Advertencia: detalles importantes de la trama -real y de la película- serán revelados a continuación.
Los seis estadounidenses habían escapado por la puerta trasera de la embajada en momentos en que los revolucionarios iraníes se abrían paso, y se refugiaron en la casa del embajador de Canadá. Pero corrían el riesgo de ser descubiertos, bien sea por los revolucionarios o por los medios de comunicación.
Mucha de la atención estaba sobre las varias decenas de empleados de la embajada que habían caído como rehenes del nuevo régimen revolucionario iraní. Del grupo de 66 personas, 13 habían sido liberadas dos semanas después. Pero el presidente de EE.UU. Jimmy Carter se encontraba bajo una enorme presión para lograr el retorno de todos los rehenes, incluidos aquellos de cuya existencia no se habían enterado los revolucionarios.
Tony Méndez tenía que encontrar una manera de sacarlos del país, pero primero tenía que hallar la forma de entrar a Irán sin levantar sospecha.
“Normalmente usamos una excusa muy aburrida. Pero no podíamos ir como maestros, porque las escuelas internacionales estaban cerradas. No podíamos ir como técnicos de hidrocarburos. No podíamos ir como nutricionistas que venían a inspeccionar cultivos”, le dijo a la BBC.
Méndez también tenía que tomar en cuenta que, a diferencia de él, los seis rehenes no tenían ningún entrenamiento en asuntos clandestinos.
El espía se encontraba en Otawa, en conversaciones con el gobierno de Canadá, cuando decidió “revertir las reglas y crear una distracción”.
Su plan era viajar a Teherán como supuesto integrante de un equipo de investigación de locaciones cinematográficas, que trabajaba en una película de ciencia ficción.
“Todo el mundo sabe que la gente de Hollywood va donde quiere, sin importar el momento histórico. No toman en cuenta las circunstancias políticas ni los peligros”, dice.
En enero de 1980 voló a Los Ángeles con US$10.000 en el bolsillo. La CIA y Hollywood tenían un largo historial de colaboración, en especial cuando se trataba de crear disfraces.
Méndez contrató a un guionista, que empezó a trabajar inmediatamente, y alquiló una oficina para su compañía de producción falsa, Studio 6, el mismo número de personas que planeaba rescatar.
En dos días el guión de una nueva producción estaba listo. Se llamaba “Argo”. La historia era parecida a la trilogía de ciencia ficción La Guerra de las Galaxias, un gran éxito de taquilla de la época, y se desarrollaba en un lugar mítico con un bazar exótico.
Studio 6 contactó a revistas como Hollywood Reporter y Variety para generar un revuelo en los medios acerca del nuevo largometraje. Méndez quería que sonara tan creíble como fuera posible, en caso de que el régimen iraní decidiera chequear su historia.
Le tomó varias semanas convencer a sus superiores en la CIA y a integrantes de los gobiernos canadiense y estadounidense de que le dieran luz verde. La situación era impredecible en el terreno, y discusiones sobre si los rehenes debían recibir pasaportes falsos estadounidenses, canadienses o de otra nacionalidad consumieron largas horas.
Un fracaso hubiera sido terriblemente vergonzoso para los gobiernos. Y peligroso para los rehenes.
“No había plan B. Generalmente uno tiene un plan de escape, pero no tendríamos un automóvil esperándonos con el motor encendido”, dice Méndez. Era una misión “peliaguda”, como dice él.
Cuando finalmente estaba listo para viajar a Teherán, ni siquiera su esposa Jonna Méndez, también empleada de la CIA, sabía en qué misión se estaba embarcando.
El presidente Carter había sido informado, y le envió a Méndez una nota especial: “Buena suerte”, decía, aunque es muy inusual que un presidente haga contacto directo con agentes de la CIA, dice el exespía.
Cuando llegó a la capital iraní, la ciudad parecía tierra de nadie, recuerda.
“En la noche, los guardias revolucionarios se divertían manejando por las calles y disparando su armas hacia los edificios. Todas las convenciones sociales aceptadas parecían estar en suspenso”.
Ser identificado como ciudadano estadounidense en las calles de Teherán era muy arriesgado.
Pero cuando Méndez y su colega Julio, que hablaba farsi, se perdieron y le preguntaron a un guardia revolucionario el camino a la embajada canadiense, tuvieron suerte. Él lo atribuye a su coartada exótica: “veníamos de Hollywood. Éramos más interesantes que nadie”.
El 25 de enero de 1980, Méndez y su colega finalmente conocieron al personal refugiado en la residencia de Teherán, donde se habían estado escondiendo por 86 días.
“Ya se estaban preocupando”, dice.
Méndez les informó el plan, les dio tarjetas de presentación de Studio 6 y ropa que los hiciera parecer “más Hollywood”.
El gobierno de Canadá había acordado entregarles pasaportes falsos. Las siguientes 48 horas las pasaron practicando técnicas de interrogatorio hostil.
Todos sabían que el plan de escape era peligroso, recuerda Méndez.
“Los iraníes podían haber decidido decapitarnos. O nos podían haber llevado arrastrados por un jeep. Todo era posible”, dice.
Para lograr que se relajaran, trató de hacer de los preparativos una especie de juego.
“Esperaba que de esta manera se soltaran y disfrutaran de la operación. Puede sonar extraño, pero uno puede distraer a la gente mucho más fácil con diversión, en vez de con susto. Con uno de los invitados tuve que recurrir al licor -a un trago de Cointreau- para intentar ponerlo contento”.
El lunes 28 de enero, el grupo se dirigió al aeropuerto de Teherán para tomar el vuelo de las 07:00 a Zurich.
“Hubo momentos en que pasamos por puntos de control en que no estábamos seguros de si íbamos a lograrlo”, dice Méndez.
Él y sus colegas decidieron viajar con Swissair, la aerolínea que consideraban más eficiente y confiable, y con ayuda de información de inteligencia sobre el personal en el aeropuerto, el grupo reservó para salir en el vuelo matutino.
Méndez esperaba que si llegaban de madrugada, se encontrarían con oficiales y revolucionarios soñolientos, demasiado cansados como para prestarle atención al grupo. Y funcionó.
El avión despegó sin problemas. Al llegar a Zurich, los seis estadounidenses fueron escoltados por personal del departamento de Estado.
“No hubo tiempo para gracias y despedidas, así que Julio y yo fuimos a almorzar”, dice Méndez.
En marzo de 1980, después de un encuentro en persona con el presidente Carter en lel Despacho Oval, la CIA le otorgó un reconocimiento a Méndez, la Intelligence Star, pero como la misión era clasificada, se vio obligado a regresarla inmediatamente. Ni siquiera su familia pudo asistir a la ceremonia.
Por 17 años, la operación se mantuvo en secreto. Implicaba información tan sensible que no podía ser referida ni en la revista interna de la CIA, “Estudios en Inteligencia”.
Al final, fue George Tenet, director de la CIA entre 1997 y 2004, quien animó a Méndez a compartir la historia de la operación, que se convirtió en la inspiración de la película “Argo”.
Y lo demás es historia. En los libros y la pantalla grande.