*Por Yama Nushka
Comencé a consumir heroína a los 16 años. Ya había probado todas las drogas que tenía a mi alcance, pero noté un particular gusto por los opiáceos en el décimo grado, cuando un amigo que sufría a causa del cáncer, me dio morfina. En menos de un año, estaba inyectándome heroína en el estacionamiento de la escuela mientras los otros chicos decoraban el gimnasio para los partidos escolares. Mi adicción continuó durante 10 años más, simplemente porque la heroína me hacía sentir increíblemente bien.
Los adictos a la heroína siempre necesitan dinero y yo no era la excepción. Había escuchado hablar del mercado de calzones usados en Japón y me pregunté si había una demanda similar en mi suburbio al norte de Virginia. Después de una rápida búsqueda en Google, me encontré con que este mercado era real y próspero en Virginia. La necesidad de dinero superaron todas las inhibiciones que pude haber tenido, así que comencé a responder avisos en Craigslist casi inmediatamente.
El primer cliente me ofreció $100 dolares por un par de mis calzones. Si no estás al tanto de este mercado, ése es un precio alto en las tarifas de los calzones usados. Durante nuestro primer encuentro, que fue en un estacionamiento, este tipo se subió a mi coche y me entregó el dinero. Yo me quité mis calzones de encaje negro y lo dejé darme un par de nalgadas. Ni siquiera se llevó los calzones porque tenía miedo de que su esposa los encontrara. Me alejé manejando y reí histéricamente. Era $100 dolares más rica y estaba a punto de drogarme. Acababa de abrir las puertas a un nuevo mundo de posibilidades. No me sentí explotada, al contrario, me sentí como el estafador más chingón del mundo.
“El primer cliente me ofreció $100 dolares por un par de mis calzones”
Vendí muchísimos calzones usados del otoño de 2010 a la primavera de 2011, con lo mejor del negocio sucediendo durante navidad. Tenía tres clientes fijos, a quienes mi novio de ese momento, apodaba los “Pervertidos”. Les asigné números. “Pervertido uno” ayudó a establecer mis precios y los mantuve altos. Constantemente vendía mis calzones desde $80 a $200 dolares (!!!), dependiendo de cuánto podía exprimirle al cliente en cuestión. Usaba el hecho de ser una chica inteligente y exótica a mi favor. De alguna manera, los convencí de pagarme más sólo porque no era una chica barata de alguna esquina. Tan pronto realizaba alguna transacción, corría a tirar el dinero a la casa de mi dealer.
“Convencía a los clientes de pagarme más sólo porque no era una chica barata de alguna esquina”
Cada cliente tenía su propia preferencia. A uno le gustaban las tangas de algodón y besarme. Otro quería que me tocara mientras fingía ser la hermana de 17 años de su esposa. Otro más prefería masturbarse en frente de mí, y cuando lo dejaba, me olvidaba de todo y me iba a mi “lugar feliz”. El único deseo que compartían, era el de querer que me viniera en los calzones en algún momento del día. Desafortunadamente para ellos, los adictos a la heroína tienen dificultades para llegar al orgasmo, así que rara vez me molestaba. Todos estos servicios adicionales iban directo a la factura del cliente, por supuesto.
Tarde o temprano, la mayoría de estos hombres me ofrecieron dinero a cambio de sexo. Siempre les prometía: “la próxima vez”. Mi novio siempre me esperaba a lo lejos, en el mismo estacionamiento, o en un negocio cercano. Nunca me preguntaba detalles y yo tampoco los ofrecía –símplemente estábamos tranquilos por tener efectivo. Sentía un extraño sentimiento de orgullo al saber que yo estaba haciéndome cargo de los dos. Una vez me dijo que el hecho de que otros hombres estuvieran disfrutando de mis servicios lo excitaba. No lo culpo. En ese momento, la mayoría de mis fantasías sexuales consistían en alguien metiéndome dinero a la boca. De todas maneras, no podía correrme.
“No me sentía explotada. Al contrario, estaba abusando de los pervertidos”
Considero que mis actividades eran las de una estafadora. Estaba a cargo y no me sentía explotada. Al contrario, estaba abusando de los pervertidos que no tenían nada mejor que hacer, que despilfarrar dinero por los calzones sucios de una adolescente. Estos hombres tenían los signos de los adictos al sexo. Todos ellos eran extremadamente pálidos y tenían ojeras bajo los ojos a causa de pasar toda la noche masturbándose. No me importaba lo que hacían o quiénes eran, siempre y cuando recibiera mi dinero. Asumo que la falta de interés personal era mutua, ya que no se daban cuenta de los signos de mi adicción y generalmente ignoraban mi obvia desesperación.
Eventualmente, la desesperación me llevó a pensar en grande. Uno de los pervertidos en particular, me disgustaba, así que formulé un plan para robarlo. Accedería a tener sexo con él a cambio de varios cientos de dolares y después nos encontraríamos en un estacionamiento. Mi plan era meterme a su auto, recibir el dinero y luego mi novio tocaría la ventana vestido como guardia de seguridad. Mientras el pervertido estuviera en shock por haber sido descubierto, yo me escaparía. Tan simple como eso. Mucho dinero, nada de trabajo y él se iría sólo con una “advertencia”. Los dos ganábamos, o por lo menos eso creía. Le platiqué brevemente mi idea a un buen amigo, sin embargo, me miró estupefacto y dijo “Uno puede ser malo, o encabronadamente malo. No seas lo segundo”. En ese momento me quedó claro lo que todo el dinero “gratis” le estaba haciendo a mi persona. Era suficiente de lidiar con pervertidos. Era momento de volver al tráfico de drogas honesto y de la vieja escuela.
“Los calzones cuestan poco más de $2 dolares el par, así que mi margen de ganancia era astronómico”
Es difícil de calcular la cantidad exacta de droga que gané a cambio de mi ropa interior. Los calzones cuestan poco más de $2 dolares el par, así que mi margen de ganancia era astronómico. Algunos días ganaba lo suficiente como para comprar una bola ocho o un cuarto de onza. Otros días apenas y podía pagar una bolsa pequeña. En un día promedio, un par de calzones me daba para comprar varias bolsas, una cajetilla de cigarros y llenar el tanque del coche. Todas las ganancias las dividía en un 50-50 con mi novio.
Todo el dinero que hice, se fue directamente a mi brazo. Hubo cuentas sin pagar, personas sin alimentar, mi crédito quedó arruinado, perdí a mi familia, pero las venas desesperadas necesitan medidas desesperadas. No estoy orgullosa de lo que hice, pero tampoco estoy avergonzada. No lastimé a nadie y me hice cargo de mis necesidades de la manera más emprendedora. Eso es todo lo que alguien podría pedir de un adicto.
Nota del editor: El nombre de la autora fue cambiado para mantener su anonimato.