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El futuro de Nueva Izquierda
El futuro de Nueva Izquierda
14 minutos de lectura

El futuro de Nueva Izquierda

14 de octubre, 2012
Por: Dulce Ramos
@WikiRamos 
Jesús Ortega,líder de Nueva Izquierda.

Ayer Nueva Izquierda, la corriente dominante al interior del Partido de la Revolución Democrática (PRD) realizó su Congreso Nacional en el que centró su atención en la estrategia a seguir trasa la salida de Andrés Manuel López Obrador y la inminente creación de su partido.

En su discurso inaugural, Jesús Ortega, líder de Nueva Izquierda, llamó a los integrantes de esa corriente a romper con el pasado autoritario y a trabajar para modernizar al partido y representar una verdadera fuerza de cambio.

Aquí el discurso íntegro de Ortega:

Discurso de Inauguración del Congreso Nacional de Nueva Izquierda

Parecería un cliché, pero no lo es. En realidad, este momento que vive el País y el partido, es el tiempo en donde hay que adoptar decisiones de carácter trascendental. No se repiten momentos como estos y ahora se nos presenta el dilema que es consustancial a los políticos, a todos, y principalmente a los de izquierda: o se aprovecha y cambiamos o lo dejamos pasar y nos seguimos hundiendo en la desgastante rutina de la  sola sobrevivencia.

Parecería que entre la mayoría de los dirigentes del partido, experimentados en su mayoría,  no hubiera dudas en cómo resolver el dilema; ¡Hay que cambiar, decimos, porque sólo de esa manera  podremos aportar a cambiar al País!

Hablamos de que se ha agotado el pacto fundacional de 1989 y de la necesidad de construir uno nuevo; de un pacto reconstituyente acorde con las circunstancias de la vida del País a principios de un nuevo siglo.  Que un partido-frente sería lo correcto decimos  algunos; que desaparezcan las corrientes mencionan otros; que retomemos, se menciona, las bases originarias de 1989;  que retornemos a los conceptos organizativos e ideológicos de algunos de los partidos que confluyeron, en ese año a la constitución del PRD.

Varias ideas, ciertamente, pero casi todas apenas vislumbran un cambio que se limita a arreglarnos para nuestra convivencia interna.

Y no esta mal que reordenemos la vida interna de nuestro partido. Creo, incluso, que es indispensable. Ustedes, compañeras y compañeros, delegados a este Congreso de Nueva izquierda, a diario viven—como lo hacen otros perredistas—las dificultades de una convivencia que bien podríamos comparar con aquella que vivieron antiguos partidos de la izquierda mexicana (acusaciones contra acusaciones, demandas, contra demandas, expulsiones y mas expulsiones, etc., etc.) para finalmente terminar en la división, en la marginación y en la disolución.

Estamos,  el PRD, como el personaje de la célebre novela de Stevenson,  en donde el Dr. Jekyll y el Sr. Hayde son una misma persona que adopta, para sí mismo,  comportamientos radicalmente diferentes. Un mismo cuerpo (o un mismo partido) que alberga  conductas, procederes totalmente encontrados: respetable y responsable uno,  irresponsable y abominable otro.

Si en la mayoría hay la voluntad genuina de cambiar, entonces es indispensable terminar con esa dualidad de comportamientos y para ello sirve,  tanto en el psicoanálisis como en la política,  develar ante nosotros mismos a ese “otro yo” para poder controlarlo, sujetarlo, dominarlo, impedir que aparezca.

Ello nos obliga, necesariamente, a abrir nuestra mente a un proceso que requiere romper con un pasado que ha dejado traumas y que no nos atrevemos a reconocer. El pasado de una izquierda dogmática, antidemocrática, que habiendo sido—para muchos de nosotros— un paradigma, se derrumbó estrepitosamente.  Y se derrumbó, precisamente, por que de ser un ideal y un pensamiento de avanzada, justiciero y libertario, se transformó en una especie de culto religioso con sus dogmas, sus evangelios, sus santos y sus dioses y, desde luego, sus implacables inquisidores.

Uno de los dogmas de aquel paradigma derrumbado—lo repetía Lenin—era que ¡había que participar en el parlamento para demostrar que este no servía para los objetivos del cambio social! Ahora ya no citamos a Lenin, pero nuestro “otro yo” sigue actuando en el parlamento con la convicción de que este no sirve para el cambio social. Lo mismo nos sucede con los temas de la democracia y la legalidad: El dogma afirmaba que existe una legalidad que hay que respetar y otra que no hay que respetar; ello se determinaba en razón de decidir, siguiendo a la letra el dogma, cual  legalidad si servía y cual no era útil a los propósitos redentores.

Hoy, a pesar de que el artículo primero de la Declaración de Principios del PRD nos mandata a respetar la ley, no pocos compañeros asumen un comportamiento al margen de ese principio perredista: siguen decidiendo arbitrariamente que ley si se respeta y cual no.

De igual manera en el asunto de la democracia: El dogma dictaba que la democracia (burguesa) era un instrumento de la clase dominante y, como tal, podía utilizarse y reconocerse, según conviniera (siempre convenía cuando se ganaba y nunca convenía cuando se perdía). No está ahora el concepto de la lucha de clases en nuestros documentos básicos, tampoco el de la legalidad burguesa o el de la democracia como instrumento de dominación sobre el proletariado, pero nuestro “alter ego”sigue considerando a la legalidad como obstáculo para el cambio social y a la democracia, como un “utilitario” que—según la circunstancia—podemos o no asumir.

Asimismo tenemos otro pasado, igual de traumático,  que no formaba parte del paradigma del socialismo totalitario, pero que en el contenido era igualmente autoritario y antidemocrático; El caudillismo que ha acompañado la historia de nuestro País y que tiene en el Presidencialismo mexicano a uno de sus más conspicuos herederos.

En el  Programa político del PRD está escrito que luchamos por un cambio de régimen político,  para minando a dicho presidencialismo,  arribar a un régimen parlamentario  y, sin embargo, la razón casi única de nuestra lucha, durante 23 años, ha sido que uno de los nuestros ocupe la  presidencia de la República para ejercerla, en términos de facultades constitucionales,  como en los mejores tiempos del supremo poder presidencial. Demandamos un régimen parlamentario pero nuestro “otro yo” se alía con el PRI para evitar la segunda vuelta electoral, la reelección de los legisladores y la representación proporcional pura. Ese “otro yo” abandona  el debate parlamentario y,  rindiendo culto al “ogro filantrópico”, no ha encontrado otro objetivo mayor,   que no sea el ocupar los Pinos.

Así, durante más de dos décadas,  nuestro quehacer político se ha centrado en tres objetivos principalísimos:

El primero, sacar al PRI de los Pinos (y vaya que contribuimos a ello, aunque ahora regrese con fanfarrias);

El segundo,  Ganar la Presidencia de la República a través de alguno de nuestros dos liderazgos personalizados.

El tercero,  Contribuir, exclusivamente a través de la presidencia de la República en nuestras manos,  a cambios democráticos y de carácter social en el País.

Concentrados en ello, no se dio antes—ni  ahora tampoco—la debida importancia a que el PRD cuente con una estructura de organización constituida como institución democrática.

De igual manera,  ganar presidencias municipales o gubernaturas era —y sigue siendo— apenas un propósito táctico —muchas veces menospreciado—  siempre subordinado al único propósito estratégico de ganar la Presidencia.  Tampoco importaba mucho contar con un Programa actualizado, modernizado y,  menos aun, con una propuesta política de solución a los problemas del País,  pues entendíamos—como lo seguimos haciendo ahora—que toda la problemática nacional se arreglaría  desde la bondad y la voluntad de “nuestro”Presidente de la Republica.

Atrapados en ese pasado que en la inconsciencia nos negamos a superar,  persistimos  en frustrar todo intento de innovar el pensamiento desde la libre reflexión, interrumpimos la confrontación civilizada de las ideas, suspendimos el fructífero debate que desde siempre ha caracterizado a la izquierda democrática; apenas se dialoga para tratar de entendernos y en lugar de todo ello, frecuentemente, se recurre al prejuicio, la diatriba, la acusación, a la descalificación por sistema.

Las corrientes políticas que debieran alimentar el nuevo ideario del partido, que debieran alentar la reflexión,  el debate profundo en el campo fértil de nuestra diversidad,  nos hemos convertido en grupos de presión interna para la disputa de posiciones y canonjías.

Queremos ser el Dr.  Jekyll  pero cada vez con mayor frecuencia tomamos la pócima tribal para obtusamente aparecer ante la ciudadanía como Mr. Hayde.

Siguiendo la parábola,  requerimos vitalmente desprendernos definitivamente de la personalidad de Mr. Hayde y para ello necesitamos hacer la gran reforma del Partido.

A finales de 2012 todo ha cambiado. Un elemento de esos cambios es que el PRI regresa a los Pinos, pero lo hace, con debilidad, pues EPN carga en la mudanza con tres enormes maletas:

La primera,  más de la mitad de la población cree que ganó las elecciones mediante fraude y a través de graves irregularidades.

La segunda maleta es la de los poderes fácticos que lo sostuvieron durante toda la campaña y que le presionarán ahora para el cobro de facturas.

La tercera es que a pesar de todo lo anterior no logró ni la mayoría simple en el Congreso.

Otro de los elementos de la situación actual es  un  proceso interrumpido de transición hacia un nuevo régimen democrático, por lo que está presente el riesgo de la restauración autoritaria. Otros elementos son el que  el PAN vive uno de sus mayores fracasos desde su existencia; que una oligarquía controla la economía del País; que la delincuencia organizada se ha apoderado de grandes extensiones del territorio nacional; que el Estado se ha debilitado a grados extremos y se encuentra sitiado por diversos poderes fácticos; que la violencia y la inseguridad campean en el País y, aun mas grave que todo lo anterior, el  crecimiento de la desigualdad y la pobreza en la cual se encuentra atrapada la mayoría de la población.

Todo esto es parte de la realidad actual, pero también hay otra historia de  la izquierda (que también debiéramos contar). Hemos crecido electoral, política y socialmente, pudiendo aumentar, como no habría sucedido antes, nuestra  capacidad para decidir sobre el rumbo de la Nación.

Podríamos dejar de ser meros pasajeros en el navío del País para que como dice José  Woldemberg “la izquierda ( y principalmente el PRD) se situé, desde ahora mismo, en el cuarto de maquinas”  y,  yo agregaría, en “el piso del timón”.  Desde nuestra relevante posición en “el cuarto de maquinas” estamos obligados a cambiar para darle utilidad social a esa gran capacidad adquirida.

Esos cambios de fondo, de raíz, del calado de un nuevo pacto reconstituyente,  deberían contemplarse desde puntos verdaderamente sustantivos.

A nuestro juicio, el más importante,  debe darse en la innovación del pensamiento de la izquierda y en la elaboración de una propuesta política y un Programa  nuevos;  esto es; en superar definitivamente “el otro yo” para reafirmarnos en la solida personalidad de un partido de izquierda moderna y progresista. Esa personalidad debe sustentarse en elementos cardinales como el de la  congruencia con la democracia y en la persistente lucha por la igualdad y la justicia social para todas y todos los mexicanos.

En la democracia y la igualdad  debe sustentarse nuestra convicción de una izquierda moderna. ¡Uno y otro! ¡No uno a costa de otro! como lo pensó la izquierda  autoritaria; ¡No uno sobre el otro! como lo concibe otra izquierda igualmente extemporánea.

Levantar sólidamente el pilar de lo democrático tiene que ver con terminar con las ambigüedades y asumir ante la sociedad mexicana toda, sin dudas, los principios que le son consustanciales tales como la tolerancia democrática desde la cual una izquierda progresista debe comprender el reconocimiento de la existencia de los otros y de sus derechos; entender que el ejercicio de los nuestros  tiene el límite de respetar el derecho de los otros; el respeto a la legalidad; el principio del acatamiento a las decisiones de la mayoría y el del respeto a los derechos de la minoría; el principio de la igualdad jurídica entre todas y todos. Los principios de las libertades de pensamiento, de expresión, de crítica, que son elementos insustituibles de un nuevo pensamiento de izquierda. Y, desde luego,  el  principio de la paz: una izquierda democrática no acepta ninguna forma de lucha que no sea pacífica y, por lo tanto, es indispensable que se deseche, definitivamente, la idea de que en algunas circunstancias es valida la violencia para conseguir determinados objetivos de justicia.

 

Otra sustancia fundamental de un nuevo partido de izquierda  es el de la lucha por la igualdad social. Una izquierda moderna y progresista siempre está comprometida en la conquista de una sociedad en donde todas y todos disfruten plenamente los derechos humanos que garantizan una vida de dignidad, de bienestar.

La desigualdad extrema que vive la sociedad mexicana y la pobreza en la que vive la mayoría de la población se han convertido en el mayor problema del País y en la principal causa de nuestra lucha.

Se confunden aquellos que suponen que una izquierda progresista, democrática y moderna, soslaya el problema de la desigualdad. Se equivocan rotundamente. En realidad la diferencia está localizada en nuestro rechazo a un ultra izquierdismo fútil, a un oposicionismo sistémico que mas le importa el protagonismo de su “alter ego”—expresión de egoísmo, de individualismo e incluso de prepotencia—antes que asumir las responsabilidades  políticas, que siempre implican riesgos, costos personales y partidarios, para  encontrar y aportar las verdaderas respuestas a la problemática del País y de la gente. La diferencia estriba en nuestra convicción de que que tal desigualdad y pobreza no se combate solo con evidenciarla, con denunciarla. Se necesita, además de capacidad de indignación, de estrategias y acciones políticas que sumen en ese propósito a diversas  y múltiples fuerzas políticas y ciudadanos; se necesita una lucha electoral con alianzas tácticas que fortalezcan a la izquierda y aglutinen demandas ciudadanas; de una acción parlamentaria para influir en el contenido de las políticas de gobierno, estemos o no en él; se necesita que la izquierda cuente con  un Programa que represente no solo a una clase, no solo a un sector, así sea el de los pobres, sino al conjunto de la población; una propuesta que impulse el crecimiento de la economía, que garantice estabilidad en las finanzas, sustentabilidad en nuestros recursos, en fin de una izquierda con una estrategia que oponga su fuerza a todo aquello que favorezca la desigualdad social y las injusticias, pero, igualmente, con la capacidad para—desde una plataforma que construye soluciones—convertirnos en opción de gobierno en el 2018.

Antes de iniciar los trabajos formales de la reforma del PRD y de abordar de lleno esos trabajos, tenemos que preguntarnos a nosotros mismos que somos: ¿Un partido-movimiento como afirman algunos? ¿Un partido de cuadros?  ¿Somos un movimiento de masas amorfo e inorgánico?  ¿Un movimiento que no ha podido ser partido o un partido que no ha logrado ser el gran movimiento transformador del País? ¿Un partido de clase, una organización sectorial? ¿Un conjunto de grupos de interés particular o un grupo de tribus? Puede ser que tengamos en nuestra naturaleza algo de todo lo anterior, por lo que será  indispensable que los perredistas, para verdaderamente ser algo nuevo, tengamos que llevar a cabo un examen retrospectivo para definir bien y claramente nuestra prospectiva.

Pero hoy adelantamos lo siguiente:  A 23 años de existencia, es indispensable desprendernos de nuestro “otro yo”, de ese que aparece anacrónico, incongruente, conflictivo, irresponsable, egoísta  por que solo se ve a sí mismo y por qué verse a sí mismo es la única razón de su existencia.  El PRD,  en su inminente reforma,  necesita terminar con esa doble personalidad. Pero lo debemos hacer al contrario de cómo lo resuelve Stevenson en su novela, es decir, necesitamos resolver nuestro dilema haciendo prevalecer a nuestro Dr. Jekyll por sobre nuestro Mr. Hayde.

Hace unos días, tuve oportunidad de escuchar a una joven escritora nigeriana. Platicaba su propia historia cuando llego a estudiar a una universidad de los Estados Unidos. Su compañera de cuarto en la universidad pensaba que África era un solo país y se mostraba sorprendida de que la joven nigeriana hablara en ingles (cuando el ingles es uno de los idiomas oficiales en Nigeria); le inquietaba y le preguntaba como soportaban, los nigerianos,  el invierno y como se cubrían de la nieve andando semidesnudos; le preguntaba cómo se protegían de los leones (cuando la joven Nigeriana vivía en Lagos, una ciudad de millones de habitantes y a los leones solo los había visto en el zoológico); le preguntaba cómo había sobrevivido a la matanza entre los tutsis y hutus (cuando esa masacre se sucedió en Ruanda); le preguntaba por qué parte de la frontera con México había ingresado como ilegal a los Estados Unidos (cuando la joven había obtenido una beca del gobierno Nigeriano para estudiar literatura inglesa contemporánea); Le preguntaba sobre la música de los tambores (cuando el músico favorito  de la escritora era Eric Clapton)

 

Desde luego, la joven escritora se dio cuenta de la ignorancia enorme de su compañera de estudios universitarios, pero sobre todo se dio cuenta del estereotipo que se ha creado sobre África. Ella sabía de esa historia estereotipada y en el discurso en mención, la joven nigeriana quería contar las otras historias de África y de Nigeria, las historias de las universidades, de los museos, de los teatros, de los grupos de rock, de los jóvenes, de los científicos, de las artistas, de la política, de los escritores de Nigeria.

¡Cuanta razón tiene esta joven nigeriana por contar las otras historias de su Patria!

Y es verdad, los hombres y las mujeres de Nigeria, de México, de Estados Unidos de cualquier otra parte tenemos no una historia sino varias historias; las naciones tienen varias historias,  no únicamente una y, por eso,  ahora cuento la historia de la joven escritora Nigeriana,  por que el PRD no tiene una sola historia y esta no es únicamente la estereotipada, la de las tribus, la del pleito interno,  la de las disputas miserables por miserias de poder para grupos o para individuos. ¡No! El PRD tiene varias historias y, aun más, el PRD es la síntesis de las historias de millones de mujeres y hombres que a diario luchan por superarse, por progresar; de las historias de lucha por aportar a la construcción de un México más justo, sin pobreza, con libertades y sin violencia.

Tenemos que lograr que la gente conozca la otra historia del PRD, la de nuestros esfuerzos, de nuestros logros, la de la lucha de millones de mujeres y hombres que con generosidad y fraternidad recorren los caminos del País, la de nuestra lucha por la democracia, por la libertad, por la igualdad, la de nuestro objetivo de un México de prosperidad y de justicia.  Este es el momento de abrir las puertas del PRD a la gente y a las nuevas ideas del pensamiento universal.

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