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Yo no quería que muriera mi madre
Yo no quería que muriera mi madre
9 minutos de lectura

Yo no quería que muriera mi madre

27 de octubre, 2012
Por: Moisés Castillo
@WikiRamos 

En la autoficción se da una fusión entre la biografía del autor y la del protagonista de la ficción. Y la novela reciente de Julián Herbert, “Canción de tumba” (Mondadori 2011), se mueve en esta modalidad literaria: un retrato de su leucémica madre. Un recorrido laberíntico donde el personaje principal cuenta la vida de Guadalupe Chávez y Marisela Acosta, la misma mujer pero con una doble identidad: la madre y la prostituta.

Marisela Acosta trabajaba en varios prostíbulos de Monterrey para darles comida y educación a sus hijos… La primera vez que ingresó Guadalupe Chávez a sala de urgencias del Hospital Universitario de Saltillo, alguien escribió mal su nombre y ya todos la conocían como Guadalupe “Charles”. La señora Charles no dejaría de retornar una y otra vez a ese inmueble creado por el arquitecto Mario Pani.

Si bien la primera fase de la leucemia sucede a finales del 2008, el narrador recurre al uso de flashbacks para llenar una especie de álbum fotográfico que va desde su infancia (a los tres años conoció a su primer muerto) hasta su vida como escritor y sus viajes de labor literaria por ciudades como La Habana y Berlín. Al principio de la novela advierte que él no se hace terribles reproches por no poder escribir. Al contrario, escribe para transformar lo perceptible.

“Canción de tumba” es un arrullo triste de la vida que se va: el viento esparce las cenizas. Pero también es un grito que revela lo vulgar que es la vida. La historia de Julián no es ni por asomo un retrato para lloriquear todo el tiempo o un relato con final y resignación feliz. Es una novela para hacerse habitable o, como dice con ironía, para hacer menos incómodo el sillón de hospital. Su madre ya no quiere ver el piso de colores pero él tiene que terminar la novela.

Quizá una de las escenas más inquietantes es cuando una de las enfermeras le recomienda bañar a su madre porque es la única forma de que le baje la fiebre. El hombre, el hijo, el escritor, no sabe qué hacer. Por un instante su mente está en blanco ante la presión de la mujer de la camisola blanca. La lleva al baño entre malabares y se percata que los pezones de su mamá emiten esa característica peste a plástico que exudan los organismos macerados en el vinagre rancio de la química.

¿El que protagoniza “Canción de tumba” es el verdadero Julián Herbert? Si hay similitudes entre autor-narrador, ¿cuál es esa delgada línea entre realidad y ficción? O como dice Nietzsche hablar de uno mismo es la mejor forma de ocultarse. La luz quiebra el espejo. Tal vez el Julián de la novela es más verdadero que el Julián de la cruda realidad. No hay que pensar ni bien ni mal, mejor hay que disfrutar la novela que ya fue galardonada con el Premio Jaén de Novela y recientemente con el Premio Iberoamericano “Elena Poniatowska”. Quizá sobra decir que es una de las mejores novelas del año (en México se editó en febrero de 2012).

-¿Cómo definirías “Canción de tumba”: autoficción, autobiografía, ficciones verdaderas, experiencia vital?

Pues sí, todas esas. En alguna parte la he llamado “novela testimonial”. Para mí es sobre todo una novela, no porque los hechos narrados sean ficticios, sino por la técnica. Es un discurso que intenta ser autoirónico y al mismo tiempo contiene una crítica del género novelístico tal y como este se ha desenvuelto históricamente. Incluye rasgos de los tres sub-géneros novelescos caracterizados por Edith Wharton (novela de aventuras, novela costumbrista, novela psicológica); tiene, creo, una genealogía (Dickens, Dostoievski, Thomas Mann, Philip Roth, etc.) más próxima a la novela que a la poesía, el ensayo o el género biográfico. Por otra parte, no ha faltado quien me diga –principalmente novelistas– “esto no es una novela”. Lo cual me hace sentir muy bien, porque significa que no es un aparato inofensivo. Por mí pueden considerarla un cancionero Picot, no me molesta.

-Dicen que solemos “idealizar” nuestra infancia (inventar momentos casi irreales), pero “Canción de tumba” es todo lo contrario. ¿Cómo calificarías tu infancia?

Lo curioso es que no creo haber tenido una infancia infeliz. Tuve una infancia dura, que es distinto. Ser un niño poco vigilado tiene riesgos pero también algunas ventajas: tuve por ejemplo, en algunas temporadas, muchísima libertad. No sé, a lo mejor yo también idealizo mi infancia, sólo que de una forma muy retorcida y perversa.

-¿Tuviste alguna resistencia personal-moral para escribir esta novela? Tomando en cuenta que es sobre la historia de tu madre…

Durante años tuve resistencia a hablar del tema. Antes de empezar a escribir no se lo había contado ni a mis mejores amigos. Ni siquiera a Mónica, mi mujer, que es el ser humano en quien más confío. Pero una vez que escribí la primera línea dije “a la chingada el pudor”. No creo ser la clase de escritor que toca con el piecito el agua de la alberca para ver si está fría, yo prefiero saltar al agua y que la temperatura se acomode sola.

-¿Cómo definirías la relación del hijo-hombre con Guadalupe-Marisela? ¿Es amor-odio?

Supongo que la respuesta está en el libro. Si me lo preguntas desde la perspectiva que tengo ahora, mi madre está muerta. Y amar a los muertos es ingenuo pero inevitable. En cambio odiar a los muertos es un despropósito, una estupidez. Así que la relación que tengo con el fantasma de mi madre es perfectamente amorosa.

-¿El Hospital Universitario de Saltillo es el infierno en la tierra? ¿Cómo es la vida de un familiar en ese tipo de lugares, en qué se piensa: tiempo, horas muertas, burocracia?

No creo que el HU sea el infierno en la tierra. Con él sí, para que veas, mantengo una relación de amor-odio. Lo odio porque es una sede del sufrimiento, pero lo amo porque es un desierto al que me retiré para conocerme. Por poco y me enloquece, pero también me educó. Siempre será una de mis casas, y si me toca elegir voy a elegir morir ahí. Odiándolo y mentándole la madre, claro.

-¿Cuál es el momento más espinoso con Guadalupe-Marisela?

No podría elegir una escena, entre otras razones, porque ya no estoy muy seguro de cuáles fueron reales y cuáles son ficción. Es lo malo de escribir una novela autobiográfica.

-Esta novela, creo, nos enseña a mirar a un México sangriento, sin rumbo, alterado, ¿en tu juventud visualizabas a un país así? ¿Qué pueden esperar los jóvenes ante el regreso del PRI?

No recuerdo si en mi juventud visualizaba un país así. Supongo que no. Puedo decirte que nunca he votado ni por el PRI ni por el PAN. Yo no voté ni por Fox ni por Calderón, y esa es una de las poquísimas cosas que tranquilizan mi conciencia. Aunque quizá si Cárdenas o AMLO hubieran ganado alguna vez todo sería igual de desastroso y, por añadidura, yo me sentiría sumamente culpable.  Soy más bien pesimista. No sé qué puedan esperar los jóvenes pero puedo decirte lo que espero yo. Me digo “si las cosas están mal, no te preocupes: se van a poner peor”.

-Las drogas, el alcohol y la música, ¿cómo influyeron en el tono de la novela? Hay momentos sicodélicos, pero también hay frases elegantes. ¿Fue jugar con lo que se llama la “alta cultura y lo popular”?

Mi tema, creo, es la impureza. El mestizaje. En el fondo hay un aspecto carnavalesco en lo que hago. Carnavalesco en el sentido medieval de la palabra: muy Rabelais visto a contraluz de Bajtin, ¿no? Separar la “alta cultura” de lo pop me resulta antinatural. Supongo que esto se debe a que, como mi madre carecía de ese criterio, tardé mucho en enterarme. I didn´t get that memo. Cuando supe que existía esa diferencia ya era muy tarde: ya me había deformado. Afortunadamente. Algo semejante me sucede con los estados de sobriedad e intoxicación, no los distingo por completo.

-¿Cuáles fueron los retos literarios-estéticos para escribir “Canción de tumba”?

Te puedo mencionar dos momentos decisivos, difíciles para mí. El primero: cuando me di cuenta de que era una novela, que tenía que enfocarla como tal, distanciándome lo más posible de la anécdota para construir un lenguaje que trascendiera lo meramente sentimental. Y el segundo, y más cabrón: cuando me di cuenta de que sólo había una manera de concluir la novela y era esperando pacientemente a que se muriera mi mamá. Yo no quería que muriera mi madre, pero quería terminar la novela. Y para mí, un escritor tiene que estar dispuesto a mirar a los ojos a sus deseos más infames.

-¿Hubo libros-música que te acompañaron en este proceso creativo-doloroso?

Hace un par de meses publiqué en mi Twitter  (@julian_herbert) un soundtrack de la novela. Últimamente, con tantas discusiones acerca de la originalidad y el plagio, he estado pensando en publicar una lista de los hurtos literarios que cometí y que incluyen a Eros Alesi, Juan Rulfo, Thomas Mann, Marcelo Yarza, entre muchos otros.

-¿El humor negro, la ironía, es para “distensar” esta historia dolorosa? Me refiero a las páginas de La Habana… (Bobo Lafragua-El Diablito Tuntún-Toda Cuba sabe que eres mexicano en cuanto te miran la panza)

El humor negro es parte de mi carácter (como personaje, como persona y como escritor). Bobo Lafragua es un homenaje a un bonche de tipos extraordinarios que me deparó el mundo: Adrián Contreras, Pedro Moreno, José Eugenio Sánchez, León Plascencia Ñol, Nacho Valdez, Miguel Gaona… Es, física y psicológicamente, la suma de mis mejores amigos. Y mis amigos son unos fanfarrones que nunca me han tomado en serio, y yo se los agradezco. Creo que los pasajes de La Habana me sirvieron, sobre todo, para salir de mí, para no tomarme las cosas muy a pecho. Los escribí justamente cuando murió mi madre. Quiero decir, la parte más desmadrosa del libro fue escrita precisamente cuando estaba atravesando la fase más aguda de dolor.

-¿Duele la ausencia del padre Gilberto Membreño (el novio menos espectacular)? ¿Cómo sanar esas heridas de un niño que crece sin esa figura paterna?

No sé cómo responder esa pregunta. Yo ya no soy un hijo: soy un padre.

Canción de tumba en frases:

-No sé nada de la muerte. Sólo sé de la mortificación.

-Fui a la universidad y estudié literatura… Soy zurdo. Ninguna de esas cosas me preparó para la noticia de que mi madre padece de leucemia.

-Todo México es territorio del cruel.

-Tienes que mandar todo a la chingada y largarte de México. Porque tu vas a ser escritor. Y un escritor en este país no sirve para nada, es peso muerto.

-Tenía una intuición antropológica más aguda que la de Fidel: sabía que las revoluciones también necesitan prostitutas.

-El sexo entre los dos fue una intuición de luminosidad.

-Recibí cien mil pesos como premio por un libro. Compré varias botellas de bourbon y tres onzas de cocaína y, durante un par de semanas, me encerré a piedra y lodo.

-Soy feliz, soy un hombre feliz, y quiero que me perdones si no te acompaño a ir de putas.

-Te amo. Soy el hijo de mi madre.

-El miedo actúa como un mamífero. El amor, en cambio, como un virus: se injerta; se reproduce sin razón.

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Imagen BBC