señaló a BBC Mundo el experto en identidad de género.
A mediados del siglo XX no era inusual que algunos terapeutas trabajaran en el cambio de la orientación sexual mediante el psicoanálisis intenso y hasta la administración de electroshocks, todo bien documentado en revistas médicas.
Pero las teorías fueron revisadas en los años ’60 y, en 1973, la APA quitó la homosexualidad de su Manual de Diagnóstico y dejó de considerarla un desorden. En 1990, fue eliminada también de la Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud.
“Tras un estudio de 2009 señalamos que no había evidencia científica de que la terapia resultara en cambios permanentes de la orientación sexual y, en cambio, consignamos los efectos adversos que tenía en algunos pacientes, como ansiedad, depresión y deterioro general de la salud mental”, señaló Drescher, que estuvo detrás de esa investigación clave para avanzar en las leyes de prohibición de estas terapias en menores.
En el caso de Arana, que fue usado de “testimonio de éxito” por su terapeuta, el camino fue negar la sexualidad: se hizo pasar forzadamente por heterosexual por un tiempo, dejó las sesiones cuando se mudó para ir a la universidad y, poco después, comenzó a tener pensamientos suicidas y llegó a ser hospitalizado por prevención.
“En parte fue por la terapia… Ellos ya tenían una historia para mí antes de que yo empezara a hablar, así es como funciona: buscan por qué tienes tendencias homosexuales y, aunque yo no tuve abusos en casa, la terapia consistía en seguir rebuscando para ver qué experiencias podían constituir abusos que justificaran mis tendencias”, recordó Arana.
Según el médico Drescher, las críticas a las terapias reparativas son múltiples: considera que quienes las practican no advierten sobre los posibles efectos adversos de suprimir sentimientos y tienen detrás un motor moral o religioso sin basamento científico.
“Se puede dar droga que suprima el deseo sexual si el paciente lo quiere, pero eso no es lo mismo que decir que se lo puede convertir en heterosexual. El problema de quienes prometen una cura es que creen saber cuál es el origen de la homosexualidad: nadie sabe el origen”, insistió el psiquiatra.
En el pasado
Las terapias reparativas se colaron en el psicoanálisis desde su origen, con el mismo Sigmund Freud probando con hipnosis para concluir que podía incrementarse el sentimiento heterosexual aunque sin que despareciera su contracara.
Pero la escuela estadounidense actual tiene detrás a una organización creada en los años ’90, la Asociación Nacional para la Investigación y Terapia de la Homosexualidad (NARTH, en inglés), bajo la figura del psicólogo Joseph Nicolosi.
Su propuesta clínica se basa en negar que la orientación sexual tenga una base biológica, tratándola como una secuela de experiencias pasadas.
“Hay muchos hombres que creen que la homosexualidad, más que ser una tendencia inmodificable, se origina en una relación causa-efecto. En general esa causa es una completa inseguridad en su identidad de género basada en heridas severas que sufrieron de niños”, explicó el terapeuta David Pickup, portavoz de NARTH, que tiene su práctica en California.
Pickup, discípulo de Nicolosi, es un expaciente de terapias de conversión; se ha declarado víctima de abusos sexuales durante su niñez y considera que el tratamiento le “salvó la vida”.
Según dice, cuando los traumas profundos se exponen y se tratan, las tendencias homosexuales comienzan a disiparse por sí solas.
“Muchos pacientes maximizan su potencial heterosexual porque esas heridas del pasado han sido curadas. No en todos los casos, pero muchos pueden acercarse a las mujeres en sentido sexual”, indica el terapeuta a BBC Mundo.
Aaron Bitzer es uno de ellos: a los 36 años, asegura que su paso por el tratamiento le ha permitido establecer una relación amorosa con una mujer “mucho más rica y profunda que cualquiera de las que había tenido antes”.
“La intensidad de mi atracción por los hombres se ha reducido dramáticamente a lo largo de la terapia. No tengo más vergüenza por causa de mi sexualidad… Tengo mucho más conciencia de lo que está pasando dentro mío y qué creencias falsas tenía circulando por la mente”, relató el paciente a BBC Mundo.
Como en muchos otros casos, detrás de su consulta hubo una motivación religiosa.
“No encajaba quién era con la fe que profesaba”, señaló Bitzer.
Para los críticos de las terapias reparativas, la ley aprobada en California marca un punto de inflexión en la práctica clínica. Argumentan que los daños colaterales no pueden ser pasados por alto y alertan que, incluso si la norma entra en vigor, queda un área gris por fuera de la regulación.
La ley sólo apunta a los psicólogos, a los que podría quitársele la licencia si atienden a menores, pero no afecta a pastores y grupos religiosos que promueven la conversión sin presentarla como tratamiento médico.
“Es un pequeño paso para un gran problema. Pero al menos es un mensaje de que el estado de California desaprueba estas terapias”, opinó Drescher.
En cambio, sus defensores consideran que la ley es una afrenta contra las libertades religiosas y de expresión.
“La gente no está maldita por tener tendencias homosexuales, pero hay gente a la que la homosexualidad le genera problemas. Para ellos es que tenemos terapia reparativa y esta ley abusiva lo quiere impedir, violando los derechos religiosos”, refutó el portavoz de la NARTH, que estuvo detrás de la apelación judicial que frenó la norma.
¿Qué hay de los efectos secundarios severos, como los pensamientos suicidas de algunos expacientes o las denuncias por el uso de métodos de aversión, y hasta daño físico, como parte del tratamiento?
Según Pickup, se trata de anormalidades que se desvían de la práctica bien entendida.
“Si esas cosas realmente ocurrieron en un consultorio, a esos profesionales se les debe quitar la licencia. Deben haber dado con las ‘manzanas podridas’ que, como en todo, existen ahí afuera. Pero eso no quiere decir que por unos haya que quitarle la posibilidad de tratamiento a todos”, argumentó ante BBC Mundo.
En cambio, para el gobernador californiano Jerry Brown –que firmó la ley en septiembre pasado- prohibir las terapias de conversión es una necesidad: deben ser relegadas, dijo, al “bote de la basura de la charlatanería”.
La última palabra la tendrá un tribunal federal. Mientras tanto, el debate resuena en otros estados del país y se ha vuelto una batalla no sólo médica sino cultural y política.