En diciembre de 2001 Argentina recibió un nocaut: se impuso el “corralito” y nadie podía disponer de sus ahorros bancarios. El entonces gobierno de Fernando de la Rúa impulsó una ley para evitar la fuga de capitales del sistema bancario y quedaron “atrapados” 66 mil millones de dólares. Como sucede en estos casos, los inversionistas-empresarios estaban bien informados y sacaron del país sudamericano casi 15 mil millones de dólares. En Buenos Aires y en otras provincias la consigna era unánime “¡que se vayan todos!”.
En ese año comenzó la peor crisis económica y política de Argentina. Apareció una tempestad social que hundió a cinco presidentes en tan sólo dos semanas: Fernando de la Rúa, Ramón Puerta, Eduardo Camaño, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde. El caos era evidente en las calles y en el ánimo de las personas. Y Ricardo Liniers Siri comenzaba a publicar sus historietas, a contracorriente del pesimismo social, en el diario La Nación. Es decir, sus historias mínimas contenían un humor blanco e inocente. En esos momentos ser “macanudo” –positivo, simpático- era raro y casi un pecado mortal.
Para el monero Liniers, a pesar de que miles de familias perdieron su dinero, la gente buena seguía en el país. Le parecía falsa esa sensación de que todo había terminado tan de repente. Así que captó como nadie los detalles de la vida cotidiana y los trasladó a sus tiras diarias con personajes entrañables como Enriqueta y su oso Madariaga, Z 25-el robot sensible, El hombre que traduce los nombres de las películas, Gente que anda por ahí, Los pingüinos, El misterioso hombre de negro, entre otros.
Liniers se autodefine como un periodista de lo “chiquito”. No le interesan las cosas globales o si bajaron las acciones de las empresas del hombre más rico del mundo, sino una idea verdadera que le genere simpatía como una partida de ajedrez, las relaciones imposibles entre parejas, peleas entre perros y gatos, charlas entre amigos, los juegos entre el dueño y su perro, o lo peligroso de ducharse en una casa ajena.
Todo mundo piensa que Liniers es su alias pero, en realidad, es su segundo nombre. Coincide que así se llama un barrio de Buenos Aires y decidió firmar sus cartones de esa manera en vez de Ricardo Siri que, según el hincha de Boca Juniors, no es la gran cosa. A sus 28 años ingresó a las páginas del diario conservador La Nación, gracias a la historietista Maitena que define su obra como una “alegría melancólica en las antípodas de la felicidad idiota. Liniers dibuja un mundo duro con absoluta delicadeza. Su trabajo es lindo y divertido”.
-Este es tu primer libro editado en México, ¿cómo fue el acercamiento con Sexto Piso?
Es lindísima la edición, estoy feliz. Fue un contacto gradual: primero vino uno de los editores a Buenos Aires, llamó por teléfono, charlamos y se llevó algunos libros. Moría por una edición en México, ya había venido acá a los 18 años con unos amigos y siempre me quedó en la cabeza de volver. Me encanta la cultura y la comida mexicana. En casa le ponemos picante a todo para que parezca. Mis libros estaban en Brasil, Francia, Italia, República Checa pero no había salido en México. Y ahora se dio la gira con Kevin Johansen –cantautor argentino- y al mismo tiempo la Galería Vértigo me invitó a hacer una muestra. La editorial se entusiasmó para sacar el libro, así que se generó una especie de Perestroika y vine a hacer todo lo que sé: recitales, pintar, dibujar y presentar el libro. Me abrieron las puertas. Lo lindo de Macanudo #1 es que habrá más números hasta el #9. Por lo menos tendré ocho excusas más para volver.
-¿Cómo definiste los matices de humor de tus personajes?
Lo que quería en este libro es que fuera un espacio muy libre. No deseaba casarme con un registro de humor como otros caricaturistas, un solo personaje y crear historias alrededor de él. Cuando hice Macanudo sabía que no iba a crear un solo personaje y, lo más importante, evitar un registro único de humor. Procuré que hubiera humor absurdo, surrealista, negro, humor político. Lo que a mí se me plazca, pero para que no me pasara esta sensación de sentirme encerrado. Y fueron apareciendo los personajes. Enriqueta es un personaje clásico. Calvin, Mafalda y Charlie Brown son los arquetipos de humor historieta y que me encantan. Entonces dije “cuál es mi personaje de esos, investigo y hago memoria de cómo era de chico”. Así salió Enriqueta. El misterioso hombre de negro es un absurdo total, es como cuando no se me ocurre un remate para un chiste. Hay pingüinos que son muy divertidos de dibujar, son como el Chaplin de la fauna, son fáciles de hacerlos graciosos. Hay duendes para hacer un humor más delirante. Voy encontrando personajes para tirar líneas nuevas de humor.
-Como el robot sensible…
Creo que soy la víctima de mis propios chistes. Por ejemplo, estoy viendo una película, me conmueve y lloras. Es divertido reírse de uno mismo, de esas situaciones. Porque nos pasa a todos. Los hombres dirán “yo nunca”, pero lo hacen. Con el robot sensible me burlo de mí mismo.
-¿Cuáles son los retos de hacer una tira diaria?
Hay una frase de Schulz –creador de Charlie Brown- que dice que hacer una historieta diaria es hacer todos los días lo mismo y no repetirse. Y hay un poco de eso. Tengo que estar todos los días con una idea distinta, en el humor si no hay sorpresa nada funciona. Es muy difícil hacer humor, si te cuento un chiste y ya sabes cómo termina dirás “ah, sí ya sabía”. Tiene que haber sorpresa dentro de la historieta. Por otro lado, nunca subestimo al público. Hay mucho en Macanudo que está abierto a la interpretación del lector. Si veo que la idea es linda, pero no encuentro un chiste notable, mejor que quede esa idea linda y que la gente se divierta y la interprete como quiera.
-Diseñaste la tapa de un disco de Kevin Johansen y Andrés Calamaro, ¿cuáles son las diferencias entre hacer una tira y la portada de un álbum?
Cuando hago proyectos paralelos a Macanudo lo que no quiero hacer es más de lo mismo. Cuando pinto es muy diferente a lo que hago con las historietas, que es un trabajo más racional donde vas contando una idea, una historia. En cambio cuando pinto es como una cosa más intuitiva, voy manchando y la mancha me lleva a otra cosa. Desde que comienzo a pintar no sé hacia donde voy a terminar, en cambio con la historieta sí. Con la tapa de los discos trabajo un poco así, pongo la música y escucho el disco. Por ejemplo, la tapa de Kevin estuve con él a la hora de grabar y veía que era muy meticuloso, sacaba ruiditos. Y la portada de ese disco (Logo, 2007) la hice con muchas rayitas, como muy obsesivamente. La de Calamaro (La lengua popular 2007) es de un estilo muy diferente a la de Kevin: más guitarras, una cosa más rockera. Usé pintura acrílica, más exagerado, hay cabezas sueltas. La portada te crea una cierta atmósfera.
-De esta compilación 2002-2003 de Macanudo #1, ¿cuál es tu historieta favorita?
Cuando llegué a La Nación fui haciendo sobre la marcha experimentos. Dibujaba pingüinos en una historieta anterior –Bonjour, Página/12- , El hombre que traduce las películas. Se me ocurriría a veces hacer cosas de los Simpsons “no debo malgastar mi tiempo”. Ya ves, los músicos también hacen covers, yo también hago los míos. Y de repente aparecieron personajes como Enriqueta, que se volvieron recurrentes.
Mafalda, Aragonés y censura
Macanudo es una tira que por personajes emblemáticos como la pequeña Enriqueta, ha sido considerada como la “Mafalda” de las nuevas generaciones. A Liniers le parece un halago increíble porque es como si tocara tres notas y dijeran que es el nuevo Lennon. Pero para él esa creación de Quino significa el gol de Maradona a los ingleses en el mundial de 1986, el Guernica. Es decir, es uno de los momentos más grandiosos e irrepetibles de la cultura. La gran diferencia entre esas niñas es que Enriqueta es el recuerdo de su infancia: un chico tímido y solitario.
Mientras su hermana bailaba y cantaba, él prefería leer historietas como Tintín, Mafalda, Snoopy, Calvin y Hobbes, Asterix y la MAD, que fue fundamental para que siguiera la ruta de hacer cartones. Su padre le compraba la revista gringa para inculcarle el inglés, pero descubrió al dibujante Sergio Aragonés -legendario por contar pequeños chistes en los márgenes de la revista gringa- y fue toda una experiencia fantástica.
“Aragonés era como un Dios. Era increíble porque sus dibujos eran mudos, el humor mudo es el más difícil de hacer, por eso Chaplin fue un genio. Sólo con imágenes contaba la historia. La cantidad de chistes que metía era irreal. Recuerdo una tapa de la cara de Alfred Neuman con dibujitos y chistecitos de Aragonés. Desde los 11 años era obsesión pura”.
Asegura que nunca le han censurado un cartón, porque sabe que publica en una publicación conservadora y tiene que cuidar las formas de su lenguaje escrito y visual. Alguna vez quiso hacer un chiste de un hombre visco, pero le dijeron que no por respeto a los lectores. Sin embargo, a lo largo de una década sus editores han respetado su labor, jamás le han dado “línea” de cómo armar sus cartones. Desde 2002 publica diariamente Macanudo, que se ha convertido en la más popular de Argentina, de varios países latinoamericanos y europeos.
Dice que antes no se podían hacer historietas por cuestiones políticas o económicas, pero ahora cualquiera puede hacer cartones sobre Gaza o el ADN. Hay un “momento de oro” editorial y creativo. Por eso, Liniers sigue levantándose temprano; de la cama al restirador, dibuja un boceto, después desayuna y regresa a terminar la historia. Esas son las ventajas de trabajar en casa y encontrar la mayor fuente de inspiración en sus dos pequeñas: Matilda y Clementina.
Hasta el día de hoy sigue la máxima de uno de sus ídolos, el dibujante estadounidense Bill Watterson: “la sorpresa es la esencia del humor. Así que al hacer una tira diaria, el desafío es sorprenderse a uno mismo”.